A los 34 años, el defensor transita un cambio de piel: es un futbolista que se transforma en escritor. “Me tuve que dar permiso para hacer esto”, dice y reflexiona sobre el tiempo, los mandatos y lo irreal del ambiente.
Bogino tiene 34 años y transita un cambio de piel. No es un futbolista que escribe. Es un futbolista que se transforma en escritor. Y no es lo mismo aunque el fútbol siempre esté ahí, a veces como una sombra, la irrealidad. Escribir es parte de su vida. Durante mucho tiempo no se animó a hacerlo. Creía que ese proceso pertenecía a otra clase, quedaba a otra altura intelectual. En su último año como jugador de Temperley, se quedó solo en Buenos Aires y decidió que ese tiempo lo ocuparía en algo más. En escribir.
-¿Y cómo fue ese momento?
-Ahí empecé el taller con Gabriela (Cabezón Cámara) y empecé a escribir. Y sobre todo empecé a leer para escribir. Me animé a hacer algo que siempre había querido hacer y por prejuicio no hacía. Empecé a hacer cuentos y lo que quería era alejarme del fútbol, no escribir nada del fútbol. Quería que mis textos tuvieran un valor literario por fuera del fútbol. Me iban saliendo cosas, pero cuando llegué a mi tono fue cuando escribí este cuento, donde está mi relación con el fútbol, lo que pasó con mi hermana, en una mezcla atemporal de las cosas.
-Es autobiográfico.
-Es el único de los cuentos que escribí que es autobiográfico, aunque toda la literatura un poco lo sea. No podía separarme del jugador de fútbol y de esa experiencia, que estaba en el fondo de la escritura. No me puedo separar de eso. La personalidad está metida en cada una de las cosas que uno hace. Entonces me amigué. Ahora estoy con una novela sobre un técnico que se convierte en un santo. Estoy trabajando toda mi experiencia, con la ficción y la literatura. Y me gustaría que algo del fútbol tenga un valor literario desde adentro.
-¿Es empezar algo nuevo después del fútbol?
-Me tuve que dar permiso para hacer esto. El sistema, el entorno, no me permitía ser yo completo. Me di cuenta con los años que tuve que hacerme jugador para después romperme. En ese proceso, tenía claro que si me salía de ese lugar no iba a poder entrar. Porque tampoco fui un virtuoso. Vos dirás: “Nadie te va a decir nada por tener un libro”. Pero sí. No está bien que vos tengas un libro. Un dirigente no quiere un jugador que tenga un libro. Porque representa una pregunta y va a tener alguien que le rompa las bolas. No lo piensa quizá así, pero en la práctica termina pasando. En un momento, pensé que si tenía que perder, perdía. Porque prefería ser yo que tener un contrato mejor o jugar en un equipo de Primera. El permiso significa perder.
-¿Tuviste algún episodio concreto?
-Sí, lo tuve. Pero siento también que es algo naturalizado. Yo sentía ese clima de hostilidad todo el tiempo. Los grandes burlándose, diciéndote que te hacés el canchero. Los dirigentes pidiendo que no vayas a pelear el contrato, o que tenés que tener representante. Está el técnico que te dice no estudies. Todo ese mensaje ya está, lo mamás desde las inferiores. Sos jugador de fútbol y alcanzaste las mujeres, la guita, estás en un lugar de confort. Pero cuando sale la ficción y está lo real con vos mismo, no te sostiene nada. Es lo que nos pasa ahora mismo encontrándonos con nosotros en el encierro.
-En el cuento lo resumís con la idea de ser el campeón.
-Es mi encuentro con lo real, con la muerte, aparece ahí y qué mierda pasa. Yo tengo que volver y seguir siendo campeón. En tu familia, en tu barrio, vos fuiste el que lo lograste, el que llegaste a jugar en Primera. Ese peso ante lo real es difícil de sostener porque es pura ficción. Llegaste a un lugar privilegiado, pero que tiene muy poco de real. Es bastante mentiroso.
-¿Es difícil darse cuenta de esa mentira?
-Para mí eso fue de a poco. Me iba sintiendo incómodo con cosas del fútbol que no estaban bien. El tema de las mujeres, la cosa de juntarse en el boliche, el prostíbulo, lo iniciático. Lo hacía, pero había algo ahí del poder que no me hacía sentido cómodo.
-¿Lo hacías como un mandato?
-Sí, pero me fui despegando. Igual que con las redes sociales. Entonces le dije al Tiki (Leonardo Di Lorenzo) de hacer un programa de radio (Final del juego), que lo que hizo fue darnos voz. Vamos a hablar de los libros, a tirar un mensaje. Porque los periodistas que te venían a hacer notas no te iban a representar con producto final. La voz del futbolista está totalmente adoctrinada para que no se arme quilombo. El programa de radio fue fundacional en ese sentido, pude generar una identidad.
-¿Y en el taller con qué te encontraste?
-No en el taller, pero sí en el círculo literario, también sufrí. Cuando hablaba con editores, escritores, y me preguntaban qué hacia y yo les decía “jugador de fútbol”, ya dudaban. Porque es un lugar muy banal y tuve que romper con eso. Quiero ganar mi propio lugar en la literatura, que lo mío tenga peso por sí mismo. En otros lugares, ser jugador me ha dado privilegios, acá pasó lo contrario.
-Porque piensan que lo que vas a hacer es escribir cuentos de fútbol.
-Exacto. O porque creen que mi búsqueda es mezquina en algún punto. Porque mi idea es que lo que yo escriba tenga mi propia identidad. Incluso llamándome “jugador de fútbol”, que ese sea mi nombre. Demostrar que un jugador de fútbol puede escribir.
-¿Y con los autores qué pasa?
-En la radio conocimos a un montón. Leo Oyola, Pablo Ramos, Gabriela, autores que nos gustaban, los invitábamos al programa y hablábamos de literatura. A escritores que les gusta el fútbol, les encantaba. Ellos querían saber del vestuario, y todos preguntaban lo mismo: cuánto ganábamos.
-Hoy atravesamos un momento en donde el tiempo parece crucial, donde estamos encerrados, sin salir, ¿cómo te modifica esto a vos?
-Este proceso yo lo pasé, el de estar solo, aislado y tratando de hacer algo con eso. Por eso no me pesa tanto. Porque mis búsquedas son solitarias, la escritura, el dibujo, la lectura. Sí me afecta en la incertidumbre, en la sensibilidad social, en pensar cómo lo soportan los sectores más vulnerables, qué va a pasar con las fuentes de trabajo.
-Durante estos días, Santiago Llach, poeta, escritor, editor, hincha de Central, hizo un juego en Twitter y preguntó: “Si escribieras una novela sobre la pandemia, ¿cuál sería la primera frase?” ¿Te animás a escribir la tuya?
-Claro, pero dejame pensarla.
Unos días después, Bogino mandó por WhatsApp no sólo su primera frase, sino un cuento breve, que empieza así: “¿Qué hora es? La vecina está lavando el patio, es la tercera vez en la noche y no sé cuántas veces lo hizo en el día. No puedo concentrarme. Bajo el libro y suspiro. El balde raspa, el agua corre. La enredadera separa los patios, es lo único que veo por la ventana de la cocina”.
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