El ministro acordó un préstamo del BID y refinanciar la deuda con el Club de París. Pero no tuvo eco del FMI en su propuesta para relajar el déficit. Inquietud por los múltiples tipos de cambio.
Tanto la firma del programa de apoyo financiero con Irene Mejías Chacón, titular interina del BID (que prometió girar ese dinero la semana entrante más otros U$S 500 millones antes de fin de año), como las conversaciones con Emmanuel Moulin, titular del Club y a la vez secretario del Tesoro de Francia, apuntan a una misma dirección: dar previsibilidad a la gestión de divisas por parte del Banco Central. Después de la bocanada de oxígeno que significaron los U$S 8.100 millones del «dólar soja», en el frente interno no hay mucho más para esperar hasta la cosecha gruesa del año que viene.
La cuestión, entonces, pasa por asegurar la relación con el FMI, que en la última semana giró U$S 3800 millones y debe enviar otros U$S 5800 millones antes de fin de año. El aval del directorio sobre el cumplimiento del acuerdo de facilidades extendidas empujó al Club de París a aceptar la refinanciación de la deuda pendiente de U$S 2000 millones, cuyos detalles se conocerán después de la visita de Massa a Francia pactada para fin de este mes. En el Palacio de Hacienda creen que el arreglo (en el que se espera reducir la astronómica tasa de interés del 9% anual) despejará el camino para inversiones europeas en proyectos vinculados con hidrocarburos y minería.
Le marcaron la cancha
En cambio, durante las reuniones con los funcionarios del FMI que ocuparon buena parte de los tres días de su agenda en Washington, Massa encontró límites mucho más precisos. Si bien el encuentro con Kristalina Georgieva fue breve y de cortesía (aunque las partes se ocuparon en que las fotos trascendieran), hubo reuniones más prolongadas con Gita Gopinath, la número dos del organismo, y con Ilan Goldfajn, director para el Hemisferio Occidental.
El foco de las conversaciones se centró en dos aspectos: el déficit fiscal y la variedad de tipos de cambio. Este último vino a cuento de la implementación del «dólar Qatar» para gastos en el exterior y de un valor diferencial más alto para la importación de artículos suntuarios.
La variedad de cotizaciones no es bien vista por los burócratas del FMI, que prefiere un tipo de cambio único y por cierto, bastante más elevado que el oficial actual. El informe del staff técnico conocido hace una semana advirtió que «si bien estas medidas pueden brindar algún alivio en el flujo de efectivo de divisas, efectivamente crean múltiples prácticas monetarias, se suman a las distorsiones y pueden resultar contraproducentes». Por eso Goldfajn pidió acabar con las «diferentes medidas o precios cambiarios o cosas por el estilo»: a lo sumo aceptó que existan «de manera temporal y desactivarlos en el futuro».
En cuanto a lo fiscal, Massa aportó una idea: que se dejen de computar como déficit los montos destinados a inversión en obras y programas públicos. «Les planteamos la absurda contradicción entre los organismos de desarrollo y el FMI a la hora de mirar las cuentas públicas. Mientras que unos consideran los desembolsos como inversión, los otros los consideran déficit fiscal», dijo el ministro. Con ese criterio, entre las partidas para infraestructura (a las que el Presupuesto 2023 prevé asignar el 1,6% del PBI) y algunos otros programas sociales solventados por el Banco Mundial, las cuentas cerrarían sin déficit.
Sin embargo, el FMI es reacio a tales innovaciones. Por el contrario, el mensaje de Georgieva fue claro sobre la necesidad de bajar el gasto público y descartó cualquier relajación de ese objetivo. «Lo que espera el pueblo de Argentina es que su gobierno se tome en serio la necesidad de reducir la inflación. Hay presiones de la población que van en contra de lo que es mejor para la gente. Pero el Fondo no será flexible en contra de los intereses de Argentina». «
El FMI hizo sonar la alarma sobre la evolución de la economía internacional, para la que previó una desaceleración generalizada en 2023, en gran parte debido a la guerra en Ucrania, las presiones inflacionarias a nivel global y el menor crecimiento esperado para China. «Varios países, que representan aproximadamente una tercera parte de la economía mundial, se encuentran a punto de contraerse este o el próximo año. Las tres principales economías (Estados Unidos, China y la zona del euro) continuarán estancadas. En pocas palabras, lo peor aún está por llegar», anticipó el organismo en su informe trimestral sobre Perspectivas de la Economía Mundial. Aún así, estimó que el PBI global subirá el año que viene 2,7 %.
En particular, Pierre-Olivier Gourinchas, economista responsable del informe, admitió las dificultades que plantea el nivel del dólar, en su momento más fuerte de los últimos 20 años, aunque desaconsejó que los gobiernos expandan el gasto porque eso, sostuvo el autor, aceleraría la inflación. La respuesta ideal, afirmó, es «calibrar la política monetaria para preservar la estabilidad de precios, dejando al mismo tiempo que los tipos de cambio se ajusten» y asegurar transferencias «focalizadas y temporales» a los sectores vulnerables.
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