La selección perdió 2 a 0 contra Suecia y se despidió de la Copa del Mundo Australia-Nueva Zelanda 2023. Como dijo Estefanía Banini después de su último baile con la camiseta argentina, los resultados no reflejan el momento que vive el fútbol femenino en el país.
Argentina perdió esta madrugada contra Suecia por 2 a 0, se quedó afuera de la Copa del Mundo y, desde las 5.45, cuando todavía le faltaban minutos al partido, mi cabeza intenta balancear este torneo en el que el objetivo principal era conseguir una victoria por primera vez; y eso no se logró. Como dijo Estefanía Banini después de su último baile con la camiseta argentina, creo que los resultados no reflejan el momento que vive la Selección y el fútbol femenino en el país.
Llegó el fin de una etapa para una generación. La de Banini, Vanina Correa, ¿Florencia Bonsegundo? y tantos nombres propios que pasaron de ser ninguneadas por su propia federación a conseguir, por su propio impulso, convicción y empuje, una vida de futbolista más digna no sólo para ellas: para las mujeres y diversidades de nuestro país.
Somos eso, en parte: un corazón, la suma de corazones, que se levantó -nos levantamos- como una marea para transformar la realidad del mundo de la pelota. No le habrán ganado a Italia, a Sudáfrica o a Suecia, pero las futbolistas en Argentina vienen cagando a goles al patriarcado.
Porque fuimos pioneras. Fuimos futbolistas desde el inicio de la historia. Fuimos las de la foto de 1913, las del Club Fémina, en Rosario, divididas en los equipos Celeste y Rosa para jugar. Fuimos esos apellidos todavía por encontrar porque los medios ni siquiera publicaron sus nombres.
Fuimos las que creyeron olvidadas, las que salimos del archivo para no volver al color sepia nunca más. Fuimos las futbolistas que en 1923 llevamos seis mil personas a la cancha de Boca, las que corrieron al organizador del partido para que repartiera la recaudación que pretendía quedarse después de haber organizado un supuesto espectáculo para hombres. Como si fuéramos un show.
Fuimos las Mundialistas de 1971, sus viajes en micros por el país para sembrar la semilla del fútbol femenino. Fuimos las que le pusimos el cuerpo y guardamos las cicatrices de las piedras y monedas que les tiraron en las tribunas, en las exhibiciones. Fuimos eso transformado en aplausos después, cuando jugaban a la pelota y demostraban que eran cracks. Fuimos la epopeya de ir a jugar una Copa del Mundo sin camisetas, sin botines y sin entrenador, y ganarle a Inglaterra en el estadio Azteca 15 años antes de un tal Maradona y compañía.
Fuimos las machonas, las marimacho, las varoneras, las tortilleras, las macho sin bolas y todos los apelativos que quisieron sacarnos de la cancha pero que acá nos tienen, de pie y gozando, incluso cuando los resultados no se dan. Deseando jugar al fútbol.
Porque fuimos las que tuvimos al fútbol como un deseo, como nuestro fuego, somos las que desmalezamos campitos y terrenos baldíos para armar nuestras propias canchas cuando no nos dejaban jugar en la de los varones. Somos las peleas con madres y padres que no nos dejaban jugar. Somos las prohibidas, las señaladas, las “no te juntes con esa porque juega al futbol y seguro es lesbiana”.
Somos las duchas de agua fría en vestuarios que daban asco, las que esperaron ambulancias y policías que no llegaron a garantizar su presencia para partidos en la loma del orto y en horarios de mierda, imposibles. Somos las que poníamos la cara cuando las instituciones nos daban la espalda.
Somos los viajes en bondi, en autos compartidos, las rifas vendidas para ayudar a pagar el viaje a las compañeras, las vaquitas para la SUBE para entrenar, el cansancio del laburo, las tareas domésticas y después el entrenamiento, cueste lo que cueste. Somos el amor por la camiseta y por el equipo, el que sea, con las pibas.
Somos las lesiones mal curadas por no tener médico disponible, los cuerpos maltratados por no tener entrenamientos serios. Por no saber.
Somos las cuatro Copas del Mundo y estos dos últimos mundiales consecutivos para una generación de jugadoras que tuvo que pelear por tener su propia ropa -y no la que descartaban los varones-, por jugar partidos con la selección, por el profesionalismo, por el derecho al fútbol como un trabajo.
Somos las de las huelgas, los posteos pidiendo jugadoras y no modelos en presentaciones de camisetas.
Somos también lo que falta: las canchas en condiciones, los estadios principales abiertos, el fin del semiprofesionalismo o del amateurismo marrón, las divisiones inferiores.
Y claro, los conflictos internos, algunas dificultades para transitar el crecimiento, somos nuestro propio barro.
Somos las lágrimas de Yamila Rodríguez, los sueños de la piba y de las pibas de Misiones, sus ganas de comerse la cancha, de ponerse la camiseta argentina.
Somos las manos de Vanina Correa, sus seis años sin jugar cansada del destrato, sus cuatro mundiales y sus atajadas.
Somos los pies de Banini, calzado número 36, sus ojos llorosos por la última gambeta con la celeste y blanca, el dolor de los tres años de ausencia por haber alzado la voz para pedir mejores condiciones, la herida que no tiene cura.
Somos lo que fuimos y seremos lo que somos -y lo que fuimos también, para siempre- porque dimos un salto de calidad en este Mundial. Construimos identidad. Nos animamos. Las que estuvieron y las que no pusieron cada una un ladrillo para eso. Porque ahora las potencias no mirarán con otros ojos, porque sabrán que hay un equipo competitivo acá, al sur de América, con agallas y corazón.
Seremos porque hay futuro. Seremos las ídolas que construimos, las que tienen historia y la conocen, y las que están por venir. Seremos las que pondremos el cuerpo también para defendernos del resultadismo, de las críticas y el hostigamiento. Seremos la bronca acumulada y convertida en motor para ir por más, adentro y afuera de la cancha.
Seremos siempre la pasión y la lucha, como dijo Banini (“Mucha lucha”), las que buscaremos terminar con las discriminaciones y los abusos de poder, seremos el legado que nos deja esta camada de jugadoras.
Seremos las Paulina Gramaglia, las Lara Esponda, las miles y miles y miles de pibitas que juegan al fútbol y sueñan con estar en la Selección, seremos las Dalila Ippólito y ese amor inconmensurable por la gambeta. Seremos el vínculo eterno con nuestra esencia.
Seremos, siempre, este amor por el fútbol, pase lo que pase en cualquier Copa del Mundo.
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Excelente y justa nota.