La década ganada

Por: Ricardo Gotta

El mayor trance de estar en la cima no sólo es evitar desbarrancarse sino la demanda imperiosa, compulsiva, de mantenerse.

Ahí suben los fuegos de artificio. Ahí va ese equipo, girando loco, exultante. Ahí levitan más de 80 mil almas que gozan un nuevo triunfo, otro título, una vuelta olímpica que se suma a otras recientes, aunque una nunca sea igual a otra. El Monumental renovado es un alucinante templo de la felicidad. Hoy y ahora. Una rara continuidad. Caen millones de flecos rojos y blancos. Amanece en una noche de sábado y el cielo se enciende en blanco con una banda roja indeleble que crece hasta el firmamento.

Ahí deliran por el 15° título en los últimos nueve años. El 70° de su historia. El primero de Demichelis tras los 14 de Gallardo. La pesada herencia se difumina en la década ganada. Encima, la función de anoche fue otra vez de galera y bastón… Ahí va un equipo de estrellas. En la vera de la cancha, pintada sobre el césped parejito, la frase vibra: «Vivir y jugar con grandeza». Un símbolo. Una imposición, un orgullo, un designio, una cuchilla filosa que motiva y a la vez, obliga, condiciona. Estimula y exige redoblar el esfuerzo. Estimula y exige un tránsito en continuo ascenso, cada vez más implacable, que dificulta todo atisbo de vértigo.

El mayor trance de estar en la cima no sólo es evitar desbarrancarse sino la demanda imperiosa, compulsiva, de mantenerse.

River aún no había encendido esta nueva estrella local, que ya se obligaba a devorar el futuro. ¿Le alcanza con ser el mejor de la Argentina? No le es suficiente, para bien y para mal. Como no le basta tener un conglomerado desbordante de futbolistas top. ¿El vicio de los ricachones? Aunque no lo reconozcan explícitamente, pero este torneo, aun la Copa Argentina que se avecina o cuanto trofeo esté dando vuelta en el horizonte, todo quedará reducido, sometido, a su objetivo divino: la Libertadores. Y, concatenado, aunque sobrevuele la sensación de que es una quimera, el Mundial de clubes.

Desde hace un tiempo, River está situado en el umbral protagónico de los que buscan el éxito con avaricia. Donde se goza tanto como se puede padecer. Por ahora se entrega a soñar siempre más. Con derecho, como cualquiera, salvo que la diferencia con los demás mortales argentinos sea su poderío. Ahí se sube a esa ilusión. Aunque corra el riesgo de los poderosos, a quienes, la más de las veces con irrefutable razón, se los mire con recelo.

Pero ese sitial se lo ganó con victorias, con acertadas estrategias futbolísticas e institucionales, con la suerte de los campeones y la capacidad de los elegidos, con la convicción necesaria y la planificación imprescindible. Con ojo clínico y con la apuesta a la destreza. En equipo, individualmente, dentro de la cancha, fuera de ella, en las oficinas, en las tribunas. Todos hicieron el gol o lo evitaron en el momento justo, con apoyo popular y hasta con un cierto embelesamiento de los extraños (cada uno en su medida y armoniosamente), lo que resulta casi insólito en este bendito juego de la pelota. Una admiración que forjó con merecimientos, con gambetas, con jogo bonito…

No es antojadiza la referencia en idioma portugués. River pretende colarse en un escenario que está copado por el futbol brasileño desde hace algunos años. Las dos últimas finales de Copa fueron entre ellos. Los últimos tres títulos; ocho de los 12 más recientes. Desde esa irrepetible final del 2018 en el Bernabeu ante Boca, la supremacía, como la alegría, es sólo brasileña. Con el talento eterno de sus futbolistas. Y ahora con una billetera voluptuosa. Por momentos parecen imbatibles. El mejor ejemplo, el más reciente, lo tuvo River ante Fluminense: regresó vapuleado de Río, mitad por enormes méritos ajenos, mitad por imperdonables debilidades propias. Lo remedó en la revancha, en un lance casi perfecto, de los que no suelen repetirse. 

Ahora sigue festejando, pero mañana mismo se abocará, en esa mirada a futuro, a reforzar la defensa con sangre renovada (no es momento ni lugar para lanzarnos al berenjenal de si requiere, además renovar estrategias). Y también aspira a recalificar el andamiaje ofensivo. Y de paso, birlarle un jugador a Boca, lo que supone un disfrute íntimo extra. Un par de fantásticas ventas recientes volcaron millones gigantes que, dosificados, pueden sumar nuevas estridencias. Y acercarlo a estos potenciales en teoría inalcanzables. 

Luego el futbol, maravillosamente imprevisible aún, contará su historia.

Aúlla todo el Monumental: ¡Somos campeones otra vez!  Y se lo dedica a Boca. Mientras, ahí abajo, los campeones siguen dando vueltas y más vueltas.

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