En los primeros segundos del miércoles 28 de septiembre, apenas después de que Argentina le ganara a Jamaica en otra función de un Lionel Messi en estado Buda del fútbol –el jugador que a los 35 años llegó a la liberación, la última etapa de la sabiduría-, Claudio «Chiqui» Tapia anunció la continuidad de Lionel Scaloni como director técnico de la Selección hasta el Mundial 2026. Diez días después, y en el reverso de esa misma moneda, todavía no se sabe si la AFA aplicará los reglamentos escritos para los actuales torneos de Primera División y del Nacional: si habrá dos descensos o ninguno, ni si habrá dos ascensos o cuatro, una incertidumbre que se mantiene aun cuando a la Liga Profesional le quedan sólo tres fechas más el Gimnasia-Boca postergado, y la temporada regular de la segunda categoría se terminará este fin de semana -el Reducido comenzará el próximo sábado, todavía no se sabe si por uno, dos o tres ascensos-. En realidad, si es por los rumores que salen de los propios dirigentes -y ninguna voz oficial confirma ni desmiente-, tal vez hasta el Federal A, cuya última fecha se jugará hoy, sume algún ascenso más de lo previsto al Nacional.
Esa dualidad, la de anunciar un proyecto en la Selección a 2026 pero dejar correr rumores sobre la indefinición de los torneos actuales –ni hablar de lo que pasará en 2023 en los torneos domésticos-, es el último ejemplo de la doble cara del fútbol argentino, esa geografía en la que los proyectos a largo plazo y la incertidumbre -o el oro y el barro- tiran paredes. La banda de sonido de la AFA en estos tiempos debería estar a cargo de Axel Krygier: “Todos somos luz y somos sombra”.
Por un lado, un trabajo en la Selección que, de tan prolífico, apenas entra en un párrafo: la AFA liderada por Tapia generó un ecosistema afrodisíaco para que se desarrolle el mejor Messi en celeste y blanco, descubrió a un técnico fuera de los radares, reubicó a César Luis Menotti a un lugar de voz y voto, consiguió que la Selección masculina mayor diera una vuelta olímpica después de 28 años y le devolvió al público la pasión perdida por un equipo nacional que suma 35 partidos invictos –récord en la historia nacional- y llega a Qatar 2022 todo lo bien, muy bien o excelente que se puede llegar, aún sabiendo que eso, a la hora de la verdad, puede equivaler a nada. Los Mundiales no se reservan. Se ganan en el lugar. La semi profesionalización del torneo femenino, aún cuando apenas un puñado de jugadoras puedan vivir del fútbol, es otro punto a favor de la AFA de Tapia
Pero a la vez, en esa fotocopia doble faz, los torneos locales tienen impregnado el olor a reglamentos ya habitualmente manipulables, ascensos cercanos al poder, arbitrajes que siguen el viento oficial y un VAR con audios encriptados. Lo que primero pasaba en el Ascenso, y parecía un rumor lejano –un partido en Mar del Plata, otro en Santiago del Estero–, llegó a Primera División. Si Tapia solidificó su gobierno con el sostén y la lealtad de los dirigentes del Ascenso, las gratificaciones están a la vista: la Primera División con 28 equipos –y tal vez 30 en 2023- y el Nacional con otros 37 fue una de sus formas de construir poder. El año que viene, después del Mundial, los clubes del ascenso tendrán la mitad más uno de la representación en la Asamblea de la AFA. Mientras el director nacional de arbitrajes, Federico Beligoy (a la vez secretario general de uno de los dos gremios de árbitros), anunció que se tomarán medidas legales ante posibles «agravios y hostigamiento», las autoridades de los clubes esperan la confirmación para viajar a Qatar invitados por la AFA. Viajarían decenas de ellos. El apoyo sobre Tapia será aún más grande.
En esa autoridad ya consolidada, a la que ni siquiera un eventual fracaso de la selección en Qatar pondrá en duda dentro del fútbol –a diferencia de lo que ocurría hasta el año pasado, cuando Tapia debió sortear arrebatos desestabilizadores externos y vinculados al expresidente de Boca, Daniel Angelici, y competidores internos ya desactivados, como Marcelo Tinelli–, la organización de los torneos se mueve más en función de los intereses de los dirigentes que de un ideal deportivo. Más que la Asociación del Fútbol Argentino, a veces parece funcionar la Asociación de Dirigentes del Fútbol Argentino. El archivo puso en evidencia a Tapia la semana pasada, cuando en redes se replicó una frase del presidente, hace un par de años, en la que reconocía que la Primera División debía tener 18 o 20 equipos. El año que viene, si no tendrá 28, serán 30.
En eso torneos domésticos más funcionales a la construcción de poder dirigencial que a la competitividad deportiva, los reglamentos pueden cambiarse incluso en medio de los torneos. Si el Arsenal de Julio Grondona tardó 23 años en llegar a Primera desde que se convirtiera en presidente de la AFA en 1979, Barracas tardó apenas cuatro desde que Tapia asumió en 2017, con su club en la B Metropolitana, tercera categoría. Pocos recuerdan que el primer ascenso, en 2019, incluyó un cambio de reglamento en medio del torneo: de un ascenso y una promoción se pasó, en enero, a cuatro plazas y media.
En ese yin y yang de cuestionamientos que mezcla todo, también quedó en el olvido cuando Tapia reconoció el 18 de enero de 2021 que el fútbol argentino había perdido categoría y previsibilidad. «Hay que jugar con menos equipos en todas las divisiones. Hay que cuidar el producto y mejorarlo, que los torneos tengan más jerarquía», aceptó Chiqui. Casi dos años después, y ya a menos de 40 días para que comience el Mundial, el equipo de Lionel Scaloni no sólo le devolvió al hincha (y a Messi) la alegría por su Selección: también se convirtió en un escudo para el presidente de la AFA.