A menos de tres meses del crimen cometido por efectivos de la Policía de la Ciudad, Joaquín Zuñiga, uno de los acompañantes del auto en el que mataron a Lucas González, empezó a practicar en las inferiores de su nuevo club.
La diferencia con otras biografías es que el camino de Zuñiga tropezó con una tragedia de impacto nacional el miércoles 17 de noviembre: era uno de los cuatro muchachos que volvían de entrenar en las inferiores de Barracas cuando efectivos de la Policía Metropolitana, tras disparar con furia contra el auto en el que viajaban los jóvenes, mataron a uno de ellos, Lucas González, de 17 años.
Lucas y Joaquín eran amigos de barrios vecinos en Florencio Varela: el primero de San Eduardo y el segundo de Presidente Sarmiento, en el Cruce Varela. También compartían su pasión por Defensa y Justicia pero, sobre todo, estaban unidos por sus sueños de fútbol: querían jugar juntos para un mismo equipo. Al fin parecían haberlo conseguido aquella mañana. Como Zuñiga acababa de pasar la prueba para incorporarse a Barracas, y González ya formaba parte de las inferiores del club, solo era cuestión de festejar y de esperar hasta 2022 para cumplir su deseo de ser compañeros. Asesinos vestidos de civil lo impidieron.
Casi tres meses después del crimen de Lucas –por el que diez integrantes de la Polícia de la Ciudad cumplen prisión preventiva a la espera del fallo, tres por homicidio agravado y siete por encubrimiento y privación ilegal de la libertad–, Zuñiga empezó en 2022 a entrenarse en la Quinta de Barracas junto con sus nuevos compañeros, entre ellos Julián Salas, el futbolista que conducía el auto acribillado. Los tres eran amigos. El cuarto ocupante, Niven Huanca, no conocía a Lucas sino a Joaquín –lo llevaban de regreso–, pero no forma parte de Barracas.
En su primera entrevista –para la que prefirió centrarse en la parte deportiva, sin dejar de pedir justicia–, Joaquín Zuñiga habló con Tiempo sobre esa dualidad irrecuperable: el cumplimiento de su viejo anhelo de entrar a un club de Primera en contraste con el duelo por el amigo ausente. “Estoy jugando por Lucas”, dice con la madurez de alguien que parece ser mayor de 17 años.
–Empecé a jugar a los 3 años en clubes de barrio, Medalla Milagrosa y Juventud Unida. Eran canchas de siete, potrero de tierra, y de a poco pasé por equipos de AFA. A los 8 conseguí una prueba en Boca, la pasé y estuve un año en Casa Amarilla. Después fui a Racing. Quedé pero mis viejos trabajaban todo el día y a mi abuelo, que me llevaba, no lo dejaban entrar y debía esperarme en la calle. No me gustó y a los dos meses me fui. En Racing conocí a Lucas.
Zuñiga no dejó de divertirse en las canchitas del Cruce Varela hasta que un descubridor lo vio jugar –“en un baldío”– y lo llevó a Defensa. Tenía 9 años y encima su equipo del corazón subió a Primera, aunque pronto murió su abuelo y Joaquín se desmotivó y se fue. Si en Racing había compartido dos meses con Lucas, en Defensa no volvieron a coincidir por poco: “Me fui en enero de 2016 y él se sumó al toque”, reconstruye. Igual volverían a encontrarse.
–No íbamos al mismo colegio pero nos llevamos algunas materias y nos cruzamos en clases particulares. Lo vi y le dije: «Te conozco de algún lado». Y él me reconoció: «Ah, sí, de Racing». Intercambiamos los teléfonos y empezamos a jugar al fútbol, siempre en contra. Alquilábamos canchas y cada uno iba con sus amigos. Los grupos se pelearon pero nosotros dos seguimos unidos, la mejor. También jugamos un montón de veces en contra en nuestros clubes de barrio, yo para Juventud Unida y él para San Pedro. Y cada vez que había una prueba para un club de AFA, nos pasábamos la información. Así fuimos juntos a Arsenal, a comienzos de 2020, y a Lanús. Cuando uno se enteraba, escribía enseguida «¿Vamos?». Por ahí alguno no podía, pero el contacto seguía. Hablábamos del fútbol, de la vida. Fue una amistad que me dio el fútbol.
Lucas González entró a Barracas poco antes de la pandemia y Zuñiga intentó, desde entonces, sumarse al club de su amigo. Pero mientras tanto no dejaba de probarse en otros clubes de AFA:
–De Arsenal me pidieron el número de teléfono pero no me llamaron. Después quedé en Argentino de Quilmes, pero estaba desarmado y dejé de ir. En 2021 fui a una prueba en Independiente, para el equipo de la liga Metropolitana, y quedé. Tenía edad de Sexta. Me sirvió para agarrar ritmo de cancha de once pero tardaban en pasarme al equipo de AFA y me fui. Para esa época, Lucas me había dicho que en Barracas harían pruebas, que fuera con él, que iba a hablar con el coordinador. En un momento se fue de Barracas pero volvió enseguida y me escribió «amigo, ya volví a Barracas». Le respondí «amigo, ¿puedo ir para allá?», y me dijo «vení en octubre». Mi último amistoso en Independiente fue el 12 de noviembre. Ahí Lucas me manda un mensaje con el folleto de la prueba. «Amigo, ¿esto es ahora? Me anoto». Y quedamos en ir juntos.
El ensayo en Barracas empezó el lunes 15 de noviembre y duraría tres días. A Joaquín y a Lucas (que ya formaba parte del club y debía ir a entrenar como cualquier día) también se sumaría Julián Salas, un amigo en común que quería probarse en Barracas, pero se quedó dormido y no fue.
–Lo llamé a Julián a las 6:20 de la mañana y no respondía. El último tren que nos dejaba bien para la práctica pasaba a las 6:40. «Bueno, amigo, nos encontramos en Varela y vamos en tren», me dijo Lucas. Fuimos en tren, solos. En el camino hablamos de los pibes de Barracas que jugaban en mi puesto y me contó qué querían los entrenadores. Él veía que yo podía jugar en Barracas, que podía aportar al equipo. Después de la práctica nos volvimos en bondi. Lucas me preguntó: «Amigo, ¿te pasa algo?, ¿te peleaste con una chica?». Hablábamos de cualquier boludez, pero algo vio. «Bueno, ahora que me lo decís, sí», le dije, y le conté. «Tranqui, no te hagás drama, el año que viene es tu año del fútbol», me dijo.
La prueba de Barracas se interrumpiría un día, el martes 16, y retomaría al siguiente, el miércoles 17. En el medio, Lucas estaba convencido de que sus amigos pasarían el examen y se convertirían en sus compañeros de plantel. “Entre una prueba y otra, Lucas armó un grupo en WhatsApp para los tres, él, Julián y yo, que le puso de nombre ‘La banda de Barraqué’, con un emoji con la bandera de Barracas. ‘Amigo, hago este grupo porque estoy seguro de que el año que viene vamos a ser compañeros. Vamos a organizar los viajes’, escribió. Yo me dije ‘qué fe nos tiene este pibe’. Y eso que Julián no había ido el primer día», dice.
En realidad, Joaquín –a veces extremo, a veces enganche– no sabía si tenía que volver al segundo día de prueba. Al finalizar el primer ensayo, el lunes, los coordinadores no le habían dicho nada: “Le dije a Lucas –recuerda– que no me habían dicho ni sí ni no. No sabía si tenía que volver y le pregunté ‘¿qué hago?’, y él me dijo ‘vení, amigo, de última digo que viniste conmigo».
Joaquín sigue su relato: “Ya para el miércoles, Julián dijo que podía poner el auto y nos encontramos a las 7. En el viaje tomamos mates, comimos galletitas y escuchamos temas de Callejeros. Fue una charla re linda entre los tres, muy variada, de cómo nos habíamos conocido. En ese momento no te das cuenta, era una charla normal con tu amigo, pero no sé, fue raro”.
Los jugadores de Barracas que pertenecían al plantel, como Lucas, jugaron un partido contra los chicos que se probaban, como Joaquín y Julián. “Me pegaron una patada alevosa y Lucas me defendió: ‘Yo traigo pibes para que se prueben y vos los querés lastimar, esto no es así’”, le dijo”, recuerda Zuñiga. Y entonces todo se aceleró:
–Cuando terminó la prueba, el profe nombró a siete jugadores, entre ellos a mí. «Zuñiga y tal vienen el viernes, ya se incorporan, pidan el pase que son parte del club». Lucas volvió al rato de entrenar con su categoría y me dijo «¿qué onda, amigo, qué te dijeron?». «Quedé, boludo, quedé. Al fin vamos a jugar juntos», le dije. Siempre decíamos que íbamos a jugar juntos y él me decía «es Barracas, amigo, acordate que es Barracas». Le dije «gracias, si me quedaba con lo del lunes, me quedaba sin club». Ahí dijimos «¿nos sacamos una foto?», y es la foto que salió en todos lados. La seguimos «el viernes venimos» y «escuchame, gato, ¿vamos a comprar un jugo?», y ahí pasó todo lo que pasó.
Joaquín sigue hablando, como si necesitara hacerlo: «Todo pasó el día que quedé en Barracas. Es lo que quería desde los 14 años, quedar en un equipo, y no podía lograrlo porque no me llamaban o porque quedaba y no me gustaba. Pero acá además era jugar con mi amigo. Y él me había dicho ‘tenés que venir igual’. Si me quedaba con que el lunes no me habían dicho nada, no iba. Fue por él que jugué, fue por él que quedé en Barracas. Y una vez que se cumple el sueño de estar en un club, no podés compartirlo con tu amigo que te llevó ahí».
–Empezaste a entrenar hace poco. ¿Qué sensación tenés?
–Tengo que entender que él quería que yo juegue, y si bien injustamente no puede estar conmigo, tengo que jugar por él. A veces pienso en los viajes, el sacrificio, y me acuerdo de que tengo un amigo ahí. Estoy jugando por él, me dejó ese legado. Pienso en él desde que salgo de casa hasta que estoy en el vestuario. Deseo que un día yo llegue al vestuario y él se esté cambiando ahí. Ya en la cancha no lo pienso más, pero después vuelvo a lo lindo que habría sido compartir con él. Solo en Racing habíamos jugado juntos.
Joaquín también habla de los padres de Lucas, a quienes considera su nueva familia (“Era tan bueno porque tenía unos padres, Peca y Cintia, que son de una madera increíble. Peca me mandó un mensaje ‘ahora a jugar a todos lados’, y me dice que me va a acompañar”); de su relación con Julián Salas (“Cuando uno se está cayendo, el otro le da un empujoncito. La vamos llevando de a dos. Si no, es imposible, es una pérdida muy dura»); y del último diálogo con Lucas, en el auto, yendo a Barracas el miércoles 17 (“Nada me recupera la pérdida de mi amigo pero me deja tranquilo esa charla”).
Y por supuesto grita por justicia: “Veo un mural con la cara de él y me digo ‘mirá qué loco’, el pibe quería jugar y al final tanto sacrificio que le arrebataron… pero algo quedó. Pido justicia por Lucas».
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