La expansión de la robótica es ubicua en la industria, tanto a nivel mundial como de nuestro país. El avance del uso de la inteligencia artificial y el machine learning tienden a destruir buena parte de los empleos en el sector de los servicios: Google invierte en el desarrollo de bots para reemplazar a quienes trabajan en call centers, varias empresas experimentan con “autos inteligentes” para tener UBER sin choferes, por mencionar dos ejemplos suaves. Los objetivos de la oligarquía global apuntan a reemplazar eventualmente a la mucama, la enfermera, la médica, el mozo, y una larga lista de trabajos.
En el siglo XIX los luditas planteaban destruir las máquinas que reemplazaban los oficios artesanales. Obviamente fracasaron. Reeditar un nuevo ludismo prohibiendo la automatización a nivel nacional en un mundo capitalista hipercompetitivo no es lúcido ni útil, porque llevaría a retrasar todavía más el desarrollo de las fuerzas productivas de nuestro país, a perder competitividad y en última instancia terminaría reforzando nuestra posición como proveedores de materias primas no elaboradas para EEUU y Europa. Por otro lado, quedarse de brazos cruzados y dejar que la destrucción del empleo avance nos llevaría a un mundo de pesadilla, acentuaría la desigualdad, con unos pocos dueños de todo y una mayoría de excluidos sumergidos en una profunda miseria.
Ahora, se imponen dos interrogantes: ¿Las únicas alternativas son esas? ¿La automatización y la robótica sólo pueden tener como fin la destrucción del empleo y la concentración de la riqueza en pocas manos? Estamos ante una falsa dicotomía. El saber popular dice: “de los laberintos, se sale por arriba”. Tenemos que idear un proyecto productivo y un marco legal que nos lleve a implementar una automatización y robótica aliadas al bienestar de la Nación, a la creación de nuevos puestos de trabajo de calidad, y a la expansión de las PyME, las cooperativas y otras modalidades de la economía popular.
Determinar cuál es ese modelo y cómo realizarlo es una tarea que inevitablemente deben abordar nuestros centros de producción de conocimientos, pero no una es tarea para que se pueda realizar desde la perspectiva exclusiva de una facultad o una carrera. Quien sabe de Derecho, usualmente no tiene idea de qué es posible hacer con un robot o qué le resulta imposible. Quien maneja la ciencia de datos no puede imaginar ni remotamente las repercusiones económicas que podría tener un tipo u otro de desarrollo de la inteligencia artificial. Así podríamos continuar, es evidente que el problema requiere del análisis colaborativo de diversas carreras de las universidades nacionales.
Por otro lado, la perspectiva del mundo de la universidad puede ser sesgada y distante de la realidad cotidiana del pueblo argentino. Los principales espacios de representación del mundo laboral son los sindicatos, lo que hace necesario conectar el mundo académico con el gremial para confeccionar un plan adecuado. También son actores relevantes para esta discusión las organizaciones sociales, el movimiento de las mujeres y los sectores de la economía popular y las Pymes. La tecnología que utilizan las grandes empresas oligopólicas puede no ser útil para entidades productivas de otras escalas. Es necesario analizar en conjunto qué tecnologías sería conveniente desarrollar para tener una vida más digna.
Esta tarea debe ser realizada desde un espacio federal. No es suficiente la perspectiva centralista o de una sola casa de estudios, aunque tenga un prestigio consolidado como en el caso de la Universidad de Buenos Aires. En el AMBA no se tiene la misma experiencia sobre el Noroeste de quien vivió toda su vida en Salta, En la UBA no se tiene la perspectiva que se tiene en la Universidad de La Plata o en la de Florencio Varela.
Los avances de la tecnología pueden contribuir a la erradicación de enfermedades, la mejora de la calidad de vida de la población, una mayor autonomía de los ciudadanos frente a las corporaciones, y la consolidación de un modelo nacional inclusivo.
Debatir acerca de qué tecnología queremos como país y como pueblo, e impulsar un marco legal para la misma, es un primer paso para abrir las líneas de investigación y desarrollo desde el mundo universitario y los institutos de investigación nacionales para la creación del modelo de desarrollo tecnológico que la Argentina necesita. El Estado debe tener un rol activo para generar proyectos para este desarrollo.
Inevitablemente, el desarrollo tecnológico modifica al mundo del trabajo, pero desarrollar un modelo propio es esencial para la creación de un modelo laboral beneficioso para las y los habitantes de nuestro país.
Si esta iniciativa es exitosa, puede repercutir positivamente en las legislaciones y las economías del resto de la Patria Grande y contribuir a consolidad la unidad regional. Tengamos el coraje de dar el primer paso.
El autor de este texto es licenciado en Ciencias Físicas
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