Jorge «Fatura» Broun: «En el día a día, se le pide mucho más a un jugador de fútbol que a un político»

Por: Roberto Parrottino

Referente en el equipo que hoy a las 15:30 recibirá a Boca, Fatura define a su puesto como "matemático", recuerda su etapa con Maradona en Gimnasia y habla de la presión social que recae en los futbolistas: "Gracias a vos la pasan bien o mal".

Jorge Broun dice que el puesto de arquero lleva a madurar más rápido. “Dentro de un plantel, estamos siempre entrenando aparte, en un grupo de tres personas. Y festejás los goles y estás solo -explica-. Se vive igual, pero somos los raros, los locos. Y eso te hace ver el fútbol desde otro punto”. A los 36 años, Broun -“Fatura”, apodo heredado de su padre, que repartía panes en un canasto- vive su segunda etapa en Central, su “primer amor”, en el que debutó a los 19 en 2006 después de haber llegado a los 10 desde las canchitas del Fondo Nacional de la Vivienda (Fonavi) de los barrios Grandoli y Gutiérrez, zona sur de Rosario. Con pasos por Colón y Gimnasia La Plata en Argentina, el tatuaje en el brazo derecho de Benji Price, el arquero icónico del anime Supercampeones, Fatura Broun habla de fútbol desde el arco: abre una nueva perspectiva.

-¿Cómo te enamoraste del arco?

-Arranqué en Alice, un club de barrio de baby de Rosario, con tres años y medio. Jugador de campo, corriendo detrás de la pelota. Se me detectó un pequeño soplo en el corazón, algo normal, pero mi mamá se preocupó y habló con el técnico para ver si podía ir al arco. Así llegué al puesto. Y con los años, ser arquero te atrapa. Es el jugador más importante del fútbol: sin el arquero, sin alguien debajo de los tres palos con una camiseta distinta, no se puede continuar un partido.

-¿Es un puesto “matemático”?

-Cuando arrancamos, cuando entrenamos, se habla mucho de la bisectriz que se forma en un triángulo entre la pelota y los dos palos: la bisectriz sería la línea media entre la pelota, que sería un punto, y los otros dos puntos, que serían los palos. Esa es la mejor ubicación. Quedás bien en el medio del arco, más allá de que después te adelantás. Pero se busca esa bisectriz. Tiene mucho de matemática, geometría, ángulos. Igual que los tiempos, la coordinación de los pasos. Se hace sin pensar, pero es tiempo y distancia, el momento del salto, del despegue. Es una milésima de segundo o un paso más o menos.

-¿Qué pierde el fútbol argentino sin hinchas visitantes?

-En mis comienzos tuve la suerte de jugar con las dos hinchadas. Está muy bueno, cuando vas de visitante, sentir que tenés una tribuna que te va alentar, que se va a sentir, que va a festejar un gol con vos. Ahora, que no hay visitantes, tiene eso de decir: “Somos nosotros contra todos, no hay nadie más acá que quiera que ganemos”. Pero no hay nada más lindo que poder jugar con las dos hinchadas. Está bueno para el hincha: para nosotros, de Central, es el viaje a Buenos Aires, la ruta, la gente movilizada en autos y colectivos, en las estaciones de servicio, los asados en la autopista. Lo hice y es hermoso; íbamos cantando, con familia y amigos, más allá de ir a ver el partido. Se perdió eso social de estar con otros, esa salida de fin de semana, ese día hablando de fútbol en la previa y la alegría o la tristeza en la vuelta. Es lo más triste socialmente. Desde adentro, son los cantitos, las chicanas entre las hinchadas.

-¿Qué reclamarías en el fútbol? Le marcaste a TNT Sports que “hay gente que paga para ver fútbol” después de que cortasen la transmisión de un partido de Central para mostrar cómo viajaba el micro de Boca rumbo a la cancha de River?

-Hay muchas cosas que no me parecen correctas en el fútbol argentino. De los que lo manejan, los que ponen los horarios de los partidos. Muchas veces se ha jugado en horarios de verano donde era un peligro por la deshidratación, por el calor. Nos tocaron partidos a las cinco de la tarde en verano, y acá en Rosario, hay 40 grados. Tuvimos que parar no una, dos veces por tiempo, y mucha gente se descompensó en la tribuna. Es entendible que la televisión ponga los horarios, pero hay que tratar de ser más conscientes. Si se juegan dos partidos al mismo tiempo, que uno vaya codificado, otro por la tele abierta. Que se transmitan todos los partidos sin que pierda un tercero.

-“De chiquitos nos inculcan que el show debe continuar -dijiste-. Somos como unos robots que tenemos que seguir, seguir y seguir. Obvio que está mal. Pero desde chico creés que es lo correcto y lo que tenés que hacer”.

-Es una cagada que se llegue a ese punto que, pase lo pase, se juega o se juega. Dije eso cuando estaba en Gimnasia, porque había fallecido el Diego y en vez de suspender la fecha por cómo había golpeado al plantel y a la institución, se pospuso un día y se tuvo que jugar igual. Y el día anterior estábamos en Casa Rosada en el velatorio. La educación del futbolista, desde chico, te lleva a que todo tiene que continuar sin importar cómo estés del ánimo o de la cabeza. Y tenés que dejar todo para que las cosas salgan bien. La familia depende mucho de lo que hagamos nosotros sin poder opinar de antemano. No tenemos cumpleaños de hijos, casamientos, velatorios de familiares. Si ese día jugás, hay que reacomodar todo y continuar.

-En el último clásico con Newell’s, en el Parque Independencia, un tres tiros te cortó la cara, a centímetros de un ojo, y jugaste.

-Tal vez yo tenía la posibilidad de haber suspendido el partido. Me habló el árbitro, la policía, pero dependía de mí. Estaba para continuar, más allá del aturdimiento por la explosión en el pecho y el corte. Pero también me puse a pensar después y si lo suspendían iban a decir: “Broun no quiso jugarlo”. Tal vez la decisión de jugarlo o no tiene que venir de otras personas, no de los jugadores. Sin embargo, el show debe continuar y se jugó y se terminó el clásico. En la sociedad, el futbolista es un espejo para muchos, otros lo idolatran, otros ponen su estado de ánimo de la semana por un partido. Gracias a vos la pasan bien o mal. Es mucha la presión, ¿no? Se le pide mucho más a un jugador de fútbol que a un político, en el día a día. Se lo vive exigiendo y siempre tiene que rendir y está la crítica constante, ahí. A nosotros nos conocen la cara, y cuando salís en la semana que perdiste un partido, se hace hostil.

-Al que se sale de lo establecido en el fútbol, ¿se lo castiga?

-Pasa. Tenés que ir por un camino, te podés mover un poco pero tal vez no a los extremos porque empiezan a hablar, a criticar, por más que entiendan o no, conociendo o no. Entiendo cómo son las reglas de juego, trato de seguir ese camino para “ser y parecer”. En mi primera etapa en Central, una vez Miguel (Russo) me aconsejó que me sacara las rastas. Había andado bien en un clásico, y me lo dijo desde otro lado, como para que bajara un poquito, para que no llamara tanto la atención. Era como el que jugaba con botines de colores. Todos lo miraban y si jugabas mal, parecía que quedabas más expuesto. Ahora es normal. Eso fue lo mismo. Al primer error, iban a decir: “Y, si está pelotudeando, no ves que usa rastas, no es serio”. Y nada que ver.

-¿No leés ni mirás periodismo?

-No leo ni escucho, sobre todo después de los partidos. No necesito que un tercero me diga si anduve bien o mal. Uno es el primero en saber. Entonces, no consumo. Después, me aburro viendo fútbol, no veo los 90 minutos. Veo los resúmenes o algún partido puntual, como los del Mundial. Al principio consumía todo. Y a los 24, 25 años, tomé la decisión. No me arrepiento. El post partido puede cambiarme el estado de ánimo. Pero si ganamos o perdemos, al otro día llevo a los chicos a la escuela y la vida continúa, no el show. Cuando se apagan las luces, se vuelve a lo que vale la pena: la familia.

-¿Cómo está presente Maradona en vos?

-Justo esta semana, los chicos de Central Córdoba de Rosario pintaron un mural en el estadio Gabino Sosa: la foto que se sacó el Trinche Carlovich con el Diego. Sin querer, fui partícipe. Nosotros llegamos con Gimnasia a un hotel de Rosario. Jugábamos al otro día contra Central. Y nos fuimos a merendar. Salgo y estaba un amigo, nos ponemos a hablar, y lo veo al Trinche, una leyenda de Rosario. Lo saludo: “Trinche, ¿cómo andás?”. “Nada, vengo a ver a Diego. No lo conozco personalmente, ¿sabés?”. Y le dije: “Esperame acá”. Sabía que algo iba a hacer. Entro al comedor, lo agarro al Diego, y le digo: “Está el Trinche”. “Ahí salgo”, me dice. Y se acerca a un hall, a la salida del comedor. Y ahí se abrazan, se ponen a hablar, y el Trinche le lleva dos camisetas de Central Córdoba, una para el Diego, y otra para que le firme. Soy el que le sostiene la camiseta para que la firme. Y le pone: “Trinche, fuiste mejor que yo”.

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