Columna de opinión.
Caro, pero no el mejor
La colocación de un título público en dólares a 100 años por parte de la gestión macrista caló profundo en la sociedad. ¿Qué necesidad de endeudarse a una tasa del 8% y a tan largo plazo? ¿Por qué la emisión solo se difundió a la sociedad cuando ya estaba en marcha? ¿Se decidió emitir el bono porque lo ofrecieron los bancos colocadores? ¿Quién invierte a 100 años en la Argentina?
Estas y otras preguntas resonaron en la discusión de la semana. Parece una exageración, una puesta en escena de los funcionarios nacionales. En verdad, no es más que la continuidad del afán de incrementar el endeudamiento externo del equipo económico. Esta avidez tiene sus profundas raíces en la situación económica y también la política, esta última vinculada con las elecciones de medio término.
El ministro de Finanzas resaltó que la operación muestra «prudencia y responsabilidad: estamos aprovechando un momento de tasas muy bajas a nivel mundial y es importante, entonces, balancear los plazos de endeudamiento». Pero la colocación argentina se realizó con una tasa muy alta, lo que indica un riesgo país elevado, que no se redujo sustancialmente por el pago a los buitres. De hecho, cabe comparar la tasa del 8% de esta colocación con el súper rendimiento del 9,7% anual reconocido a los bonos pari passu de los buitres más grandes y agresivos, o el 4% a los «me too» (que se asociaron a la demanda original).
Pero además, en enero de este año el gobierno nacional emitió un bono en dólares a diez años a una tasa del 6,875% por U$S 3750 millones. ¿Por qué, si el gobierno cree en sus propias proyecciones y la tasa debería bajar por la confianza de los mercados, no volvió a emitir a diez años con menor interés?
A simple vista no hay razones que justifiquen la colocación del bono a 100 años a una tasa tan elevada. Puede que el motor de dicha emisión se encuentre en que la oferta provino de los bancos colocadores, previendo un buen negocio, y el gobierno la aceptó. O puede que los funcionarios de Finanzas piensen que resultaba la única opción para conseguir financiamiento.
En verdad, el bono es un gran negocio para los inversores. Si se consideran los pagos por interés a realizar, más un rendimiento habitual del 3% anual, que es la tasa que pagan los países desarrollados a largo plazo, los tenedores recuperarán el capital invertido en solo 16 años. Los 84 años restantes son pura ganancia extraordinaria.
Baldazo de agua fría
Hace varios años que Argentina fue degradada a la categoría de «mercado de frontera». Obtener una recategorización a «emergente», permitiría a muchos fondos de inversión, que tienen minuciosas normas de riesgo, poder aplicar sus capitales en activos financieros en nuestro país. De esa forma, se crearían mejores condiciones para el ingreso de capitales especulativos a Argentina: esta calificación no incentivaría en nada el ingreso de inversión externa directa.
Se esperaba que este mes el Morgan Stanley Capital Investments (MSCI) clasificara a la economía argentina como «emergente», pero esta promoción fue descartada.
Las razones de MSCI para su decisión son contundentes: «Para ser mercado emergente aún debe evaluarse la irreversibilidad de los cambios recientes.» Esto es, Mauricio Macri debe probar que puede garantizar la gobernabilidad necesaria para sostener los planes neoliberales que pregonan y que los inversores externos exigen a rajatabla.
Rápidamente, los analistas y funcionarios macristas aprovecharon esta decisión como un alerta, un llamado para que el gobierno obtenga mayoría en las elecciones, o de lo contrario, las cuestiones financieras se complicarán.
El Cronista (21/6/17) editorializa: «tal vez a mediano plazo haya que agradecerle a la compañía elaboradora de índices que creó Morgan Stanley por habernos puesto delante del espejo, para que veamos que aún somos un país titubeante que debe ganarse su destino».
Por su parte, el economista Guillermo Nielsen sostuvo que la negación a elevar al país a emergente «puede tener un resultado sano para el gobierno, si es que es leído como que hay que hacer los deberes y mejorar la calidad de la gestión económica». El significado de «ganarse su destino» como el de «hacer los deberes» es claro: apurar y profundizar el ajuste.
Tierra de oportunidades vs riesgos e incertidumbres
Pareciera que el gobierno de Macri utiliza un discurso diferencial para los inversores que resulta casi opuesto al que dispara en los medios argentinos.
En la emisión de los bonos para pagarles a los buitres, el gobierno Argentino les envió un prospecto en el cual se definía a Argentina como tierra de oportunidades. Se listaba la baja relación deuda/PBI del 13%, un coeficiente que quedó en la historia.
Se enumeraba también el Desarrollo del capital humano, una economía robusta, un sólido esquema institucional, una infraestructura bien desarrollada, menos del 6% de desocupación (otro dato histórico, hoy se ha llegado al 9,2%) entre otras de las cualidades que se reconocían. No obstante, los funcionarios y medios concentrados resaltaban la «pesada herencia» recibida.
En el reciente prospecto de la colocación del bono a 100 años, y luego de 18 meses de gestión de Cambiemos, el panorama que el gobierno exhibe a los inversores es totalmente distinto. La escena está dominada por «riesgos e incertidumbres» que enfrenta la economía y la política, tales como «la inflación, el impacto de las tasas de interés sobre la actividad, la volatilidad del tipo de cambio y shocks externos como la recesión o el bajo crecimiento de socios de Argentina, caso Brasil». Muy distinto a los mensajes sobre brotes verdes, control de la inflación y del déficit fiscal que propaga puertas adentro.
En lo político, expresa claramente que el resultado definitivo de las medidas y reformas económicas aplicadas, «no puede asegurarse» porque resta implementar «medidas legislativas» (Clarín, 21/7/17).
Un cambio de timón significativo. ¿Cuál es la razón de tal cambio? Puede que sea la imposibilidad de ocultar los problemas que tienen para que la economía despegue. También, al presentar el fantasma de salir perdedores en los comicios, se presiona a los mercados para aceptar, hasta octubre, el proceso que el gobierno llama de ajuste gradual.
Los comentarios realizados indican que la liberalización financiera, junto con el fuerte endeudamiento, dan pie a los inversores externos y a las agencias internacionales para intervenir en la política argentina, ya sea a través de opiniones, de calificaciones o directamente de operaciones de mercado. El objetivo es siempre el mismo: intensificar las políticas neoliberales y el rol de los mercados. Cuantos más votos obtengan los representantes del gobierno en las elecciones de medio término, mayor será la profundidad del ajuste. «
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