El voleibolista Luciano De Cecco, que admitió recaídas anímicas, y el futbolista Leandro Díaz, que dijo haber pasado una depresión, volvieron a advertir sobre el enemigo silencioso de los deportistas.
“¿Cómo estarán los chicos que ya hace dos años no juegan?”, se preguntó Toledo cuando se enteró de la muerte del Morro García, de la que se cumplió un año el 4 de febrero. Hacía dos años había dirigido en las inferiores de Palmira y Rodeo del Medio, clubes de la Liga Mendocina. En ese lapso, había vuelto a manejar camiones, a comprar verduras. Los empezó a llamar. Ahí se gestó el Morro Fútbol Club. “Nos representa -dice ahora Toledo-. El deporte juega mucho con la cabeza, con las ilusiones de estar en lo más alto. Y a veces no se dan las cosas por muchos motivos. ‘Triunfar, triunfar. Llegar, llegar’, dicen todos los técnicos. Y los chicos hacen el esfuerzo: dejan de salir a los bailes, dejan hasta de tener novia, trabajan a la par. Y cuando los descartan y olvidan, el quiebre. Se sienten destrozados por todo lo que le pusieron en la cabeza de que son los mejores. Y explotan”.
En 2020, dos juveniles argentinos se suicidaron después de que sus clubes los dejasen libres. De los que empiezan a jugar en las inferiores de la AFA con 13 años en Novena División, sólo entre el 3 y el 4% se convierten en profesionales. El 97% (no sólo) queda fuera del sistema. Después de no “llegar” aparece un combo: la desilusión de ya no ser y la depresión. En el fútbol profesional, el 38%, según la Federación Internacional de Futbolistas, sufre depresión o problemas psicológicos (cuatro de cada diez). En la sociedad, el porcentaje varía entre el 13 y el 17%. Pero la depresión es cada vez menos un tema tabú en el deporte de alto rendimiento, incluso en Argentina. Lo certificaron los Juegos Olímpicos de Tokio 2020. Los llamados “Juegos de la salud mental” después de los testimonios de la gimnasta estadounidense Simone Biles y de la tenista japonesa Naomi Osaka. Biles habló, literalmente, de “los demonios en su cabeza”. Osaka le había dicho a la revista Time después de bajarse de Roland Garros: “Espero que la gente pueda empatizar y entender que está bien no estar bien”.
A Leandro Díaz le dicen “El Loco”. Suele llegar a los entrenamientos de Estudiantes de La Plata en el country de City Bell en un Ford Falcon o una camioneta F100 que restauró durante la cuarentena. Suma 14 goles en los últimos 15 partidos en Estudiantes, líder invicto de la Zona 2 de la Copa de la Liga, esta noche rival de Boca y con muy buenas chances de entrar a la fase de grupos de la Libertadores. Cuando la pelota no entraba, dos hinchas lo fueron a visitar a su casa para darle aliento. Lo esperaron en un auto. El Loco salió con un arma. “Tenían miedo ellos, después -contó-. Se quedaron esperando y me dijeron: ‘Ponete bien que vas a andar bien’. Y les regalé una camiseta”. El año pasado, después de un clásico, declaró: “Los hinchas de Gimnasia son cagones”. Este año, festejó un gol ante Huracán haciéndoles una ametralladora a los hinchas rivales: en su paso por ese club había tenido problemas con la barra brava. Díaz llegó a los 14 años a la pensión de Lanús, club en el que debutó en Primera. Atrás dejaba el barrio Villa Amalia de Tucumán. Y un trabajo: vender ladrillos, cargarlos, subirlos y bajarlos de los camiones. Quienes lo conocen siempre notaron que se tiraba abajo él mismo, solo. Y lo escucharon decir que el rencor no le hace bien al cuerpo.
En la nota post partido de la fecha pasada de la Copa de la Liga, Díaz dijo: “Cuando uno tiene depresión, tiene que hablarlo. Es más difícil cuando no lo contás. Tuve la ayuda del club y los médicos en el momento justo. Empecé a salir, a jugar, a soltar, y demostré que puedo jugar en Estudiantes. Acá me aguantaron un poco más; en otros lados me corrían cada seis meses. Confiaron en mí en ese año y medio que no estaba bien de la cabeza. Todo esto es fruto, más el esfuerzo que le metí en los entrenamientos, de los doctores del club. Puedo jugar tranquilo. Los médicos me empezaron a tratar y después vino lo demás”. En aquel “año y medio”, una vez lo expulsaron y le dieron diez fechas de suspensión. A los 29 años, Leandro Díaz se animó a hablar de depresión en público. En 2020 lo había hecho Ramón “Wanchope” Ábila, también en una nota post partido de Boca: “Vengo golpeado hace meses, la pandemia se llevó a mi hermano. Se quitó la vida, tenía depresión. El dolor es mucho, todos estamos muy tristes. Decirle a toda esa gente que pida ayuda, que hay gente que lo quiere y que la salida es hablar y ofrecerte a esas personas que te quieren de verdad para salir de esa angustia y esos momentos”. Y el año pasado, la futbolista Macarena Sánchez y la nadadora Delfina Pignatiello.
Otro deportista argentino que habló en la última semana de depresión fue Luciano De Cecco, capitán de la selección argentina de vóley y elegido segundo mejor jugador del mundo. De Cecco reveló lo que vivió durante los días olímpicos en los Juegos de Tokio, mientras Argentina se encaminaba a la medalla de bronce, mientras lo tildaban de “oficinista”, “panadero” y “médico” por su mente fría, por limitarse a desempeñar su rol: tratar de ayudar a los compañeros para que sean mejores. “He sufrido depresión, no mucha gente lo sabe -contó De Cecco a la revista Acción-. Afronté torneos como si nada y después me iba a mi casa y estaba tirado con la luz apagada mirando películas todo el tiempo, sin hacer nada. No sé si depresión, pero sí una caída anímica en la que te sobrepasan todas las situaciones porque te exigís al máximo para llegar a donde querés llegar. Es algo que no se debe dejar pasar porque nadie sabe el infierno que vive cada uno, lo que uno pasa afuera de la cancha para llegar a ese momento en el que todos te miran por la televisión y dicen: ‘Uh, mirá lo que hizo Luciano’. Todos tenemos problemas que se ocultan dentro de un jugador, dentro de la camiseta. Y hay que decirlo y tratar de dejarse ayudar”.
El Morro García había pensado en dejar el fútbol. Como De Cecco, contó, no prendía la luz de su casa. “Estaba totalmente deprimido, no quería jugar al fútbol -había avisado-. No somos robots, no estamos hechos de acero”. El 34% de los deportistas, detalló la revista British Journal of Sports Medicine, padecen ansiedad o depresión. Y uno de cada tres argentinos, destacó el primer Estudio Argentino de Epidemiología en Salud Mental, sufre de algún trastorno psicológico. El deporte, caja de resonancia, los expone más: exigencia, presión, exposición pública, “miedo escénico”. Los deportistas no son “máquinas”, a pesar de los discursos propios y la retórica periodística de gloria y fracaso. Los casos aislados pasaron a ser noticia frecuente. Cuando la tristeza se convierte en enfermedad -también en el deporte-, se llama depresión. Y si los deportistas hablan abiertamente de salud mental, el tema se acerca al resto de la sociedad. Se humaniza.
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