Bancos de alimentos: marketing que no soluciona el hambre

Por: Eduardo Blanco

En el Congreso avanza una ley que busca deslindar de responsabilidad legal a quienes donan comida que pueda estar en mal estado o afectar la salud. ¿Cuáles son los resultados que exhibe el mundo luego de años de aplicar este modelo?

El martes 16 la Cámara de Diputados retomó la discusión por el proyecto de reforma de la Ley de Donación de Alimentos, una modificación impulsada por el oficialismo que busca deslindar de responsabilidad legal a quienes donan comida que pueda estar en mal estado o afectar de algún modo la salud. Es una buena ocasión para conocer el trasfondo de estas entidades de caridad dirigidas por las mismas empresas que con sus prácticas comerciales de explotación y ahogo de pequeños productores son parte del problema de la pobreza y el hambre, no su solución.

La idea es simple y parece loable. Si sobran alimentos y muchos pasan hambre, la solución es repartir lo que sobra entre los hambrientos. Según esa premisa, el problema no es la desigualdad ni un sistema basado en el lucro como único motor. Lo explicita en su página web la entidad madre de los Bancos de Alimentos en el mundo, el World Foodbanking: «El hambre a menudo no es un problema alimentario, es un problema de logística». Una simple operación organizativa bastaría, entonces, para terminar con la desnutrición.

Con ese argumento se crearon los Bancos de Alimentos, entidades que vinculan a las corporaciones del negocio alimentario con quienes pasan hambre, cuyo primer antecedente data de 1967, en Arizona, Estados Unidos. En la Argentina, como en todo el mundo, los 17 Bancos de Alimentos que se organizan bajo esa denominación están liderados y auspiciados por  representantes de empresas de alimentos y del mundo financiero. 

Basta mencionar algunos de los nombres del Consejo Directivo del Banco de Alimentos de Buenos Aires. Allí figuran el CEO de la multinacional Quickfood, Luis Bamuele; la exfuncionaria macrista Isela Costantini; el ex CEO de American Express, Oscar Girola; y dos representantes del lobby financiero, Mario Vicens (ABA) y Santiago Nicholson (ADEBA). Esos gestores del Mercado proponen al Congreso que se modifique la normativa vigente para deslindar las responsabilidades por la donación de alimentos que puedan generar problemas de salud. No es un tema menor dado que la práctica habitual en el mundo es que las firmas donen la mercadería descartada del mercado por alguna anomalía, no es comida en mal estado, pero no puede ser comercializada.

En 50 años, los Bancos de Alimentos no disminuyeron el hambre, pero han representado un enorme beneficio  para las empresas. El negocio alimentario genera enormes e innecesarios excedentes que hasta la aparición de este mecanismo se desperdiciaban. Las empresas no pierden porque contemplan esas pérdidas en el precio de los productos que venden. El Banco de Alimentos les sirve además para hacer marketing de su responsabilidad social. Una campaña extraordinaria en ese sentido ha sido «Por cada kilo de alimentos que aportes, Carrefour donará otro a los Bancos de Alimentos», que la cadena francesa lanzó en España en 2017. La empresa dedujo impuestos por donaciones, colocó alimentos excedentes, aumentó las ventas, evitó la baja de precios por exceso de oferta y pagó menos impuestos al registrar menos beneficios. A cambio, no logró modificar la inseguridad alimenticia española. Todo no se puede.

El trasfondo 

Los Bancos de Alimentos ocultan dos cuestiones de fondo para analizar el problema del hambre. La primera es la sobreproducción de comida para los grandes mercados, que origina un excedente innecesario y es un factor de la inflación de precios que dificulta la posibilidad de que los sectores populares compren los alimentos. La segunda cuestión es que esa producción de las corporaciones de alimentos desplaza a los pequeños productores y los margina de los mercados, generando la pobreza y el hambre que luego los Bancos buscan paliar. 

Siguiendo el razonamiento del World Foodbanking, después de medio siglo de existencia los Bancos de Alimentos deberían poder mostrar algún logro, al menos en los países desarrollados. Si se toma el ejemplo de los Estados Unidos, estas organizaciones atienden hoy las necesidades de 42 millones de ciudadanos que están bajo el umbral de pobreza, de acuerdo con las estadísticas de FeedingAmerica. Son 15 millones más que los que había cuando nacieron los Bancos deAlimentos.

En Canadá tienen 30 años de trayectoria, pero las cifras oficiales demuestran que uno de cada ocho hogares sufre inseguridad alimentaria. Algo parecido pasa en Australia, el Reino Unido y en los países subdesarrollados. ¿Falla la logística o es que el sistema económico genera hambre y necesita cambios estructurales?

«Si a alguien le sobra para que otro coma en condiciones de salubridad ¿no puede donar?. Estamos todos locos, hay un progresismo estúpido que cree que es preferible que vayan a buscar a la bolsa de basura en vez de tener los alimentos de marca en su casa», expresó en noviembre de 2017 la diputada Elisa Carrió, principal espada legislativa de los Bancos de Alimentos, en el debate de la reforma que ahora se retoma.  Le faltó puntualizar mejor: los pobres reciben un paquete más limpio con sobrantes de una cadena distorsionada que les impide alimentarse. Es una limosna que limpia conciencias y elude la responsabilidad de promover que los propios trabajadores puedan organizarse para producir sus alimentos y superar el hambre en condiciones dignas y sostenibles.

«Es justicia, no caridad lo que el mundo necesita», escribió la británica Mary Wollstonecraft Shelley hace casi dos siglos. Aquella que en su novela Frankenstein plantea con crudeza las monstruosidades que los hombres pueden crear cuando la ambición es lo único que cuenta.«

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