Es viernes por la noche. Como siempre, las luces de Times Square atraen a miles de turistas que pasean por uno de los tantos centros que tiene la Ciudad de Nueva York. A medida que uno baja tan solo unas cuadras hacia el sur, el panorama es otro. Las calles siguen llenas de gente, pero ya no son los turistas los dueños de la peatonalidad. Remeras, camisetas, gorras azules y naranjas ganan la escena, se vuelven un malón rumbo al Madison Square Garden, otro de los centros de esta ciudad. El paso es diferente, el ruido es diferente. El canto es un solo. “Let’s go, Knicks”, vuelve a rugir en postemporada después de dos años y por tercera vez en una década. Los Knicks de Nueva York se vuelven a ilusionar y el Garden es una fiesta.
Probablemente las 19.812 personas que agotaron los tickets -arrancaban en 300 dólares- no sepan que allí, en 1970, Sandro de América inauguró la era de los show en vivo vía satélite a todo el mundo. A esas casi 20 mil personas solo les importa una cosa, que Jalen Brunson y RJ Barret sigan encendidos y encaminen la serie contra Cleveland, que está igualada en uno hasta ahora. Cuando la voz del estadio anuncia sus nombres son los más aplaudidos. Pero más allá de los nombres propios, los cuatro niveles de tribunas colmadas no paran de hacer ruido. La ilusión de ir por más es total.
Arranca el juego y el grito de “defence” se hace notar. No importa que la visita enceste, el ánimo no retrocede. Sí importa que los de blanco -así visten los Knicks esta noche- acierten sus tiros de dos para mantener ajustado el marcador. Los triples, por ahora, se hacen esperar.
“No hay forma de que los Knicks no ganen este partido, conozco a mi equipo”, dicen un avivado fanático. Y el segundo cuarto le da la razón: a Brunson se le abre el aro y sus compañeros le siguen el ritmo. Barret cierra la primera mitad con una volcada, la diferencia se va 13 por primera vez en la noche y la sensación de imbatibilidad se palpa en la cancha y en las tribunas. No importan los intentos por momentos desesperados de la visita de acortar distancia, los Knicks se saben superiores y caminan rumbo a la victoria.
“Let’s go Kicks”, aturde casi en loop, solo interrumpido por la ovación al veterano Derrick Rose, quien se dio el lujo de jugar los minutos finales, esos que marcan el 99-79 definitivo.
Los pasillos del Madison quedan angostos ante la marea de gente. Y así, el ruido retumba más. Así, el grito contagia más. Y al salir a la calle -y esquivar las interminables obras- la fiesta se consume. El tránsito de Nueva York se vuelve más pesado porque de pronto miles de hinchas deciden festejar en plena Séptima Avenida. Es casi medianoche y nadie se quiere mover de ahí. Por qué habrían de hacerlo, si el Garden, de nuevo, es una fiesta.