Florencia Borelli corre por la rambla de Mar del Plata durante el encierro forzado por la pandemia. En los auriculares suena Freddie Mercury a todo volumen. Queen. Rebeldía. Un rato de aire y libertad a partir del permiso por ser deportista de alto rendimiento. Pero algunas personas la insultan. Alguien hasta le cruza un auto. Pasa. Y el 17 de octubre, en el Mundial de Media Maratón en Gdynia, Polonia, Borelli termina vigesimosegunda, con un tiempo de 1h10m30s, y renueva su récord argentino en los 21 kilómetros con el mar Báltico de fondo. Borelli –28 años, madre de Milo, de cinco– aspira a mantener la clasificación a los 5000 metros de los Juegos Olímpicos de Tokio, asegurada hoy con su ubicación en el ranking de la World Athletics. Desde Mar del Plata, mientras, habla de qué es ser atleta y del acto de correr.
–¿Qué es ser atleta?
–Empecé a los nueve años. El deporte me formó como persona y muchas situaciones difíciles me las hizo afrontar de otra forma, como el ser madre tan joven. También me dio la oportunidad de viajar. A los 16 viajé a mi primer Mundial de menores en Italia y, si bien tuve una infancia maravillosa, con mis padres nunca había podido viajar. Así que el atletismo me dio el explorar el mundo. Es todo eso y más.
–¿El deporte de alto rendimiento es meritocracia?
–Para ser atleta becada por el Estado lo que importa es la medalla, pero quizás ese día no te sentís bien y eso no te define como atleta. Sería mejor que fuera por las marcas, porque se puede tener una carrera mala y quizá después tenés la presión de tener que sacar medalla. Es ilógico que sea por medallas y no por tiempos. Pero hubo cambios en este gobierno. No somos máquinas. Cualquiera puede tener un mal día y las becas repercuten mucho en el deportista. Si no fuera por las empresas privadas, no podría vivir del atletismo. Hacemos un montón con poquito. Pero hubo cambios para bien, aunque igual falta mucho y estamos lejos de ser profesionales con becas buenas, porque yo tendría que tener otro trabajo. Pero está mucho mejor que antes.
–¿Cómo soportaste los insultos durante la cuarentena? Guillermo Vilas contó alguna vez que, cuando era chico y lo veían con una raqueta en Mar del Plata, lo agredían. ¿Por qué?
–Fue fuerte, duro. No le podía explicar a todo el mundo lo del permiso por ser atleta. Y mucha gente no lo entiende. A veces iba corriendo a un ritmo específico y no podía pararme a explicarlo. Era la hora de entrenar, tener que salir y prepararme psicológicamente. Había días que no quería salir. O salía con auriculares para no escuchar. A veces tenía un mal día y me enganchaba. Era muchísima la gente susceptible por la situación, pero hay personas que salen a la calle a pelear con alguien y ahí me encontraban a mí. La sufrí. Y hay un odio extra a los corredores. Dicen que los runners son plaga. Pero es saludable que la gente haga actividad física después de trabajar todo el día. Es un escape.
–¿Cómo es el lado B de una atleta?
–El no querer salir a entrenar, que te duela todo y estar cansada, tener un hijo chiquito y tener que viajar. Es muy duro. No es sano el deporte de alto rendimiento. Ni para el cuerpo ni para la mente.
–¿Qué se piensa cuando se corre?
–Le presto atención a la respiración, a pisar bien, pero pienso en la vida. No soy de los atletas que ponen la mente en blanco. Soy fría en mi forma de correr y no lloro nunca. En Polonia me enteré del récord faltando 150 metros porque me olvidé de mirar el reloj. Loquísimo. No sabía cuánto iba y trataba de prenderme de las que iban adelante. Cuando llegué, mi entrenador lloraba. Yo no. Me gustaría, pero no me sale. Es mi personalidad. Ser fría me ayudó un montón a avanzar, a no ponerme nerviosa en situaciones límite de las carreras. A otros les ayudará ser más sentimental.
–¿En la propia carrera hay un momento en que se pasa una barrera, ya no se sufre, no se piensa y todo se hace por inercia?
–En Polonia tenía todos los cuádriceps acalambrados y en el kilómetro 19 me agarró un dolor en el vaso y trataba de evadirlo, de no pensar. Cuando llegué, mucha gente me decía: “Llegaste entera”. Y no, había llegado muerta. De eso se trata. De lidiar con el sufrimiento y ganarle a la cabeza, que se entrena. Mi maternidad me formó. Si no hubiera sido madre, no habría acaparado un montón de marcas o títulos. Me prepara todos los días. La maternidad y el alto rendimiento, no es fácil.
–¿Qué le da el mar a una persona que corre?
–Cuando llegué a Gdynia, en Polonia, no tenía idea de cómo era, no había googleado, y me sorprendió porque era un lugar bellísimo con el mar Báltico. Encima, corrimos paralelo al mar. Estoy acostumbrada a correr pegada al agua en Mar del Plata. Tiene otra energía. Te saca la mala onda. No podría vivir en un lugar que no tenga mar, aunque cada tanto voy a Cachi a prepararme, a la montaña, porque sé que es necesario subir los glóbulos rojos. Es como un amor-odio con Cachi, pero vamos.
-¿Qué cosas de afuera trasladás al deporte?
-Cuando era chica leí la historia de Frida Kahlo y me encantó la manera de afrontar sus tragedias. Cómo revirtió su vida. Ella sufría mucho de dolores de espalda, tenía múltiples operaciones de columna y lidiaba con el dolor continuamente. Eso lo traslado al atletismo. En ciertas carreras me acordaba de su historia para que me ayudara a afrontar el sufrimiento. También me pasó en Polonia con la serie Chernobyl. La tenía muy presente en la carrera. Quizá no tiene mucha explicación lógica.
–“El dolor es inevitable. El sufrimiento es opcional”, escribió el japonés Haruki Murakami en el libro De qué hablo cuando hablo de correr. ¿Es así?
–Pero no es solo en el deporte: si tu pareja te deja o si dejaste a alguien, también. El dolor es inevitable, pero después uno decide si te sigue afectando o no. Si querés, te puede afectar toda la vida. En el deporte es lo mismo: si tenés un fracaso en una carrera y seguís con eso todo el tiempo, posiblemente te quedes ahí. Era muy exigente conmigo misma y cada vez que tenía una mala carrera, porque es lógico que en un año tenga tres buenas de 20 carreras, trataba de lidiar con el fracaso. Que fuera más o menos parecido al éxito. Cuando me va mal o bien, al otro día me levanto, me pongo las zapatillas y salgo a correr más allá del resultado. En lo posible, el fracaso y el éxito tienen que ser naturales.