El Mundial en primera persona que me piden mis amigos de Tiempo Argentino me lleva a contarles visiones, experiencias y expectativas que vamos viviendo, trascurridas las primeas horas en Qatar. Hay aquí una disposición formidable de la gente, una inmensa cordialidad para que todo salga bien.
Veremos cuál será el resultado pero los primeros indicios son interesantes. Un detalle: la habitualmente engorrosa acreditación esta vez se hizo con gran rapidez en el inmenso edificio, uno de tantos construidos para la Copa, con lujo, comodidad, espacialidad. Funciona de un modo irreprochable. Lo digo en función de lo que se ha criticado a la FIFA por organizar en Qatar el campeonato del mundo: la vieja historia de corrupción de la FIFA es lo que nos ha traído hasta aquí a mirarnos cara a cara con los ojos azules del mar de Qatar. A caminar por la piel reseca de un lugar desértico y a la vez admirar el crecimiento como si fueran hongos de edificios que hacen a esta ciudad un lugar de vanguardia en materia arquitectónica. Un despliegue de riqueza como se aprecia en poquísimos lugares del planeta.
Habrá que ver los estadios, a la hora de la verdad. Presentan una imagen formidable que se corroborará al transitarlos. En especial el que albergará a la Selección en su primer partido el martes a las 7 de la mañana, cuando este relator pueda narrar a través de la plataforma Relatores y de Radio Nacional los partidos de Argentina en el Campeonato del Mundo con un equipo que en la emisora nacional estará trasmitiendo todos los encuentros. Poder estar otra vez en un Mundial, sentarme en un estadio después de la ausencia en dos de ellos sin relatar por la vieja historia que hay que padecer, por las eternas luchas y disputas entabladas contra los mandamases del fútbol en la Argentina, la gente de Torneos y Competencia, marca una ilusión muy grande, la de vivir un gran Campeonato del Mundo. Conoceré este martes el formidable estadio donde, si todo va bien, Argentina jugará cinco de los siete partidos que, esperemos, deba cumplir en Qatar. Allí se jugará la final.
Todo está preparado con un sentido de fascinación que no se puede eludir en los comentarios. Y ya que estamos en sitios que nos hablan de príncipes, la Selección rondará alrededor del Príncipe Aladino del fútbol mundial. Alrededor de Lionel Messi es que la chance de Argentina crece hasta un primerísimo lugar. El equipo es muy bueno, pero con el rosarino tiene un plus. Sobre todo con ese Messi tan enchufado, tan líder, tan comprometido en todo lo que hace a la gestión del equipo.
Hay otros que vienen con todo como para ser considerados favoritos. Brasil, que podría cruzarse con la Argentina en la semifinal, llega con un seleccionado tan potente que los que quedaron afuera, si armaran otro equipo sudamericano, también se habrían clasificado con suficiencia para el Mundial. Está Francia, último campeón del mundo, con un conjunto todavía más fuerte que el que resultó campeón de Rusia 2018, en medio de lo que entonces convocaba a una cierta sorpresa; con jugadores excepcionales y con Mbappé, que es para el seleccionado blue lo que Messi es para la blanquiceleste: un jugador de excepción con una increíble capacidad goleadora que hace imposible que no tenga un gran destaque. Alemania, con su poderío habitual, la fuerza y el corazón que siempre les ha permitido marcar diferencia en los Mundiales, y siempre estar entre los favoritos. Hay otros como España, que no parece estar tan bien como en el 2010. Bélgica es un animador sumamente interesante que siempre llena el ojo: recordemos cuando en el ‘86 fue eliminado por la Argentina en un partido durísimo en el que el equipo de Bilardo y Diego brindaron una actuación colosal, posiblemente una de las más lucidas de esa etapa extraordinaria.
Me impresiona la selección uruguaya: lo que tiene el medio campo es de lo más granado, con Valverde, Betancour, Vecino, De la Cruz, Arrascaeta… Un ataque con Luis Suárez, sinónimo de lo más importante de lo que ha dado el fútbol mundial en los últimos años. Las dificultades, a contra historia aparecen en la defensa, provocadas, por algunas lesiones, por ejemplo la de Godín. ¿Cómo vuelve el Faraón, se preguntan en Montevideo? Pero si la tradición se cumple, no puede sorprender que tenga destino al menos semifinalista.
Vamos a ver si el fútbol africano consigue al fin establecer una hegemonía que amenaza ya hace más que algún tiempo. Pero los equipos se van despertando sobre la marcha. El Mundial a veces se decide por una racha positiva.
La preparación de Argentina ha satisfecho totalmente. Fue creciendo, quemando etapas, superando adversarios como Brasil en la Copa América, labor que construyó a la imagen con que viene la Selección a esta Copa. Como Messi va a jugar bien, se depende de otras líneas: que la defensa aporte solidez a lo que en ataque muestra un equipo con todas las capacidades para llevarse el título.
Para quien escribe estas líneas es un regalo de la vida poder estar todavía en estas lides y sentarme en un pupitre de un Campeonato del Mundo para un relato. Poder seguir apasionadamente el vaivén de la Selección. Ya en el debut, aún en un partido muy accesible, podremos tomar nota de datos certeros sobre su real capacidad. En un Mundial todo es distinto: hay nervios, hay urgencias por mostrar la categoría desde el primer instante. Ojalá que suceda enmendando ese mal comienzo del 2014 cuando ofreció la última gran producción del fútbol argentino en esa final que debió ganar porque fue mejor que Alemania. Frustrante para el gran Alejandro Sabella. Y también para Messi en esta valoración tan obstinada del resultadismo. Me persigue la impresión de que no se ha sabido valorar lo que significó esa actuación en Brasil.
Veremos si los pies alados de este mundo de príncipes le confieren la técnica y eficacia a un gran equipo para lograr lo que un pueblo entero está esperando.