El lanzamiento de un nuevo sistema de venta de entradas para ver a la Selección en el camino al Mundial 2026 confirma que quienes gobiernan en el fútbol no toman decisiones para que el deporte más popular del país sea más accesible.
Esa demanda no ocurre desde siempre con la Selección. Creció en los últimos años, sobre todo después de la Copa América, una vez que la pandemia lo permitió, pero explotó con toda la fuerza después de Qatar 2022. Ver a Lionel Messi en la cancha se convirtió en la utopía de quienes gastan el F5 de sus computadoras hasta que la venta se habilite y soportan filas virtuales que la mayoría de las veces no llevan a ningún lado. Las frustraciones de no conseguir una entrada se acumulan, la búsqueda va por canales paralelos. No sólo aparece la reventa, también la estafa.
El nuevo AFA ID se convierte en un pasillo VIP con distintas clases. De menor a mayor, Bronce, Plata y Oro. El socio Bronce, con un costo de 24 mil pesos, tiene una prioridad de compra para un cupo limitado durante un año. Hasta septiembre de 2024 impactaría en tres partidos (Ecuador, Paraguay y Uruguay) sin que se le asegure a quien lo tenga el acceso a una entrada. El socio Plata se garantiza una platea preferencial para los nueve partidos de las eliminatorias al Mundial 2026. Vale 1.900.000 pesos en un sólo pago. Para pertenecer a la clase alta del AFA ID, ser socio Oro, hay que pagar 4.900.000 pesos. Te da un asiento en el mejor lugar de la cancha para los nueve partidos. Las dos categorías máximas otorgan prioridad para sacar entradas a la Copa América 2024 y el próximo Mundial.
El nuevo método genera una estratificación de hinchas según su poder adquisitivo. Es un golpe a los sectores populares, a los que salieron a la calle el 20 de diciembre de 2022 en una movilización inédita, excluidos de la fiesta en la cancha. Los valores básicos de las entradas ya de por sí son restrictivos. Una general para el partido con Ecuador cuesta 19 mil pesos. El pago extra del bronce permite un salto en la fila, un acceso más privilegiado aunque no garantice tener un lugar en la tribuna. Para el resto, quienes no se asocien, queda el matadero de los comunes, entrar a Deportick, la plataforma del empresario teatral y ex diputado del Frente Renovador, Javier Faroni, que desde este año se quedó con el negocio. A los millonarios Plata y Oro, un lugar inaccesible para las mayorías, se les entrega la llave de una platea dolarizada.
Que las canchas son expulsivas para los sectores de menores ingresos no es una novedad sino una tendencia. Lo saben los hinchas de los dos clubes más convocantes de la Argentina. Conseguir un lugar para ver a Boca o River requiere no sólo de dinero, también de un status previo. De la espera como “Socio Adherente” para entrar a la Bombonera a la membresía riverplatense llamada “Tu lugar en el Monumental”.
Existe una mayor demanda para ir a canchas, quizá empujada -en una hipótesis entre muchas- por la proscripción de visitantes. Las canchas, obvio, contienen sus límites. En un problema de difícil resolución: no hay lugar para todos. Pero ser socio de un club de fútbol no implica sólo entrar a la cancha. Hay actividades deportivas, culturales y sociales, instalaciones para uso común y derechos políticos. Es, además, una forma de pertenencia: una identidad. Es la masa que mueve una buena parte de la economía en la industria del fútbol argentino. Son socios, no son clientes. Y son socios de los clubes que conforman la AFA.
Presidente campeón del mundo, Claudio “Chiqui” Tapia parece tener el terreno liberado para tomar cualquier decisión, incluso las antipopulares. Es curioso para un dirigente que suele ser despreciado por determinados sectores precisamente por su origen popular. Pero la AFA no es un lugar donde funcione el costo político.
El poder adquisitivo de la clase trabajadora en la Argentina ha sido pulverizado en años de inflación. Ese es el problema central. Pero quienes gobiernan en el fútbol no tomaron decisiones para que el deporte más popular del país sea más accesible. Lo hicieron al revés, cada vez más exclusivo. Elegida como la mejor hinchada del mundo por la FIFA, cada vez más gente se queda afuera. ¿Cómo hacer que convivan el corte internacional de un partido de la selección campeona del mundo con el carácter popular del fútbol? Es un equilibrio. Pero estas restricciones le entregan la fiesta a una élite. Los demás tienen que seguir sentándose frente a la televisión. O salir a la calle para celebrar. Eso todavía no se cobra.
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