El film del director español Galder Gaztelu-Urrutia utiliza una alegoría para exhibir las miserias intrínsecas y brutales de un grupo de personas sometidas a una situación extrema. Cualquier parecido con tiempos de pandemia no es pura coincidencia.
Calificada como un thriller de ciencia ficción (distópica, para variar) hay terror, suspenso y bastante gore en una trama que se puede sintetizar de la siguiente manera. En una especie de Torre de Babel hay un hoyo con cientos de niveles por el que diariamente baja una plataforma repleta de comida; de esa plataforma, comen los dos habitantes que hay por nivel. Lo que sobra va a al nivel de abajo. Así hasta llegar al último, al que seguro llega vacío. Los niveles son siempre los mismos, pero sus habitantes cambian mes a mes de manera aleatoria. Así se puede pasar del nivel 3 (donde es posible elegir entre muchos manjares) a un nivel en el que ni siquiera llegan las migas. Cada cambio aporta a los ocupantes su información sobre el funcionamiento y las reglas de El Hoyo.
Al momento de ingresar, sólo saben que están ahí de manera voluntaria o compulsiva (por algún delito u “error social” que hayan cometido) y sólo pueden elegir llevar un objeto. En el caso del protagonista principal, Goreng, lo hace voluntariamente para obtener una ventaja social (un título de grado) y se lleva El Quijote, de Cervantes.
Hasta aquí la información básica como para dar una idea no sólo del film sino, especialmente, de la cantidad de interpretaciones -a veces cruzadas- de una película que si bien tuvo repercusión durante su estreno en festivales en 2019, era una más hasta que llegó el coronavirus y todo lo sólido se desvaneció en el aire. Porque una de las primeras cosas que muestra el film es que la mayoría de los saberes aprendidos afuera y reforzados dentro de El Hoyo no sirven para nada. Es más; reforzarlos sirve para menos: o se apela a una idea distinta o a un saber enterrado en el pasado por demodé, o se espera morir ahí de las peores formas posibles: por hambre o a manos de otros.
Y, en esto, la película es tan eficaz (además de dinámica, nunca decae) que abre el juego hacia las creencias más arraigadas hasta ayer nomás. Como que no hay salida del sistema y que lo mejor es seguir la corriente (por eso a Goreng, por llevar El Quijote -sobre el que se leen algunas pasajes-, se lo considera quijotesco); las más religiosas y/o místicas, como que El Hoyo es una especie de purgatorio y Goreng una especie de Mesías (de hecho así le empiezan a decir ahí dentro); o las más clasistas -tan de moda últimamente- de que sólo en colaboración con otros es posible revelarse del yugo.
La sagacidad de los realizadores -incluso tal vez tengan que ver con sus propias intenciones- pero mucho más la actual coyuntura pandémica permiten algunas lecturas más optimistas y de avanzada, por decirlo de alguna manera. En esto, aunque venga de otro género -y es de suponer que con los días empiecen a aparecer más “anticipaciones”- el último disco de Diego Frenkel (Frenkeltronic, 2019) funciona de la misma manera: escucharlo es como ver lo que está ocurriendo hoy. Pero esos son los tópicos menos debatidos, aunque por ahí lo sean porque hacerlo implican develar prácticamente toda la película.
Entre esas cosas no mencionadas está que el film reconoce que las buenas intenciones son bellas, pero sólo se convierten en eficaces cuando se respaldan con formas que de buenas tienen poco; para ponerlo en términos cristianos: Jesús predicó mucho, pero sólo cuando destruyó el templo de los fariseos mostró a qué se refería cuando hablaba de hipocresía. La película incluso avanza más: acompañar las buenas intenciones sólo con buenas formas puede llevar a la caída sin freno en la desazón, frustración, depresión, resignación; de la que por lo general se “resucita” con discursos xenófobos y fascistas.
Sobre el final el film incluye un personaje que llena de optimismo por target y por el actor social al que representa; incluso quizá deba su existencia a un hecho cruel y dramático tan común en los patriarcados: pocas cosas más optimista que de una tragedia surja una esperanza. Bajo esos vectores, su final abierto permite aventurar la intención de que su propuesta es a imaginar nuevas soluciones, que lo único del pasado que verdaderamente nos sirve ante tal presente es pensar que el sálvese quien pueda no es la salida, pero que eso no implique que todos nos tengamos que salvar.
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