Como pocas veces en los últimos años, la marcha de la economía argentina poselectoral dependerá de una serie de factores cuya conjugación es un misterio. Hay algunas certezas, como que habrá un acuerdo con el Fondo Monetario y el Club de París, lo que debería relajar el frente externo y facilitar la reconexión de la Argentina con los mercados financieros internacionales. Entre las incertidumbres se encuentra –principalmente- la marcha de la pandemia de coronavirus, no solo en la Argentina sino también entre sus socios comerciales. El estancamiento de la actividad económica de Brasil en el segundo trimestre del año es una demostración de ello.
Las expectativas del gobierno quedarán expuestas próximamente, con la presentación del Presupuesto 2022, que deberá ingresar al Congreso en una semana y media. El gobierno nacional y el Ministerio de Economía se han cuidado de mostrar los números de la llamada «ley de leyes», pero ha trascendido que esperan un crecimiento de la economía del 4,5% de la mano de la industria, la construcción y la actividad agropecuaria. El número puede paracer optimista a la luz del reciente informe de la Comisión Económica para América Latina (Cepal), que pronosticó un alza del 2,7% para la Argentina en sintonía con el resto de la región. La previsión del organismo multilateral tiene un sesgo pesimista en función de los efectos de la pandemia y la caída de la inversión: no hay motores de crecimiento y el año próximo solo vería un rebote por las fuertes caídas de 2020.
Fondo Monetario
Aunque un sector del establishment financiero agita que no es seguro un acuerdo con el FMI, en realidad se trata de una pauta que el gobierno mantiene con firmeza. La cartera que dirige Martín Guzmán descarta de plano que la negociación no arribe a buen puerto, es decir, que la Argentina caiga en default con el FMI. En rigor, el achicamiento de las demandas nacionales a un núcleo duro -baja de la tasa de interés- facilita las negociaciones. De cualquier manera, un nuevo contrato con el Fondo debería tener por consecuencia la facilitación de la firma de un convenio con el Club de París y la apertura de los mercados internacionales de deuda. El esquema oficial espera que desde el exterior haya un flujo de capital que compense la salida. Se descarta que el cepo a la compra de dólares continuará y lo que está en debate es su intensidad, que dependerá del nivel de ingresos de divisas y de reservas.
El Palacio de Hacienda tampoco ha dejado trascender cuál será el tipo de cambio que espera en 2022. Los economistas que consulta el Banco Central para la elaboración del REM dijeron días atrás que esperan un dólar a $ 154,47 en diciembre del año que viene, con una tendencia ascendente. De concretarse, la diferencia con la expectativa que tiene Guzmán para el dólar oficial en diciembre de este año alcanzaría casi un 50%.
La baja de la tasa de interés que se prevé como consecuencia de una mayor tranquilidad de la economía debería redundar en un fortalecimiento de la demanda de pesos, aunque ello no implique un crecimiento de la inversión productiva, al menos en un primer momento. El gobierno nacional ya anunció que mantendrá el año que viene el esquema de préstamos subsidiados destinados a la industria y el comercio, iniciativa que en la actualidad representa el 80% de los créditos destinados al sector.
Ingresos y consumo
Donde más flojo se encuentra el dibujo oficial es en los ingresos de la población y el factor consumo. Mientras los salarios y las jubilaciones estén por debajo de la inflación no habrá manera de recuperar el consumo privado, que ya viene de capa caída (ver página 15). Esta debilidad choca con la idea de que se deberán reducir los subsidios al consumo de energía y al transporte de pasajeros, porque recargará la factura de gastos de las familias en un momento en que sus ingresos se achican. Además, podría agudizar el conflicto social, cuyas manifestaciones se incrementaron en las últimas semanas por la suba de los precios y la caída del poder adquisitivo.
En ese camino, la apuesta del gobierno por incentivar la exportación lo ubica en un sendero alejado del consumo interno como motor de la economía. Pero esa determinación tiene limitantes que están fuera del alcance del control de la administración del Frente de Todos, como el efecto de la pandemia, la guerras comerciales internacionales y los impactos climáticos, que aunque se traten de minimizar se cobran cada vez más una cuota mayor de la economía.