Facundo Medina: «En el potrero aprendés a no sentir miedo adentro de una cancha de fútbol»

Por: Roberto Parrottino

Zurdo, de Villa Fiorito, el defensor del Lens de Francia salió de pibe a cartonear para “llevar unos mangos a casa”. De los robos en Puente La Noria cuando volvía de entrenar de River a ser jugador de Selección, del consejo de Gallardo a aparecer en el radar de los grandes de Europa: “A veces me olvido de que soy jugador de fútbol”.

Cuando era chico, de lunes a viernes, Facundo Medina empujaba un carro y salía a cartonear con sus tíos. “Había -dice- que mover un rato el lomo”. En el camino de vuelta a Villa Fiorito, miraba el cielo y pateaba las botellas. Medina -21 años, zurdo, defensor en el Lens de Francia- hizo todas las inferiores en River: a pesar de ser de Buenos Aires, lo aceptó en la pensión a los 13. Pero debutó en Primera en Talleres de Córdoba. Y el año pasado jugó sus primeros minutos con la camiseta de la Selección Argentina, en el triunfo 2-1 ante Bolivia en La Paz por las Eliminatorias. Ahora lo quieren los grandes clubes de Europa. Lectura de juego y aptitud física, Medina usa el Nº 14 en el Lens, como en Talleres. Por “Los Borrachos del Tablón”. Y, en especial, por Mónica, su madre, que cumple años el 14 de noviembre, y que tomaba mate cuando apenas había un plato de comida en la mesa.

-¿Qué es Villa Fiorito?

-El lugar en el que nací, donde pasé buenos y malos momentos, donde me enseñaron valores como la humildad y el sacrificio, que perduran en el tiempo, y lo que significa salir de un barrio. Una de las dificultades que me tocó pasar, porque no teníamos dinero, fue salir a cartonear con mi familia. Eso te forma como persona. Te hace disfrutar y poner tu autoestima de otra manera cuando lográs un objetivo. Era un laburo al que le daba valor. Quizá no le gustaría a nadie salir a cartonear, pero era lo que te hacía ganar unos mangos para llevar a tu casa y mantener a tu familia. Me crié en ese mundo y ahora siento una satisfacción enorme cuando ayudo a mi familia.

-¿Sufriste discriminación o prejuicios por ser de una villa?

-Si una persona viene a insultarme o a menospreciarme, no me ofendo ni me pongo mal. Te da un poco de bronca, pero no lo veo desde ese lado. Estoy en contra de la discriminación o de los que quieren hacer sentir mal a las personas porque tienen menos que ellos, o por dónde salió. Sea lo que sea, tenga lo que tenga, soy humilde. No me creo más ni menos que nadie. Trato de igualarme y adaptarme. Y siempre, respeto.

-¿Qué te enseñó el potrero?

-Es donde vas y siempre hay gente jugando al fútbol. Te metés a jugar y si sos el más picante del barrio, hay un horario en el que te dejan la cancha. Nos pasaba con mis amigos de la cuadra. Desde las dos de la tarde a las cinco podíamos jugar, pero a partir de las cinco y media venían los más grandes y se metían, no les importaba nada. Eso se respetaba. Dejé de jugar a los 16, 17 años, cuando subí a la Primera de River. Con haber salido de un potrero aprendés la actitud, la garra, el no sentir miedo, a siempre confiar en lo que tenés y podés dar, y a plasmarlo adentro de una cancha, que son un lujo. No te podés quejar. Tenés que jugar y jugar. Jugué campeonatos relámpagos con mi equipo de amigos y familiares. Nos tocó ganar, perder y terminar mal, a las patadas y a las piñas, por esos momentos de euforia donde no se piensa.

-Fiorito, además, es Maradona.

-El barrio tiene ese prestigio. Muchas veces, acá en Europa, me preguntan de dónde soy, y cuando digo Fiorito, me dicen: “Maradona”. Es la inmensidad, lo que genera. Me siento orgulloso de decir de dónde salí, más allá de lo futbolístico. Si me das a elegir si salir de Fiorito o de un barrio más “normal”, prefiero elegir la familia que me tocó y el lugar en el que viví. Aprendí mucho y eso hoy me ayuda en lo personal y futbolístico.

-¿En qué te ayudó vivir en la pensión de River desde los 13 años?

-Siempre recuerdo a Pablo Nigro, el psicólogo, que fue clave en mi crecimiento. Las decisiones que tomaba de chico no eran buenas, pero se aprende de los errores. Aprendí y puedo seguir equivocándome, pero en otra dimensión mínima. Cuando llegué a la pensión, me miraban raro. No estaba bien de la cabeza. Era un cabeza de termo, tenía problemas grosos. Venía de un barrio nada fácil, y caí en un mundo responsable y educado. Pablo Nigro y el club me inculcaron esos valores. Siempre fui consciente de lo que podía darle a mi familia. Y acá estamos, seguimos peléandola.

-Ahora sos jugador de Selección.

-No es para cualquiera vestir la camiseta de la Selección. Es para privilegiados. En los campeonatos que fui parte con las juveniles, como el Mundial Sub 20 y el Preolímpico, siempre sentí el deseo de estar, de ganarme un lugar, siempre respetando las decisiones de los de más arriba. La calidad humana que tiene que haber está por encima de la calidad de jugador. Siempre sentí ese cosquilleo en el estómago, esos nervios buenos que no se pueden explicar. Es una satisfacción enorme formar parte de la Selección, lo máximo, está más allá de ganar un título con cualquier club.

-¿Cómo te formaron en la Selección?

-Los que me forjaron de central fueron Beccacece y Nico Diez, que estaban en la Sub 20. Me insistieron que podía explotar a este nivel. Todavía me queda mucho más para mejorar y equivocarme, para minimizar los errores. Y hay que escuchar siempre los consejos. (Walter) Samuel siempre me llama. Me preguntó cómo me sentía en la adaptación en el Lens. Me gusta dialogar, soy muy hincha huevo. Nico Diez siempre me jodía con que era parecido a Samuel, si lo había visto jugar, y no, porque no soy de mirar mucho fútbol, aunque ahora sí le estoy metiendo, y miro el fútbol argentino. Pero uno también conoce sus límites.

-Lilian Nalis, ayudante del técnico del Lens, dijo: “Es un líder natural. Si no lo supiéramos, podríamos pensar que tiene cinco años más”.

-Soy un jugador muy temperamental. No me gusta perder ni a la bolita. Si puedo dar una mano desde la motivación, desde el “dale, que podemos”, no tengo problema en alentar a mis compañeros. El fútbol es un juego en el que somos once contra once y si ganamos o perdemos, ganamos o perdemos los once. El aliento es importante para cualquier tipo de jugador. Lo mismo una puteada. Las acepto.

-¿La vida de un futbolista de élite es cómoda?

-Soy un poco intenso, no sólo en la cancha. Me olvido de que soy jugador de fútbol y de lo que podemos generar. Soy transparente. Me levanto temprano siempre, unos mates y unas masitas. Me cuesta adaptarme a las comidas. Pero después, soy simple. A veces la gente piensa que el futbolista tiene una vida muy cómoda, pero nosotros dejamos de lado muchas cosas que otros no las ven o no las sienten. Hacemos un gran esfuerzo para todo lo que generamos. Desde que cumplí diez años, pasé un solo cumpleaños con mi mamá. Lo mismo con los cumpleaños de mis hermanos, y las cenas familiares.

-¿Cómo repercute que digan que te quiere Manchester United, Real Madrid o Milan?

-Sueño con ganar con la Selección. Después, que sea el United, el Real Madrid, el Milan, o cualquiera de esos clubes grandes. Hoy tengo la cabeza en el Lens. Estoy cómodo y feliz, disfrutando del grupo y de la temporada. No es fácil que un equipo recién ascendido esté peleando en su primera temporada entre los primeros cinco de la liga después de 20 años, y más a esta altura del fútbol. Me aferro a que hoy estoy acá, doy lo que tengo y lo que puedo, y salgo de que estén o no negociando con otros clubes, de ese ambiente que no me gusta, que no me hace bien. Enfoco mi cabeza en los entrenamientos, el día a día. Y si se da, bienvenidos.

-“No sos consciente de lo que podés llegar a lograr”, te dijo Gallardo antes de que te fueras a Talleres en 2018.

-Eso me quedó. Gallardo siempre remarca el trabajo y la disciplina, y lo vemos en cómo maneja un grupo. Demuestra año tras año el nivel de competitividad, de mantener la vara tan alta. Ves otros clubes y cambian los técnicos, arman polémicas, están en la cresta de las críticas, y no es bueno. Me robaban seguido en Puente La Noria cuando iba y volvía de entrenar. Y River me sacó de la villa y me formó como persona, y hay que tener respeto a la institución. Ellos creyeron en mí. Igual que Talleres, que me cobijó y trajo a mi familia a vivir conmigo. Esas cosas no se olvidan nunca y hay que ser agradecido en la vida.

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