Las colaboraciones han sido materia prolífica y generosa en la música nacional: del tándem Spinetta-Páez a los tangos de García y Aznar, o aun en el malogrado proyecto Spinetta-García, algo inédito surgió cada vez que las glorias de nuestra música popular se confabularon para dar un salto interpersonal a sus estéticas. El vínculo entre Gustavo Cerati y Daniel Melero no fue la excepción: hace tres décadas lanzaban Colores santos, una joya del pop nativo cuyo carácter híbrido y experimental sigue emanando una frescura que no pierde vigencia.
En el verano de 1992, tras la apoteosis que significó la Gira animal en la 9 de julio, Cerati y Melero se asociaron para refrendar su admiración mutua a través de una obra deseada, programada y creada en el estudio. Cerati, recordemos, había versionado años atrás la emblemática “Trátame Suavemente” de Los Encargados en su debut con Soda Stereo, y venía de trabajar con su amigo en Canción animal (1990) y Rex mix (1991), EP que ponía a la banda en la expectativa de un auspicioso giro sonoro. Melero, por su parte, factor clave en los últimos años de Soda, había convocado a Gustavo para elaborar su notable álbum Cámara, también de 1991.
Pero el sello conjunto había quedado algo difuminado tras el peso de sus propios proyectos, y era tiempo de consagrar esa reciprocidad: “Daniel siempre me alucinó”, decía Cerati en el reportaje documental Haciendo Colores santos sobre Melero, quien en la misma cinta definía a Gustavo como “el artista que más admiro”. El producto de esa unidad de amistad y trabajo vería a la luz el 25 de marzo de 1992.
“Vuelta por el universo”, primer corte de difusión, condensaba a la perfección algunas de las constantes del álbum: escena, ritmo, sensualidad. Canción pop de contorno experimental, el simple abría el oído a una fuerza contenida, en constante tensión, rasgo que Melero celebraba en una entrevista de la época: “Hay una pulsión de vida, de vértigo. Y calma en el vértigo. En muchos temas trabajamos con el concepto de los opuestos conviviendo sin conflicto. Por ejemplo, contraponer sonidos mullidos con guitarras completamente ácidas, o ritmos vertiginosos con teclados totalmente estáticos”.
En ese momento, según contó Cerati, ambos se encerraban a escuchar discos de My Bloody Valentine, Ultra Vivid Scene, Primal Scream y The Orb, entre otras bandas. Fue toda una época en la que la subjetividad del sonido, vía sintetizadores, efectos y samplers, adquirió una relevancia ya legendaria. El devenir del disco está plagado de joyas: la trompeta del genial Flavio Etcheto, en la hipnótica “Madre Tierra”, y las voces de Carola Bony en “Pudo ser”, enriquecen una escena por demás sofisticada y sugerente que no para de crecer.
En su primer desprendimiento de Soda, Cerati apuntaba: “Colores Santos me abrió la cabeza”. Melero, en su tono, completaba el concepto: “El disco se mete con imágenes periféricas a las del rock”. El carácter contemporáneo del álbum se adentraba en una estética de estudio tan elástica cuanto integradora, fluctuante, de vanguardia. Un ambiente que oscilaba con naturalidad entre el pop electrónico y el art rock, mixtura que ambos desarrollarían con creces en sus respectivas carreras solistas.
En los extremos de la contemplación y el ardor, en el contraste, Colores santos es la irrepetible alquimia musical de dos monstruos en estado de gracia. Una obra de arte que guarda bajo llave una intimidad fascinante, un aroma artesanal, analógico, que se adentra en canciones cuyo encantamiento nos sigue despertando la imaginación y los sentidos.