Es el hijo del cantautor que popularizó el tema "No vamo a trabajar". Pero además es exfutbolista y entrenador. Después de dirigir a equipos de Estados Unidos, Nigeria y Sudáfrica, ahora trabaja en un club de Botswana. Los hinchas ya le hicieron una canción: "Zapata, Zapata dance".
«En Botswana no extraño las carnes: allá son excelentes», cuenta Zapata antes de regresar a África. Acaba de pasar las Fiestas en Buenos Aires y se lleva diez kilos de yerba en la valija, una costumbre que mantiene más allá de su peregrinaje por el mundo como entrenador. «Ahora pedís todo online y te llega por correo. Pero el mate es más complicado», apunta antes de cruzar el Atlántico para intentar lograr el título con Gaborone, que está segundo en la liga a falta de 18 partidos.
Zapata tiene el mismo nombre que su padre. Ambos son de Huracán, al que Zapata padre homenajeó con un tema dedicado al campeón de 1973, uno de los equipos más recordados de la historia argentina. Zapata hijo mamó esa pasión durante su infancia y se dio el gusto de atajar en el equipo del que es hincha. «Somos una familia quemera. Mi viejo me acompañaba cuando estaba en las inferiores», recuerda Rodolfo, que también jugó en Sportivo Italiano, Cipolletti, San Miguel y El Porvenir. Dice que la pelota y la música, esos mundos que conviven en su familia, también se vinculan como fenómeno cultural: «El fútbol es un arte y el escenario es la cancha». Sin embargo, nunca se animó a cantar, aunque acompaña a su padre, que a los 85 años todavía sigue guitarreando en clubes y bares del Gran Buenos Aires.
Estados Unidos fue el primer destino de Zapata como entrenador. En 1998, Guillermo, su hermano, abrió Sur Restaurant en California y poco después le consiguió una posibilidad para dirigir un Sub 15 en Beverly Hills. La experiencia le sirvió para abrir otras puertas del fútbol juvenil en Nueva York, donde vivió hasta que le llegó la hora de gobernar un plantel profesional en Nigeria. «Tenía curiosidad por aprender otras culturas. El crecimiento cultural y deportivo fue maravilloso. A partir de ahí me hice popular en el fútbol africano», relata Zapata, que empezó a encontrar las diferencias dentro del propio continente. En Sudáfrica, donde dirigió a MP Black Aces, el fútbol es privado y en Nigeria los clubes suelen estar en manos de cada estado federal. Así ocurre con Enyimba FC, el equipo más grande de la liga. Aunque el negocio, cuenta Zapata, es similar: «Hay muy buenos talentos. Pero los mandan a prueba a Europa con todos los gastos pagos, los compran por poco dinero y se quedan. Después del petróleo, el fútbol es la industria más importante». En Botswana es el deporte más popular entre los poco más de 2 millones de habitantes y un clásico puede reunir entre 20 y 30 mil personas en las tribunas. «Son muy futboleros, aunque falta dar un paso a nivel internacional», analiza Zapata sobre la Selección de Botswana a la que fantasea con dirigir en busca de la clasificación al primer mundial.
¿Qué les falta a los seleccionados africanos para pegar ese salto?
En el aspecto táctico son desordenados justamente por la falta de trabajo en las inferiores. En otros aspectos del juego, son inocentes. Tienen el talento pero falta organización. Nos une la misma pasión por el fútbol, aunque con grandes problemas en lo organizativo. Es el desafío y parte de mi trabajo: ordenarlos dentro y fuera de la cancha. En Botswana, por ejemplo, no hay muchos goleadores. Sí hay muchos mediocampistas ofensivos. Por eso el sistema que uso es el 4-1-4-1 con cuatro números 10 con llegada y talentosos.
¿Qué encontraste en Gaborone United?
Salvo en Estados Unidos, todos te exigen ganar. Estamos peleando la liga que está atravesada por una situación política y económica compleja. Cuando llegué, tuve que reconstruir el equipo: dejé solo algunos con experiencia y sumé mucho de inferiores. Todo el mundo quiere ganar y ellos también, pero les digo que van a ganar en la medida en que juguemos bien. Por eso, estimulo el buen juego, el estilo argentino y la promoción de jóvenes.
Durante la estadía en Buenos Aires, Zapata recibió distintas posibilidades para cambiar de rumbo. Aparecieron chances de dirigir en Paraguay, volver a Estados Unidos y desembarcar en Líbano. «Me llamaron de lugares insólitos», describe el entrenador que se hizo su espacio en África, otro destino extraordinario. El fútbol de Botswana, de algún modo, lo acercó a su padre. El año pasado, cuando Gaborone no paraba de ganar, la hinchada le regaló una canción que podría haber sido recitada por su viejo, acaso por el humor que lo caracteriza. «Zapata, Zapata dance» fue el grito que bajó desde la tribuna. «Les sonaba gracioso mi apellido», dice el técnico que, al menos en África, ya es canción.
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