Hay una historia que relata Osvaldo Soriano sobre sus inicios como cronista deportivo que puede leerse como ficción, que puede leerse como realidad –que es como él la contó– pero que es lo que importa, una historia. Está en Soriano, la biografía que acaba de publicar el periodista Ángel Berlanga. Ocurrió cuando el escritor trabajaba en el diario El Eco, en Tandil, y lo mandaron a cubrir un encuentro de la liga. Resulta que Soriano cayó tarde, después de un asado, había tomado bastante, y entonces decidió preguntarle a uno que estaba ahí cómo iba el partido. Dos a uno, le dijo, y Soriano desde ahí empezó a contar los goles. En su crónica, escribió que terminó 3-2. La poca gente que había ido sabía que había sido un 2-2, algunos llamaron al diario para aclararlo. Pero otros también dudaron: si lo decía el diario, ¿cuál sería la verdad? Incluso lo citaron para que declarara ante el tribunal –también al árbitro, que no podía creer que dudaran de su cuenta– pero Soriano se mantuvo con su resultado, lo mismo que otro colega que le había copiado la nota, así que al partido siempre le faltó un gol.
Además de hincha de San Lorenzo, además de best seller, además de un ser noctámbulo acompañado por sus gatos, además de jugar de 9 en su juventud, Soriano aportó su nombre a lo que se llamó literatura del fútbol. Sus crónicas, sus cuentos, sus artículos durante los mundiales –algunos recopilados en los libros Rebeldes, soñadores y fugitivos, Cuentos de los años felices o Arqueros, ilusionistas y goleadores– están en el orden inicial del vínculo entre la literatura argentina y la pelota. Mano a mano con Roberto Fontanarrosa. Y eso sucedía cuando no resultaba común sino una excepción. Su propia historia, incluso, intentando seguir a San Lorenzo desde el exilio.
«Los intelectuales –decía Soriano– detestan el fútbol. De alguna manera es comprensible si se tiene en cuenta la dicotomía entre mente y cuerpo, que en la sociedad intelectual sigue siendo muy marcada. Entonces pareciera que el que piensa está peleado con el cuerpo, así como el que usa el cuerpo desdeña el pensamiento. No ha habido ni habrá una pasión verdadera por el fútbol ni entre los escritores ni entre los pintores. Por ahí sí eso se da con los músicos populares. Ellos unen la cosa popular porque conviven más con la problemática de la gente de la calle».
«Esto era así antes, tal cual –me dice Berlanga, su biógrafo, autor de un libro extraordinario–. Pero eso cambió, lo cual me parece que habla de lo avanzado de la percepción de Soriano, que fue buscando puentes, antecedentes, entre artistas e intelectuales que entreveraran y gustaran de ambos campos. Solía citar a Camus: ‘Fue el tipo que dijo que en una cancha de fútbol se juegan todos los dramas humanos. Ahora, claro, una cosa es que lo diga Camus y otra que lo diga yo’. Mi impresión es que decir algo así hoy ya no es disruptivo. Por un lado, ya no abundan tanto las voces de intelectuales descalificando al fútbol y por otro se publican muchos más libros futboleros, con gran diversidad de enfoques, tonos, narrativas. Hay una poética amplísima, que abarca infinitas geografías y situaciones: desde la mega final mundialista hasta el picado de fútbol cinco, pasando por la liga de pueblo o la reunión familiar ante la tele. Un universo en expansión que excede a las canchas: ¿cómo no va a ser materia para intelectuales o narradores?».
Y es cierto, más allá de antecedentes, de textos previos incluso a Soriano –como los que recopiló el poeta desaparecido Roberto Santoro en su Literatura de la pelota, de Roberto Arlt a Horacio Quiroga, de Enrique González Tuñón a Leopoldo Marechal–, en él y Fontanarrosa apareció la literatura del fútbol que hoy es una materia común.
Lo demuestran los 20 años de Ediciones Al Arco, que fue vanguardia en la publicación de libros sobre fútbol. Fundada por Marcos González Cezer y Julio «Chopo» Boccalatte, hasta su aparición nadie había ordenado lo que se escribía sobre fútbol. Desde la primera revista hasta el último libro. En Al Arco pusieron su firma Jorge Valdano, Roberto Fontanarrosa, Eduardo Galeano y Juan Sasturain. Pero también escritores que hasta entonces no habían publicado. Hay literatura, hay historia, hay ensayo y crónica. Están los futbolistas que escriben como Juan Herbella, Facundo Sava y Hugo Lamadrid. Al Arco lleva unos 150 títulos en 20 años. El más reciente: Manos enguantadas, el primer libro sobre boxeo de Walter Vargas.
Aquellos puentes que fue buscando Soriano encontraron un refugio hace veinte años, de la mano de González Cezer y Boccalatte. Hoy celebran dos décadas y siguen siendo una referencia de los libros deportivos. «