Esta es la historia de una ventana. Posiblemente, una de las más conocidas del mundo. Tal vez sea la más auténtica por haberse convertido en santuario en el corazón de Nápoles o tal vez la más oscura porque le cortó la cabeza a Diego Armando Maradona. «Desde que vivo acá, tengo la ventana siempre cerrada. Para mí, es como el manto sagrado», dijo orgulloso Ciro Maiello, el propietario de la casa.
El napolitano que puede volver a decapitar al Pibe de Oro cuando quiera tiene 55 años. Nació en el barrio Español (Quartieri Spagnoli) y dice que también morirá ahí. Desde el 2004, cuando se mudó a su actual departamento, en la calle Concordia 68, siempre tiene una moneda de 10 centavos de euro en el bolsillo: el ascensor de su edificio se lo cobra cada vez que quiere ir al segundo piso. «Subimos así, pero bajamos por la escalera; si no, no da el presupuesto», asegura, entre risas. Desde el 2016, cada día Ciro contempla el mural pero desde otra perspectiva.
Al levantarse, cerca de las siete de la mañana, lo primero que hace es esquivar a Blanca –su perra–, cruza el living, entra al baño, prende la luz y de frente ve dos pedazos de madera que tapan su ventana. Sabe que sería un poco más económico abrirla, pero su religión no se lo permite. La única licencia que se da son dos pantuflas rosas que las apoya para que entre algo de aire por la parte inferior. «Me sirve para ventilar un poco el baño», dice y vuelve a reír. Del otro lado, invisible para quienes están dentro, está la cara de Diego Armando Maradona.
La fachada del ingreso de su edificio se esconde entre las demás, aunque todo se sabe y se escucha en Nápoles. Los balcones se rozan y siempre hay una cuerda con ropa secándose. Lo único que desentona en la manzana de Ciro es un estacionamiento en la calle Emanuele de Deo al 46. Hace un par de años, los autos de los vecinos eran los únicos propietarios. Pero a partir del 25 de noviembre de 2020, el día que murió Diego, se convirtió en un lugar religioso en el que solo estacionan oraciones, pedidos y ofrendas a Maradona.
Para entender la importancia de este lugar hay que ir 33 años para atrás, al 29 de abril de 1990. Era la fecha 34 de la Serie A y el Nápoli tenía dos puntos de ventaja sobre el Milan de Arrigo Sacchi. Diego había salido a la cancha del estadio San Paolo con unas pequeñas Dalma y Giannina en brazos y Claudia a su lado. La fiesta ya estaba armada y solo faltaba el pitido final. La Lazio había sido la invitada a la fiesta, pero no pudo evitar la caída 1-0. La ciudad de Nápoles celebró el segundo Scudetto –el primero había sido en 1987, también con Diego– y se unió en un solo grito: «Ho visto Maradona».
La alegría afloró en los napolitanos. Las paredes viejas y tristes se pintaron de fútbol y el Quartieri Spagnoli fue uno de los barrios en donde la expresión artística desentonó gracias a la juventud. Mario Filardi, pintor y tatuador autodidacta, tenía 23 años y organizó una colecta para hacer un enorme retrato de Maradona. Consiguió la plata y lo pintó en dos noches y tres días en el paredón de un estacionamiento. Sin embargo, unos años más tarde, un vecino del edificio abrió una ventana no autorizada justo a la altura de la cara de Maradona y destruyó el mural. Diego quedó acéfalo.
Si bien no es la única que se abrió, fue el pecado capital. Hasta abril del 2023 fueron siete las ventanas que se inauguraron: un par en los pisos dos, tres y cuatro, y una sola en el quinto. La única que dolió, sin embargo, fue la ventana izquierda del segundo. El mural continuó de pie, aunque sin cabeza. El paso del tiempo se fue robando el barniz con el que estaba hecho. «Quien ama no olvida», decían los vecinos que intentaron reconstruirlo.
En 2010, el pintor Filardi murió a los 33 años. Para volver a ver a Maradona en el corazón de Nápoles hubo que esperar hasta 2016. Otra colecta de dinero. El responsable de hacer al nuevo Diego fue Salvatore Iodice, artista y artesano que trabaja en el Quartieri Spagnoli.
Ciro había comprado en 2004 esa casa. Siempre se mostró dispuesto a enmendar lo que había hecho su anterior dueño y le abrió la puerta de su hogar a Iodice. Pero hubo otro inconveniente: los vecinos no estaban satisfechos con la nueva cara de Diego en la ventana tras la restauración. Por eso, decidieron llamar al artista argentino Francisco Bosoletti, quien se había encargado de pintar una representación de la diosa egipcia Isis, venerada en la antigüedad en Nápoles, en el edificio contiguo.
Ciro recuerda que, en menos de una semana, el 27 de febrero de 2016, lo terminaron: «Así, de rápido como el Diego». Habían puesto unos paneles de madera delante de la ventana para tener el menor relieve posible y, a la altura de su baño, fue el primer trazo del nuevo Maradona. Después de terminar la cara, retocaron con pintura el torso de las corridas memorables del Diez que le dio al Nápoli una Copa Italia, dos Scudettos, una Copa UEFA y una Supercopa Italia.
Maradona renació y continuó cuidando desde las alturas los autos de sus vecinos hasta noviembre del 2020, cuando tomó otro rol. «Con su muerte, parece que se viralizó el mural y fue un lugar en donde se lo viene a venerar», aseguró Ciro, quien convive a diario con el bullicio de una ciudad. «Para mí es normal. Nápoles es ruidoso y esto es Nápoles. Me gusta vivir acá, yo también soy esto», dice.
Hoy la ciudad está convulsionada. Faltan horas para que el mundo sepa lo que en Nápoles ya se festeja: el tercer Scudetto, el primero sin Diego. La primavera entierra un invierno que duró 33 años aunque parece que los números ya lo habían anticipado: 29+04+1990=2023. Ciro sabe que la ventana –que es toda una religión, pero está en su baño– tiene que ser arreglada: la humedad se la está comiendo. «Pero eso lo haremos después de los festejos».