Hacer en estos tiempos un film surrealista puede sonar tan impropio como disponer parte del propio tiempo al pensamiento, ese momento de reflexión que tiene como condición convertirse en acción. Manifiesto –que a los fines comerciales/ técnicos es de Alejandro Rath, pero que él mismo se encarga de aclarar en los créditos que es de autoría de cada uno de los que la hicieron posible– es un muy buen intento en ambos sentidos. Quien la vea tendrá la oportunidad de evaluar cuán cerca o lejos se ubica el film que recrea el encuentro entre León Trotsky y André Breton en los años previos al estallido de la Segunda Guerra. Mientras, veamos un poco qué dice el propio Rath, que viene de hacer ¿Quién mató a Mariano Ferreyra?
“Hace mucho me interesa la relación entre el arte y la política, pensar eso desde mi lugar de militante y artista, y ver cómo esa reflexión se podía reflejar en una película”, arranca sobre las motivaciones, en las que, precisamente, también figura la acción. “Hay una conexión con una situación que a mí me interesaba, que es un momento de avance del nazismo por un lado y el estalinismo por el otro, y donde la posibilidad de la construcción de una política revolucionaria independiente estaba difícil. Y hoy es un escenario parecido, y prepandémico incluso. Hay una crisis capitalista que raja las paredes, lleva la humanidad a un punto crítico en su relación con la naturaleza, en la captación de los recursos naturales, en las desigualdades sociales que existen en el mundo; y ante esa situación no hay todavía una reacción, no sólo de los artistas, sino populares en términos más generales.”
La pandemia, encima, llevó a lo que Rath pone en boca de Trotsky sintetizando parte de su posición en aquel encuentro: «En la hora del crepúsculo es cuando más estamos llamados a la acción. Nada se va a resolver jadeando inmóvil (dice dirigiéndose a su perro)». “La pandemia rompió lazos sociales, hizo más difícil que nos reunamos, discutamos, reflexionemos, y en ese sentido la película hace un llamado al pensar. A mí me interesa mucho eso, cómo estos dos personajes en ese mundo histórico tan complejo, se retoman el trabajo, uno, de tomarse un barco de Francia hasta México, y los dos de tomarse varios días para debatir, charlar, discutir cuál era el ángulo mejor para convocar a los artistas del mundo; es una reivindicación a ese espíritu revolucionario de pensar el mundo y superar la ruptura de lazos, que en este caso la pandemia nos entrega.”
Porque como más tarde Hannah Arendt defenderá, el pensamiento es un acto que en sí mismo deriva en la acción. “La película tiene esa intención: ellos dos parece que están medio al pedo, en un espacio de ocio, con la posibilidad de manejar su propio tiempo; y me parece interesante bajarlo en contraposición con la escena del cineasta César Gónzalez, que es una vida en un sistema social que cada vez consume más su tiempo para vivir: las posibilidades que hoy tenemos de desarrollarnos como seres humanos en la expresión artística, un oficio, cocinar o en el deporte es cada vez más difícil. Y es más difícil combatir esa tendencia del uso utilitario del tiempo. El ocio está muy restringido, y eso tiene grises entre un profesional y el operario de una fábrica, que es el extremo que tomo en la película. Eso debería despertar una alarma, una reacción respecto a un sistema social que cada vez deja menos posibilidad para pensar y para ser humanos: para mí pensar es inherente al ser humano.”
El periodista le comenta que, durante la toma de Tiempo Argentino ante el vaciamiento por parte de la patronal, una de las primeras reflexiones que comentó con algunos compañeros fue que ahora que tenían tiempo empezaban a conocerse, entender mejor las razones del otro. “Precisamente la escena de César la filmamos en una cooperativa que se llama Los Constituyentes, y ellos nos decían eso: ‘antes nuestros vínculos estaban mediados por la alienación y el trabajo diario, a partir de que tomamos la fábrica nos empezamos a conocer’. El tiempo también es eso.”