Alguien podrá decir que Diego Armando Maradona ya no juega, que su última vez con la camiseta argentina fue en el Mundial de 1994, en Estados Unidos. Pero el partido de Maradona, desde uno de los palcos del Estadio de San Petersburgo, tuvo el mismo ritmo que en el campo de juego. Diego pasó de bailar cumbia con una nigeriana a terminar descompensado en la previa a terminar totalmente desborado por los nervios después de que Marcos Rojo marcara el gol que valió el pasaje a los octavos de final. Al mejor jugador de todos los tiempos le bajó la presión, pero unos minutos después de finalizado el encuentro ya lo había estabilizado. En el medio gritó, alentó, pareció que se durmió y hasta hizo un fuck you, en un gesto que ya había dejado inmortalizado en su corto paso como entrenador de Racing en 1995.
Si bien Maradona había llegado a esta Copa del Mundo como uno de los más críticos de este equipo de Jorge Sampaoli, desde que pisó Rusia se convirtió en un hincha incondicional. Y sobre todo, un protector de Lionel Messi. Aunque se siguió desquitando con Sampaoli desde su programa De la Mano del Diez, siempre entregó palabras de aliento para los jugadores. Y tuvo distintos gestos de apoyo para Messi.
Después de que el 10 matara la pelota con el muslo derecho y la acomodara con la punta de su zurda para luego sacar el derechazo goleador, las cámaras se fueron con el Diez histórico, el que estaba en el palco. Maradona abrazó al aire, miró hacia arriba y agradeció a Dios. Fue una de las imágenes que dejó la jornada maradoneana. La otra fue una foto con Guillermo Coppola, su histórico amigo y exmáganer, con quien lleva años distanciados: en San Petersburgo se volvieron a encontrar y se mostraron abrazados.
#TremendaFoto #ComoenLosViejosTiempos AHORA en el estadio en San Petersburgo Guillote y Diegote cc @TodaPasion pic.twitter.com/iu5Ip8Q0r5
— NICO SINGER (@NicolasSinger) 26 de junio de 2018
Pero la postal que quedará en la historia para los argentinos que quieren e Maradona se dio en la previa, antes de que caiga la noche en San Petersburgo. Apenas un rayo de sol ingresaba entre el techo y las tribunas: fue a parar justo al pecho de Diego, que lo agradeció con las manos estiradas, mirando hacia el cielo. Fue, acaso, un anuncio de que la suerte estaría del lado argentino.