Lionel Messi jugará esta noche, a las 20.30, su segundo partido para el Inter Miami. Será ante Atlanta United, por la segunda fecha de la Leagues Cup, un carrusel de rivales y de torneos que todavía resultan extraños. Pero aunque la relación entre la mayor colonia latinoamericana en Estados Unidos y el fútbol argentino ya no será la misma, en el pasado ya se habían escrito algunos episodios –aislados pero no por eso intrascendentes- entre nuestros clubes y Miami.
En algunos casos se trató de giras de clubes y de partidos amistosos, por ejemplo un superclásico que River ganó agónicamente 2 a 1 en 2002: el equipo que entonces dirigía Manuel Pellegrini perdía 1 a 0 hasta el minuto 89 hasta que lo revirtió con tantos de Matías Lequi y Juan Pablo Raponi.
Boca, por su parte, sumó una estrella oficial al quedarse con la Recopa Sudamericana de 1990 ante Atlético Nacional de Medellín en el ya demolido estadio Orange Bowl, con un gol de Diego Latorre, aunque luego perdería la de 2004 ante Cienciano de Perú en Fort Lauderdale, a 50 kilómetros de Miami.
También la selección argentina jugó en Miami: fue un triunfo 2-1 ante Alemania en diciembre de 1993, la tarde en que Ariel Ortega debutó en la selección. Diego Maradona habría jugado ese partido si no se hubiese lesionado pocos días atrás en un Huracán-Newell’s. Pero el 10 había recibido amenazas de muerte por si llegaba a Miami.
«Por culpa del desgarro me perdí un partido que quería jugar sí o sí. ¿Por Alemania? No, qué va. Porque algunos cubanos anticastristas habían dicho que si yo pisaba Miami ellos me iban a matar, más que nada por ser amigo del Comandante Fidel Castro. Me hubiera gustado verlos de cerca, cara a cara, pero me lo perdí», dijo Maradona en su biografía, «Yo soy el Diego de la gente». La conexión olvidada, sin embargo, es el día en que Argentinos Juniors se mudó de La Paternal a Miami para jugar como local.
A fines de septiembre se cumplirán 30 años del debut de uno de los tantos fracasos que llevan las Sociedades Anónimas en nuestro fútbol: el intento de Torneos y Competencias por mudar la localía de Argentinos Juniors –que estaba en severa crisis económica y tenía clausurado su estadio de La Paternal- a Mendoza.
El experimento no duró más que una temporada, la 1993-94, y de inmediato Argentinos volvió a Buenos Aires. Para el torneo local eligió ser local en Atlanta pero también debía participar en la Supercopa Sudamericana, una competición en la que jugaban los campeones de la Copa Libertadores.
Así como el Bicho recibió en 1993 a River en Mendoza y en 1994 –de regreso a Buenos Aires- fue local ante Colo Colo en la cancha de Vélez, los dirigentes tomarían una decisión atípica para 1995: volvieron a alquilar la localía en un lugar lejano de La Paternal, pero esta vez mucho más lejano, incluso por fuera del país, en Estados Unidos. Aunque, es cierto, al menos fue sólo por un partido y no por una temporada.
La Supercopa se jugaba a eliminación directa y el 16 de septiembre de 1995 Argentinos debutó contra Atlético Nacional de Colombia, que tenía un equipazo: sólo un par de meses meses atrás había eliminado a River en las semifinales de la Copa Libertadores, aunque luego perdería la final ante Gremio. La dirigencia del Bicho decidió que el partido no se jugara en Liniers ni Caballito –como haría en 1996, cuando recibió a Racing en la cancha de Ferro- si no en Miami. Para un club en desesperación económica, el cachet parecía un salvavidas: 25.000 dólares.
Argentinos se estaba yendo al descenso: al final de esa temporada, 1995-96, el equipo bajaría a la segunda categoría después de 40 años. Su último año en la Primera B (luego reconvertida en el Nacional B) había sido en 1955. Como suele ocurrir, a ese descenso futbolístico lo acompañaba una crisis económica y dirigencial. También de tradición: son de esas decisiones imposibles de imaginar hoy. Y entonces, a cambio de esos 25.000 dólares, el club aceptó la oferta de ser local en el estadio Orange Bowl: el anzuelo no buscaba a los hinchas argentinos sino a la emigración colombiana. La Conmebol –que muchos años después promovería un superclásico en Madrid para definir la Libertadores 2018- no se negó.
Hubo curiosidades: junto al plantel viajaron dos hinchas de Argentinos, que se alojaron junto a los jugadores. Incluso se entrenaron junto al plantel dirigido por José Pastoriza y hasta vieron el partido en el campo de juego. René Higuita, el arquero colombiano, le pidió al árbitro, el brasileño Souza, que los expulsara porque escondían las pelotas luego del gol inicial de Víctor Hugo Ferreyra, apenas a los 4 minutos.
En las tribunas había 6.000 sofocados hinchas en medio del verano estadounidense: todo era tan extraño en el campo de juego del Orange Bowl, habitualmente usado para el fútbol americano, que las líneas de ese deporte se confundían con las del soccer. No sólo eso: los organizadores debieron agregar tierra a los costados para que la cancha tuviera las medidas reglamentarias. La cancha, básicamente, era un desastre.
Tras un error del arquero Damián Maltagliatti a los 17 minutos del segundo tiempo, llegaría la reacción de Atlético Nacional con goles en cadena de Víctor Hugo Aristizábal, Mosquera y Carlos Álvarez. Los nombres de aquel equipo evocan a una época de oro del fútbol colombiano: a los propios Higuita y Aristizábal se les sumaron dos futuros referentes de River y Boca, Juan Pablo Ángel y Mauricio Serna.
Argentinos perdió 3 a 1 en su localía más lejana y no podría revertir la serie en la revancha, que se jugaría en Medellín en octubre y sería otra vez para el equipo colombiano, esta vez 2 a 1. Ya en 2003, Argentinos recuperaría su estadio en La Paternal y aquel episodio en Miami quedaría restringido a un hecho aislado, en la papelera de reciclaje del club y desconectado de uno de los clubes más tradicionales de Buenos Aires, pero a la vez otro antecedente para la relación entre Miami y el fútbol argentino, antes de Messi.