Incorporada al paisaje de La Boca los 365 días del año, una bandera roja y blanca con el escudo de River desplegada a 500 metros de la Bombonera, sobre Irala al 1700, sobresale en días como hoy, de superclásico a la hora del almuerzo o la sobremesa, a las 14. Colgada sobre el balcón del segundo piso de un conventillo urbanizado, Julia Recchi –44 años, trabajadora social– es más que su orgullosa portadora: es también una hincha de River que quiere instalar “nuestros colores” en el barrio en el que nació el gran clásico argentino pero, a la vez, del que su equipo también se mudó hacia el norte de la ciudad en 1922. En verdad, se alejaron primero su estadio y después su sede, a Palermo en primer término y a Núñez finalmente, pero parte de su gente nunca se fue: River sigue presente en La Boca.
“Amo mi barrio, es el más lindo de Buenos Aires, pero amo más a River”, dice Julia, que colgó la bandera en el frente de su casa el 9 de diciembre de 2018, durante los festejos tras el superclásico que definió la Copa Libertadores más hiperbólica. “No la saqué nunca, ni siquiera para lavarla, con la salvedad que este año tuve que remplazar a la original porque se rompió en una tormenta. Pero ese mismo día puse una nueva, también con el escudo”, explica, horas antes de la paradoja de darle la bienvenida a su equipo en su barrio de todos los días pero, a la vez, en territorio ajeno para River.
Julia acepta que en su barrio hay mayoría de hinchas de Boca –“o eso es lo que se ve”, matiza-, aunque sostiene que hay muchos más fanáticos de River de lo que se cree: “Siempre ando con la camiseta de River y todo el tiempo recibo saludos de nuestra gente. Los vecinos son respetuosos y nunca tuve problemas, aunque el paisaje cambia los días de partidos: ahí sí, por las dudas, prefiero no usar ropa roja y blanca, pero la bandera del balcón no la saco. La solidaridad, además, va más allá de los colores: cuando la policía reprime a los bosteros, corremos a darles agua o los alojamos en la entrada del edificio«.
Julia tiene algo parecido a una misión: “Me gusta instalar nuestros colores en el barrio. Así como está todo pintado de azul y amarillo, ojalá empecemos a imponer el rojo y blanco en más cuadras, ya sea en balcones o paredes, aunque las saquen”. Nada más simbólico que el lugar donde ubicó su bandera: al frente de un conventillo urbanizado, de material, que imita la vieja escenografía del barrio, y en cuyo interior hay más de 30 departamentos.
La bandera de Julia, en cierta forma, marca un regreso a las fuentes callejeras del clásico: los especialistas en la historia social del fútbol resaltan cómo River y Boca nacieron para configurar una rivalidad, y ni siquiera entre los jugadores, sino entre los hinchas. Las diferencias comenzaron en el barrio y recién después se trasladaron al campo de juego, como si el fútbol solo fuera un catalizador. En 1911, el diario La Mañana lanzó una encuesta a sus lectores sobre qué club tenía más «seguidores». Apenas se habían enfrentado un par de veces en la cancha, amistosos perdidos, pero ya se olfateaban, se miraban de costado.
Eran clubes vecinos, del barrio de La Boca, con estadios precarios en la Dársena Sud (cerca de donde ahora está el Casino Flotante) y sin campañas destacadas: River había ascendido a Primera, aunque todavía no le peleaba el título a Alumni, el gran campeón de entonces, y Boca aún reptaba en Segunda. Y eran, además, instituciones muy jóvenes, fundadas hacía menos de 10 años, tal vez con influencia genovesa compartida. De los 600 clubes-equipos que fundaron los jóvenes criollos de aquella época, hijos de las nuevas olas de inmigrantes, la mayoría jugó un puñado de partidos antes de desaparecer en la historia, pero River y Boca sobrevivieron, se hicieron fuertes y pronto se convertirían en leyenda y en superrivales.
De aquella encuesta de 1911 se reconstruye que, a la espera de que sus equipos se enfrentaran oficialmente en la cancha, los hinchas ya se medían: una de las consecuencias del concurso de La Mañana fue “una terrible pelea” callejera entre 20 mujeres. Una hincha de River, consignada como “la patrona de un café”, gritó “Viva el River” al leer que su favorito estaba en ventaja. Siete mujeres de Boca le respondieron “Viva el Boca”, a lo que la partidaria de River le gritó en genovés a su perro, que estaba en la puerta del café: “Malaspin —el nombre de la mascota—, dágales u tarascun”. La crónica de La Mañana detalló, en efecto, el tarascón del perro: “Un enorme perro salió al instante y mordió a una de las defensoras del Boca. Las damas sacaron fuerzas, después de vencer al perro, y entraron al café. La patrona se había atrincherado detrás del mostrador y prodigaba palos a diestra y siniestra”.
Algo fuerte se estaba gestando y terminaría de entrar en combustión cuando Boca debutó en Primera en 1913 y se enfrentaron oficialmente por primera vez: el de hoy será el clásico número 260. En La Boca, Núñez o España, con titulares o con suplentes, en medio de las semifinales de la Copa o con el técnico cuestionado (como Martín Demichelis), la rivalidad vive en el campo de juego y en la calle, incluso en la geografía de origen. “Este barrio también es de River, tenemos que bancar la parada”, dice Julia, y no se refiere al clásico de hoy, sino a uno de todos los días.