Con más de 100 millones de copias vendidas, el sexto álbum del cantante dejó algunos de los hits más importantes de los ’80, abrió todo un universo visual con el icónico videoclip del tema que le da nombre e inauguró la “jacksonmanía”.
Es que más allá del perfecto compendio de música disco, rock, funk, pop y r&b, y del nivel de los invitados y sesionistas que se pusieron a la órdenes del productor Quincy Jones, como el caso de Paul McCartney, Eddie Van Halen y miembros de Toto, con Thriller» Michael Jackson marcó el paso de la moda en aquellos años, popularizó una manera particular de bailar y abrió el camino para una nueva era en lo referente a la industria del videoclip. Todo eso hizo que el artista -una especie de niño mimado en su país pero que en otras latitudes no era tan conocido a nivel masivo-, alcanzara un pico de popularidad comparable a la «beatlemanía» de los años `60. El fenómeno despertado en nuestro país es un claro ejemplo de ello.
Si bien a lo largo del `70, el joven Michael comenzó a despegarse del lastre familiar con cuatro discos solistas, hacia finales de la década pareció romper definitivamente con su pasado cuando se alejó del sello Motown y, ya con Quincy Jones de productor, lanzó Off The Wall a través de Epic Records, un trabajo que comenzaba a proyectarlo como algo más que el pequeño talentoso de la célebre familia. Pero hacia 1982, las modas musicales presentaban otros caminos y en esa dirección se embarcó la dupla Jackson-Jones, no sin varios encontronazos entre ellos, lo cual derivó en que el álbum fuera mezclado nuevamente una vez terminado, porque no lograban ponerse de acuerdo en cuanto al resultado final.
La edición final de Thriller contó con nueve composiciones, cuatro de ellas del propio Michael -«Wanna Be Starting Something», «The Girl Is Mine», «Billie Jean» y «Beat It»- y, como se dijo antes, colaboraciones rutilantes, como el caso del exbeatle en «The Girl Is Mine»; Eddie Van Halen y Steve Lukather, de Toto, en «Beat It»; y hasta un recitado final de la leyenda del cine de terror Vincent Price, en «Thriller». Acaso como devolución de gentilezas, Michael Jackson colaboró con Paul McCartney al año siguiente en el hit «Say, Say, Say» y «The Man», incluidos en el disco «Pipes of Peace», del exbeatle.
Como si todo el arsenal sonoro que presentaba el disco no fuera suficiente para marcar una época, su portada también iba a constituirse como una de las más icónicas en la historia de la música popular contemporánea, con la foto del artista recostado de manera relajada con un inmaculado traje blanco y un cachorro de tigre a sus pies. Si el disco en sí ya se presentaba como una obra destinada a quedar en la historia, el aprovechamiento que hizo el artista de la incipiente industria del videoclip se ocupó del resto. En ese rubro, destacó «Billie Jean», con el recordado paso de baile que hacía encender las baldosas y las fantasmagóricas figuras que se le aparecían al artista en su andar; y «Beat It», con el coreográfico enfrentamiento entre pandilleros.
Pero, sin dudas, fue «Thriller» el video que no solo sobresalió entre todos los de Michael Jackson, sino que irrumpió con fuerza y creó un estilo cinematográfico seguido hasta el día de hoy en lo referente a realizaciones audiovisuales musicales. A lo largo de casi un cuarto de hora, el director John Landis, responsable de comedias como «The Blues Brothers» y «Animal House» («Los Hermanos Caradura» y «Colegio de animales», respectivamente en nuestro país), creó una suerte de pequeño filme de terror de clase B, en el que Michael se convierte en hombre lobo y luego en zombie, para protagonizar una memorable danza en un cementerio rodeado de «muertos vivos».
De esta manera, la obra en su totalidad, con su brillante producción, sus canciones perfectas, su impronta bailable y su propuesta visual, presentaba a un Michael Jackson de consumo para todos los gustos y edades. En Estados Unidos, en donde el artista ya era una celebridad desde su más tierna infancia, este lanzamiento confirmó que tenía vida propia más allá del ala protectora del sello Motown y que era abrazado por el resto de la comunidad musical. Y en otros países, popularizó a nivel masivo a una figura que hasta entonces solo era conocida por disc jockeys.
Si en la comedia romántica El descanso, de 2006, el melómano personaje Miles, interpretado por Jack Black, le mostraba la portada del disco Frampton Comes Alive a una Iris encarnada por Kate Winslet y le decía que en determinado momento de los `70, todo ciudadano estadounidense que se preciara de tal, así como tenía un documento de identidad, también tenía ese álbum en su casa; en la Argentina, hacia 1983 y 1984, no había residencia en la que no hubiera una copia de Thriller.
Vale marcar que, hasta los años `90, las producciones artísticas extranjeras llegaban a nuestro país con varios meses e, incluso, algunos años de demora en relación a su publicación original. Con esta producción, la «jacksonmanía» se apoderó de toda una generación, sobre todo de escolares que intentaban copiar los pasos de baile; se deslumbraban con el vestuario de brillos, pantalones arriba de los tobillos y un guante blanco; y se excitaban con las escenas de terror del videoclip de la canción insignia. Fue tal el furor que el entonces Canal 9 Libertad, devuelto hacía muy poco a su dueño original Alejandro Romay en los primeros meses del regreso de la democracia, puso al aire un envío que se llamó Bailando con Michael Jackson. Cada lunes a las 21, el crítico de cine Domingo Di Núbila, un hombre que nada tenía que ver con la música moderna ni con todo lo que ello significaba -hasta le costaba pronunciar correctamente el nombre del propio artista-, vestido de smoking, presentaba videoclips y un concurso de baile breakdance, popularizado a partir del éxito de «Thriller».
El ciclo sobrevivió varios meses aunque primero hubo que agregarle al título «Bailando con Michael Jackson y amigos», como para tener la excusa de pasar videoclips de otros artistas. La popularidad alcanzada aquí abrió las puertas para que se conociera todo un abanico de nuevos artistas pop, en una movida que a modo de caballo de Troya permitió el descubrimiento a nivel masivo de figuras como Prince, por caso. Esta apertura y el hecho de que nunca volvió a crear una obra a la altura de ésta, puso a Michael Jackson, en primera instancia, en un lugar más terrenal. Un derrotero personal de cirugías que transformaron radicalmente su fisonomía y comportamientos por demás excéntricos, lo convirtieron años más tarde en una suerte de caricatura o de material para chistes.
Varios años después se revelarían situaciones más truculentas, con denuncias en su contra por abuso infantil, que hicieron que el chiste dejara de tener gracia. El genial artista cargaba ahora con la monstruosa sombra de la pedofilia. Para quienes aceptan separar la obra de la persona, allí quedará por siempre el genial disco y los excitantes días en que todos intentábamos, con mayor o menor éxito, copiar la «caminata lunar».
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