En la actualidad sin equipo, pero todavía disfrutando de la Copa Argentina que ganó en noviembre al frente del club entrerriano, el entrenador sostiene que "el fútbol es un arte, un deporte que tiene mucho de exposición, de obra de teatro".
–«Ganar no sólo tiene que ver con el resultado», escribiste en Los colores del fútbol (2010). ¿Qué ganó Argentina más allá de la Copa del Mundo?
–A todo nivel. Nuestra selección es muy respetada. Y a través de la selección, los jugadores, y a través de los jugadores, las personas. Los valores con que nos representaron, adentro y afuera de la cancha, es lo que más ganamos. Ojalá podamos aprender y tomar lo que hicieron estos jugadores y cuerpo técnico en los clubes, en las escuelas, en la salud. Por la importancia del valor grupal, también el individual. A veces los entrenadores dicen: «Es más importante el grupo que las personas». No, las dos. No se puede poner una por encima de la otra. Por momentos es el grupo, por otros el individuo. También cómo pudieron expresar lo que sentían. Los paradigmas cambiaron. Cuando éramos chicos, ¿llorar? Me escondía a llorar en el baño, me daba vergüenza llorar delante de mi viejo. Me llevó terapia y muchos dolores de cabeza no poder expresar lo que sentía durante mucho tiempo, esconderme. Estos jugadores y cuerpo técnico transmitieron muy bien esto de poder expresar libremente la angustia, la felicidad, el enojo, lo lindo. Lo vengo trabajando hace casi 30 años. Por ahí este Mundial dimensionó todo. No es fácil conectarse con lo que se siente, por toda la historia cultural en la que vivimos. La psicología hace mejor al fútbol. Me ha ayudado, también a jugadores que han acudido. No es casualidad. Ayuda a estar mejor, a resolver problemas, a manejar mejor la ansiedad.
–¿Mucho de lo que hizo la selección en Qatar lo habían hecho los entrenadores en el fútbol argentino?
–En Patronato nunca jugamos dos veces seguidas con la misma formación. Cambiábamos los sistemas de juego de un partido a otro, o dos o tres veces durante un partido. Cambiábamos los jugadores. Lo mismo hacían otros entrenadores. Era muy difícil, excepto algunos, poder saber cómo te iba jugar River, Rosario Central, Argentinos, Defensa. Tenías que tener tres o cuatro opciones, posibilidades sobre el juego del rival, y adaptarte a lo que el partido te iba demandando. Esto que se vio en la selección, pasaba en los mejores equipos de Argentina.
–¿Qué aprendiste en estos 12 años como entrenador?
–Me siento más confiado, seguro. Todas las experiencias las fui capitalizando para mejorar, disfrutar más, y eso se ve también en los resultados. Antes sentía que, cuanta más participación le dabas al jugador, mejor toma de decisiones podía tener en el campo, más protagonismo, sentirse más importante. Y me fui dando cuenta que no, que hay momentos en que el jugador necesita que el entrenador le diga lo que tiene que hacer. No hay preguntas, el jugador tiene que obedecer lo que se dice, lo que uno estudia y planifica. Y hay momentos en que sí, que hay que escucharlos, entenderlos, prestarles atención y estarles encima. Y también aprender de ellos. Es algo que he madurado mucho.
–¿Qué tiene en la cabeza el futbolista promedio en Argentina?
–Cada día entienden mucho más de fútbol. Son más exigentes a nivel calidad de entrenamientos. Se dan cuenta si estudiaste o no a los rivales, si volviste a ver su partido o no. Y en cuanto hacés un paso en falso… Te exigen que les des herramientas para ser mejores. Antes éramos más quedados. Hoy, si no estás preparado y capacitado en todos los aspectos, quedás en desventaja con ellos. Me gusta seguir pensando a los jugadores como mis hijos. No por una cuestión de edad. He tenido jugadores, cuando empecé, que tenían mi edad. Sin embargo, quería para ellos lo mismo que quiero para un hijo mío: que se diviertan, que sean responsables, que trabajen bien, que se cuiden en la alimentación, que sean respetuosos, que disfruten.
–¿En Patronato, mientras arreglabas los pozos de la cancha, se te vino Timoteo Griguol arriba del tractor en Estancia Chica?
–Era un domingo, no había empleados en el club, solo el canchero. Habíamos entrenado y, como había llovido, habíamos dejado la cancha detonada. Terminó el entrenamiento y dijimos: «No podemos dejarla así». Nos pusimos con el cuerpo técnico y el canchero a tapar pozos con arena. Estuvimos horas, porque tapamos toda la cancha. Y en un momento, sí, se me vino a la mente el Viejo Griguol, cómo cuidaba las canchas. Cuando jugaba en Gimnasia también lo hacíamos, estábamos detrás de los cancheros, ayudándolos si había que regar, cortar el pasto. Tener canchas de entrenamiento buenas es lo que le da calidad al trabajo. En Quilmes tratamos de convencer a los dirigentes de que era lo mejor y nos escucharon y armaron el predio de juveniles. Un día les dije: «Acá no vengo más a ver juveniles, con esta cancha no se puede jugar. Para que venga, tiene que estar más o menos digna». Lo entendieron y pusieron una cancha mejor que otra, también la que entrenábamos nosotros, que cuando llegamos tenía matas por todos lados. Es tiempo.
–¿En Patronato se produjo una identificación fuerte entre jugadores, cuerpo técnico, hinchas y Paraná, poco recalcada desde Buenos Aires?
–Patronato era un equipo que transmitía, que se entregaba al 100%, que iba para adelante, arriesgado, que cuando había que jugar mano a mano atrás, jugaba, con jugadores atrevidos y solidarios que nunca se iban a dar por vencido, ganadores, porque ganamos muchos partidos. La cancha siempre estaba llena, cuando antes era muy difícil. En la calle, palabras de afecto. «Esto no lo vimos nunca acá, es la primera vez que nos pasa en la vida». Fue muy fuerte, y encima se corona el última día con la Copa Argentina. Más allá de ese final, el camino fue extraordinario. Nos pasó que muchísimos hinchas de otros clubes querían que ganáramos la Copa, fue algo casi unánime, nunca me había pasado en mi vida. Pero no porque jugábamos contra Boca o River. Lo que el equipo transmitía era algo de mucho trabajo, de humildad, otro valor de la selección. Por eso me sentí identificado con esto de hacer un equipo que esté concentrado en el trabajo, que respete a todos, que no se crea nada cuando va ganando y tampoco el peor cuando va perdiendo. Buscar ese equilibrio también es un síntoma de madurez. El equipo era una máquina, jugando con el que tocaba, con cualquier sistema. Por eso la identificación tan grande con Patronato, en Paraná y en el país.
–¿La creatividad varió en el fútbol?
–Hay que ser más creativo, talentoso, habilidoso. Los espacios son cada vez más chicos, y necesitás mejor resolución, más rápida. Inevitablemente trabajás lo que quizás antes no hacía falta trabajar tanto. Si no recepcionás bien una pelota, si no la pasás bien, si no conducís bien, si no te animás a pasar a un jugador, a hacer un dribling, no podés jugar al fútbol. Antes un defensor que pegaba un par de patadas, marcaba fuerte y corría, podía jugar. Ya no. La creatividad se entrena, también. En la pandemia, en Quilmes, un día estaba viendo un video de una charla de una psicóloga de Boca. Contaba que le había vuelto a dar placer ver al hijo jugar otra vez con una pelota contra la pared, como cuando era chico. Dije: «Es verdad, tenemos jugadores que entrenan en tres metros cuadrados, tenemos que hacer algo distinto». Y me contacté con los Vaporaki, los hermanos campeones del mundo de futsal, para ver si podían darles clases porque sentía que en el futsal los espacios son más chicos y necesitás mucha más habilidad que en una cancha más grande. Y les dieron un montón de tips a los jugadores, ejercicios que no habíamos hecho nunca. Y hasta los adoptamos en la post pandemia. Todo nos puede enseñar sobre los cambios del fútbol. Hoy tenés 11 jugadores en 20 metros y tenés que hacer pasar la pelota por un espacio lleno de piernas, y tenés que recepcionar y que la pelota te quede como a Messi, justa para el perfil para el que va arrancar, o encarar a uno y pasarlo. Hay que entrenarlo, no hay mucho misterio.
–¿Le «robaste» algo más a otro deporte?
–Un día estaba viendo a los All Blacks contra Sudáfrica. Los All Blacks tienen el juego característico de toque y pase, toque y pase, y arranque en velocidad. Una vez que hacen cinco toques seguidos parece que te van hacer el try. Y van diez minutos y era presión y presión de Sudáfrica, y los All Blacks querían salir jugando y jugando, y Sudáfrica lo presionaba y no podían salir de los 20 metros. Y pensé: «En algún momento, van a hacer algo distinto». Se venía venir. Y les tiraron una pelota larga al espacio cuando estaban los sudafricanos encima de ellos. Corrieron al espacio, presionaron fuerte al que recibió, les quitaron la pelota rápido y les hicieron el try. Y después les hicieron como 50 puntos. Nosotros, con Quilmes, justo jugábamos contra un equipo que presionaba muy bien. Dijimos: «Vamos a ‘traerlos’, vamos a salir jugando, vamos a saber que por ahí nos van a sacar dos o tres pelotas, pero que se vuelvan locos presionando, y a los diez minutos, les tiramos una larga». Fue tal cual, les tiramos una larga, recuperamos, los agarramos mal parados, hicimos el gol. Y después les hicimos dos más. De todos los deportes se aprende, se saca, y en algún momento, se usa.
–¿Por qué en tus seis meses de 1996 como futbolista de Boca te diste cuenta de que te gustaba mucho ganar?
–Venía de Ferro, peleábamos el descenso. Y cuando llegué empatamos un partido en cancha de Racing. Para nosotros, en Ferro, era un triunfo. Y entré al vestuario de Boca y parecía que habíamos perdido 10-0. Dije: «Esto me gusta, ganar en cualquier lado». En Boca, empatar es perder. Ganar en todas las canchas me gusta; si es jugando bien, mejor, entiendo que es la mejor forma de que a la larga te vaya bien, pero algún partido en el no se juega bien, también quiero ganarlo. Lo más importante es ganar y jugar bien. Pero en Boca era ganar y ganar. Ganar me gusta, es lindo. Y después, saber perder. Saber perder es parte del ganar. Cuando siento que en una derrota el rival fue mejor, y analizo los por qué, es un aprendizaje, no es que perdés, vas ganando si lo tomás de esta manera.
–¿Pensabas que ser entrenador era más fácil?
–Como jugador, creía que ser entrenador era más fácil, pero es mucho trabajo si lo querés hacer bien. Estamos mucho tiempo pensando en cada minuto y metro de la cancha, en cada detalle del equipo, en cada partido, en volver a mirar no sólo los partidos sino los entrenamientos, porque los filmamos a todos. Y después, estar atento a las cuestiones grupales y a cada jugador. Y al cuerpo técnico. Y las charlas con los dirigentes, los periodistas. Es muchísimo. Pero me encanta, no es que padezco, al contrario. Todo el mundo me decía, cuando dirigía a Patronato: «La presión, la presión». No sentía nada, fue un placer.
–¿El fútbol es un arte?
–La cancha es un escenario, donde hay jugadores que están creando todo el tiempo, imaginando jugadas, poniendo movimientos en acción, comunicándose, no sólo entre ellos, sino con rivales, árbitros, hinchas. El fútbol es un arte, un deporte que tiene mucho de una obra de teatro, de una exposición. Mi viejo es fundador del Frente de Artistas del Borda. Toda mi infancia lo acompañé. Conozco la salud mental, el trabajo a través del arte, la importancia que tiene que estén conectados con el deporte y el arte, no con la medicación como negocio. No creo en los manicomios, en las cárceles, en eso permanente. Son lugares donde es muy difícil recuperarse si no hay una estrategia. He tenido relación con la gente que en ese momento estaba en el Borda por problemas mentales, y sé lo que sufren ellos y la familia, y tienen que haber otras formas para ayudar. El arte, el deporte, la psicología. Y, fundamentalmente, la idea de querer hacer algo distinto.
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