Hay socios autoconvocados para que Riquelme sea candidato en 2019. En la oposición también lo quieren. Y hasta el oficialismo se entusiasma. Él espera. Y también dependerá de Macri.
«Está jugando un poquito… Todo puede ser acá –acepta Leandro Pompilio, vicepresidente segundo de la Asamblea de Representantes, amigo de Riquelme, hijo del ex presidente Pedro Pompilio–. Es medio impredecible. Le gustaría ser mánager. Presidente, por ahora, lo veo medio lejos, pero todo puede pasar acá. No sé si se meterá en las elecciones que viene o en las otras. Depende de muchas cosas». Una de las cosas, tal vez la más importante, son las elecciones ejecutivas.
El lunes, al día siguiente del Superclásico, circuló un mail entre un grupo de hinchas con el asunto «Román 2019». La premisa: organizar un «operativo clamor» que «signifique el principio de un camino para rescatar al club», ya que «representa un ideal, una manera de pensar y de entender» a Boca. El angelicisimo, que exhibe al secretario Christian Gribaudo como candidato, sale perdedor en las encuestas con Riquelme como contendiente. Las agrupaciones opositoras tratan de seducirlo. El oficialismo, que centra el futuro en la conquista de la Copa Libertadores, no descarta ir a buscarlo ante la adversidad. Y los hinchas, ante cada revés, como la derrota ante River y la eliminación de la Copa Argentina ante Gimnasia, piden por él.
Riquelme es el as de espadas. Todos quieren atraparlo. Pero a él le molesta que lo encasillen. «Al que diga que apoya, o el que esté con él, inclina la balanza», apunta Leandro Pompilio, que integra la agrupación oficialista Xeneizes por Siempre Boca, crítica de la candidatura del angelicista Gribaudo, cercana a Rodolfo Ferrari, actual vice primero. Macri pretende que el candidato en 2019 sea Andrés Ibarra, ex ministro de Modernización de la Nación, y en el caso de que decidiera participar de las elecciones, con Riquelme a su lado.
Pero si a Riquelme hay que emparentarlo con algún presidente de su época como jugador, ese es Pedro Pompilio, al que le dedicó un gol después de su muerte. Fue quien lo repatrió en 2007 desde Villarreal. Riquelme planeaba quedarse a vivir en España. Pero Macri mandó a buscarlo, presionó para su vuelta. Lo veía como una carta de triunfo, afuera y adentro de la cancha. Cuatro días después de que Boca ganara aquel año la Copa Libertadores al compás de Riquelme, Macri fue electo por primera vez jefe de gobierno porteño.
En la primera fecha de la Superliga, ante Talleres en la Bombonera, el 13 de agosto, aparecieron pintadas en las paredes del barrio: «Juan Román 2019». Ninguna agrupación se las adjudicó. Pero hablaron, dijeron mucho, y preocuparon puertas adentro. «Vamos a ver si soy presidente –había dicho en enero Riquelme, en una entrevista con ESPN–. Ya llevamos mucho tiempo sin ganar la Copa; no pensé que iba a pasar tanto. El presidente que tenemos hoy intenta hacer las cosas bien. Este es su séptimo año, ¿no? Tendré que pensar mucho si tengo que tomar la responsabilidad de ayudar a mi club, y si algún día tengo la posibilidad de ser presidente, espero que el hincha me dé la posibilidad de ser ocho años presidente y ver si puedo ganar una o más Copas».
«Nuestra agrupación –advierte Jorge Amor Ameal, de la opositora Juntos por Boca– está disponible si Riquelme se quiere presentar. Si se presenta no es un problema para nosotros, lo será para los otros. Lo veo haciendo todo lo que se proponga. Es una persona muy inteligente». Las listas electorales recién deberán presentarse a principios de noviembre del año que viene. «Todo el mundo habla de Román, ¿pero si la primera medida que plantea es convertir a Boca en sociedad anónima?», interroga Claudio Giardino, de Boca es Nuestro, y agrega: «Apoyar una candidatura sin saber las ideas es un poco peligroso».
Riquelme sabe, y lo admite entre los suyos, en la intimidad, que el cargo de presidente de Boca representa más que el de muchos gobernadores provinciales. Al mismo tiempo, conoce el poder de fuego de Macri y Angelici, a quienes enfrentó como futbolista, con quienes se reunió en más de una oportunidad; y que ellos, al menos en Boca, no son lo mismo pero se parecen.
Mientras, ve cómo Juan Sebastián Verón, un contemporáneo, preside Estudiantes. Mientras, recibe llamadas de opositores. Mientras, estira su partido homenaje en la Bombonera, acaso porque esa despedida puede ser la bienvenida, el regreso al patio de su casa. Quiere estar, permanecer en la memoria de los hinchas, y aparecer de repente, como cuando fue a votar a última hora en las elecciones de 2015. Aquel año, dijo: «Me voy a tratar de preparar de la mejor manera para ser presidente de Boca. Tengo algo a favor: el hincha me cree». En eso está. Mientras, Riquelme toma mate en su búnker de Don Torcuato, como si fuera un acto de resistencia a los tiempos políticos.
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