José es empleado del Ministerio de Salud de la Nación, trabaja en el Programa Nacional de Abordaje Territorial dependiente de la Dirección Nacional de Salud Familiar y Comunitaria. La descripción forma parte de una anécdota sobre las problemáticas diarias que atraviesa en su área. Justamente, el área de salud territorial (comunitaria) que más recorre los territorios desplegando los planes DETeCTAr y, además, es el soporte que sale a vacunar a la población.
La trama temporal de la pandemia puede volverse una trampa laboral para las y los trabajadores esenciales del Estado. Por ello, los relatos sobre “trabajos esenciales” pueden variar desde las labores de cuidado hasta profesionales de salud, pero no podemos dejar de lado a quienes venían desplegando un abordaje en torno a las esferas de la cuestión social: vivienda, educación, la ya mencionada salud. ¿Trabajadores de la integración? Desarrollo Social de Ciudad (Hábitat), de Provincia, Institutos de Vivienda, Unidades especiales, programas como Envión, centros de educación no formal, conforman el abanico actual de trabajadores estatales de la emergencia, sumado a las oficinas municipales de acción social de cada distrito.
Es interesante leer los análisis que resaltan las características de estos trabajos: la limitación de jerarquías, la diversidad de tareas, la personalización de la asistencia, entre otras, son pensadas muchas veces como problemas de funcionamiento institucional. Pero hay algo que estos análisis soslayan: la existencia de diversidad de agencias estatales sobre la misma emergencia, e inclusive la espeluznante relación que tienen los organismos con sus territorios a cargo. Por ejemplo, la Ciudad de Buenos Aires tiene al menos cuatro oficinas públicas que tratan las problemáticas en sus villas: la histórica Ugis (creada en la administración Macri), Corporación Sur Buenos Aires, las áreas de comedores del Ministerio y la palanca del IVC, que fue gran protagonista en los últimos tiempos larretistas. Todas estas oficinas crecieron al ras de la desfinanciación en Salud y Educación, que sufrieron las áreas de villas de la ciudad, por lo tanto, quienes allí trabajan vieron acrecentar sus tareas en este contexto pandemico: no hay jerarquías, hay multiplicidad de tareas, hay problemas institucionales acumulados, y como me comentó un delegado de Sutecba sobre la situación, “a las autoridades les chupa un huevo, nos dijeron que agradezcamos que cobramos todo y que tenemos trabajo”. ¿Serán los cientistas sociales los que se desgarren las vestiduras “pensando” en nuestros trabajos? De este modo, el mismo sindicato cumple con una protección gremial a empleados de planta permanente y transitoria (entendible), dejando a una cantidad de empleados precarizados a la libre voluntad de sus coordinaciones y de la realidad acuciante. La división radica entre los empleados que trabajan 3 días a la semana y un resto que están casi 24 horas disponibles al menos 5 o 6 días semanales.
Hace menos de un año, cuando murieron atropellados empleados de tránsito de Ciudad, se puso sobre la mesa la cantidad de trabajadores sin derechos (aportes jubilatorios, ART, vacaciones pagas, indemnización por despido y aguinaldo) de la ciudad: un informe de ATE capital habla de 18.000 contratados bajo la modalidad “locación de servicios”, información corroborada cuando uno ingresa a la página de estadísticas del GCBA, donde se encuentra que hay al menos 7000 “jóvenes profesionales” y las ya conocidas “plantas políticas” o “planta de gabinete”; es decir, aquella que ingresa y suele egresar en los cambios de gestión. Esos “jóvenes profesionales” –vaya categoría- encargados de la “integración social” ayer, y que son más “todo terreno” hoy por hoy, ¿serán parte algún día de lo que Perelmiter y Heredia (Anfibia 2020) llaman “institucionalización de la contención social”? Porque si las condiciones de precariedad laboral se multiplicarán en el Estado, poco se podrá hacer con escasez de recursos humanos. Por ejemplo, el GCBA tuvo que acudir a todo el andamiaje de las organizaciones comunitarias y, también, a voluntarios de la UBA. Sería interesante que podamos pensar el rol que van a tener las burocracias realmente existentes en el futuro inmediato.
Todo es emergencia, y aparecen la versatilidad, la paciencia y cierta frialdad grupal para atravesar estos tiempos, porque hasta eso se perdió, la humanización necesaria y tan característica de estos trabajos: centralización, decisionismo y planillas de Excel.
Los tiempos que vienen pueden ser muy complicados. Latinoamérica, nuestro país, se encamina sin dudas a tener más pobres que muertes (Brasil y Perú me desmienten) y los encargados de llevar el Estado al territorio no pueden seguir improvisando más. Recuerdo discusiones que tenía allá por 2009: faltan cuadros medios en el Estado, personal idóneo que se dedique a pensar porque resulta que los popes secretarios, subsecretarios, directoras, gerentas (porque la administración de CABA tiene gerencias de lo social; tan empresa que duele) se dedican a decidir, bien o mal, deciden: sobre presupuestos, sobre qué hacer, sobre cómo, sobre cuántos. Después, los de abajo nos dedicamos a ejecutar, a buscar cierta capacidad resolutiva. En el medio, grises; mejor dicho, egos, egoísmos, privilegios, redes de confianza-desconfianza. Hay un problema grave que vamos a tener quienes tenemos estos trabajos: no se puede vivir más en la situación que viven las barriadas populares de la Ciudad y la provincia de Buenos Aires. Es insostenible. Hacinamiento, contaminación ambiental, desidia sanitaria, déficit escolar, la integración es un cuento que quedará enterrado. ¿Nosotres seremos los sepultureros de nuestras propias mentiras?
Pensar el Estado no solo es pensarlo en espejo a la sociedad. Es pensar en sus trabajadores realmente existentes. Quizás, conjugando la diversidad de actores, podremos definir al menos dos propuestas para generar una simbiosis que se hace inevitable: porque si el ambientalismo logró penetrar las filas de la arquitectura y las infraestructuras y así podemos pensar “ambientes sustentables”, serán tiempos de vincular políticas sociales con salud comunitaria. El problema que se viene es grave, más aún con Estados quebrados y que históricamente desprestigiaron a sus empleados territoriales.
No se podrá seguir dependiendo del “hospitalcentrismo” o del “saber médico” (que también hay que disputarlo en algún momento). Si no se invierte en prevención, en cuidados y en la información de ciertas enfermedades, en las poblaciones pobres y en los trabajadores a cargo, las desigualdades se profundizarán. Porque siempre se puede estar peor. No es el Covid 19, es el Chagas, la tuberculosis, la desigualdad reinante.
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