La serie que tiene como protagonista al abogado más inescrupuloso de la era del streaming estrenó su última temporada. El descenso moral de Kim y los interrogantes abiertos.
Desde su punto de partida Better Call Saul presenta varios atractivos y la apelación a fórmulas clásicas que siempre pagan. Por un lado, la del sujeto que a lo largo de su existencia cumple el sueño de vivir varias vidas en una o la de aquel que se construye a sí mismo, pero para eso tiene que cambiar de identidad. Sin embargo, lejos de la meritocracia, en este caso se trata de la inversión del sueño americano o el otro lado de las publicidades del American way of life. En efecto, la historia que se narra es la de la metamorfosis de Jimmy Mc Gill (Bob Odenkirk), estafador de poca monta y luego abogado, en Saul Goodman: un defensor carismático y mediático que no duda en asociarse con el narcotráfico y concretar las acciones más turbias con tal de obtener una buena paga. Por otro lado, Better Call Saul también es la narración frecuentemente redituable – el encantador y divertido príncipe Hal devenido en el serio y terrible Enrique V en Shakespeare o Anakyn Skywalker transformado en Darth Vader en Star Wars– de conversión al mal absoluto.
La referencia a Shakespeare no es azarosa. Probablemente si el dramaturgo inglés hubiera conocido el streaming, hubiese recurrido a las técnicas narrativas de los creadores de Better Call Saul y Breaking Bad: Vince Gilligan y Peter Gould. En el inicio de esta nueva temporada dividida en dos partes -el primer tramo de siete episodios arrancó el 19 de abril y el otro tramo con los últimos seis capítulos estrena la segunda semana de julio-, Gilligan y Gould dejan claro que por más que se trate del desenlace no optarán por acelerar los tiempos ni apelarán a los remanidos golpes de efecto presentes en otros seriales, sino que permanecerán fieles a su estilo. Esto es: ir construyendo lentamente la trama –lo cual no va en desmedro del ritmo ni la intensidad–, con escenas y fragmentos que, en principio el espectador no sabe adónde conducen pero que seguramente cobrarán sentido con el correr de los capítulos hasta terminar encajando con la precisión de un puzzle o una pieza de relojería.
Un ejemplo es la primera secuencia de Wine and Roses, el capítulo que inaugura la sexta temporada. Ésta se aleja de los acostumbrados prólogos en blanco y negro ambientados en un futuro donde Saul vive oculto en Nebrasca con el nombre de Gene. En una escena tan magistralmente editada y musicalizada –que bien podría funcionar como un cortometraje titulado, por ejemplo, “La decadencia de un imperio”–, personal uniformado confisca –¿o muda?– sus bienes y desmantelan la glamorosa mansión del ya magnate Saúl Goodman. La cámara recorre cada habitación, se detiene en algunos objetos paradigmáticos del universo Breaking Bad y hacia el final en un primer plano del tapón con forma de corona de la botella de tequila Zafiro Añejo que remite a la relación con Kim (Rhea Seehorn), su pareja. Con esta secuencia, los guionistas hacen un guiño a los espectadores y producen sentimientos de suspenso a largo plazo respecto de una de las principales incógnitas que tiene que resolver esta temporada: ¿Por qué la esposa y compañera delictuosa de Jimmy no aparece y ni siquiera es nombrada por Saúl en Breaking Bad? Y la pregunta del millón: ¿logrará sobrevivir o sucumbirá trágicamente? Y si esto último ocurre ¿a manos de quién?
En todo caso, las excelentes actuaciones de Odenkirk y Seehorn logran transmitir la química de la pareja y otorgan a la serie las exactas dosis de comicidad acostumbradas. Estas llegan al paroxismo en las escenas con el matrimonio Kettleman, los estafadores que Jimmy/Saul y Kim pretenden utilizar para destruir al abogado Howard Hamlin (Patrick Fabian). Sin embargo, las implacables tretas de Kim hacia el final de Carrot and Stkick (tal el nombre del segundo episodio) no dejan conforme a Saul. ¿Será éste el germen que destruya la relación amorosa más importante en la vida de Jimmy /Saul? ¿Será ésta decepción lo que terminará de transformarlo en el cínico abogado sin ambages de Breakin Bad?
A su vez, los dos capítulos iniciales de la sexta y última temporada, se centran en las vicisitudes de sendos personajes claves y los caracteres-revelación de esta secuela: por un lado, la huida de Lalo Salamanca (Tony Dalton), probablemente el mejor villano televisivo de los últimos años en cuanto a sus cualidades de encantador y despreciable despiadado a partes iguales; y por el otro, la angustiosa espera de Nacho Vargas (brillantemente interpretado por Michael Mando) de ser rescatado por Gus Fring (Giancarlo Expósito) tras su traición a Salamanca. De la mano de Lalo y Nacho tenemos los momentos que mantienen la acción y el ritmo trepidante y el suspenso en vilo. Aunque tampoco estas escenas están exentas de comicidad. Así, en su afán por mantenerse oculto, Vargas entra a un complejo en busca de asilo y allí una mujer hamacándose en penumbras está mirando televisión desde donde se escucha claramente un diálogo entre Luisana y Darío Lopilato en la versión argentina de “Casados con hijos”. Una referencia inesperada y desopilante para el público local.
La última temporada de Better Call Saul promete no decepcionar y dejar por alto las expectativas creadas en torno a la ficción. Tiene la virtud de seguir captando a los fanáticos más acérrimos de Breaking Bad, quienes gozarán hasta el delirio con escenas memorables como la del prólogo o aquella que vuelve a unir en diálogo a los eternos enemigos Gus y Héctor Salamanca (Mark Margolis), a la vez que construye un sólido universo propio con nuevos e inolvidables malvados, tensión permanente y escenas de antológica comicidad. «
Better Call Saul
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