Lo más difícil es enseñarle a un boxeador que no le tienen que pegar, está diciendo Fernando Albelo, de pie, con los brazos cruzados y en campera en el centro del club que acaba de inaugurar en Hernandarias 620, a cuadra y media de la Bombonera. Después de haber trabajado 21 años como profesor y DT en el Almagro Boxing Club y de haber forjado, justamente para el Almagro, esa identidad que entiende la práctica de boxeo como inclusión social. Una hora más en el club, una hora menos en la calle.
Albelo es muy alto, tiene la espalda ancha y las manos anchas, y todos lo apodan Chiquito. Ahora, en este sábado de agosto, en el Defensores de la Boca Boxing Club, él habla de la continuidad de la propuesta y de que la comisión directiva (él, como presidente; y Karen Burbuja Carabajal, una de las mejores boxeadoras de la actualidad, como vice) mantiene esos valores, mientras se terminan de pintar las paredes de blanco y de colgar las bolsas de tamaños distintos. El galpón con forma de ele y con doble salida a la calle fue una fábrica de gomas industriales y quedó fundado con formato de club social en la fecha significativa del 1 de mayo. «Se notaba que el espacio era bueno y que se podía hacer un gimnasio», explica Carabajal. «Cuando abrimos la puerta, vimos que todavía estaba lleno de máquinas y esas cosas. Y yo pensé, por dónde empezamos, qué tiramos primero».
Qué se enseña cuando se enseña boxeo es la pregunta central y Albelo, que tiene una biblioteca enorme sobre el pugilismo y una colección enorme de VHS sobre la disciplina, antes de hablar extensamente sobre técnica –por ejemplo, que la reiteración del golpe hace que se convierta en acto reflejo, que se incorpore, que el boxeador se hace y también un poco se nace y que la defensa es lo más importante–, dice que una clase de boxeo implica necesariamente una serie de valores. Valores morales, valores intelectuales. Premisas éticas, modos de conducta, la disciplina contenida en el espacio de trabajo, lazos de compañerismo, respeto y solidaridad en el grupo. Incluso más, estas palabras están pintadas como lema en uno de los muros laterales.
Albelo habla de figuras modelo, de construir referentes, y también de la responsabilidad que significa convertirse en referente. Como de hecho fue el caso de la súper pluma, Karen Carabajal. Que entrena desde los 16 años, lleva una década en el profesionalismo, y se recibió de psicóloga con promedio de honor. Entrena, compite, gana campeonatos y fue madre antes de cumplir 30. Su última pelea, contra Katie Taylor en Londres a fines de octubre de 2022, fue uno de los eventos pugilísticos que le dio mayor notoriedad. «Uno enseña un montón de cosas, en realidad», cuenta Albelo. «Al principio no me daba cuenta de la llegada que yo tenía hacia los chicos. Y después me fui dando cuenta del alcance de la conversación. Un día vino la madre de un chico a decirme que le hablara, porque el chico había llegado alcoholizado a la casa. Por favor, me gustaría que le hables, así me dijo la madre, porque a vos te escucha más que a mí. Yo era muy jovencito, tenía 27, 28 años, y eso me quedó marcado».
Se puede saber cómo es un club de boxeo a partir de las fotografías e imágenes que suelen agruparse sobre las paredes. A quiénes se reivindica, qué figuras se enaltecen. Un corredor lateral de este gimnasio muestra en galería no sólo a boxeadores famosos, o a los más destacados del equipo de trabajo, también se ven las caras de Messi, Maradona, el padre Mugica o Evita, y un etcétera largo. Las clases se dan en los tres turnos (mañana, tarde y noche) y en el espacio conviven el entrenamiento de púgiles de nivel competitivo (como Agustín Gauto o Julián Aguilera) como los que asisten a nivel recreativo. Cuenta Carabajal que la gente viene para sentirse mejor, para bajar de peso, para sacarse de encima el estrés.
Pero en general, existe la fantasía de que un club así implica necesariamente pegarse, salir lastimado. En Defensores de la Boca (como en Almagro, por supuesto, y también en el Galpón de Tony Sánchez, o en Chacarita Juniors de Juan Gallo, por nombrar algunos) se trabaja con las premisas opuestas: sólo se hace esparrin y sólo se sube al ring si el participante está preparado y si quiere. Primero hay un largo entrenamiento de los movimientos básicos, defensa, golpes, y nunca jamás se obliga a alguien a pelear si no quiere hacerlo. De hecho, uno puede realizar toda la práctica, durante décadas, sin tocarse un centímetro con el rival.
Hace poco tiempo, la boxeadora Clara Lescurat (categoría súper mosca, Premio Losauro 2022) posteó en sus redes sociales que la disciplina y el orden los aprendió con Fernando Albelo. Que Albelo sostenía que un día de falta en el entrenamiento significa no boxear el sábado, ya que el cuidado del que practica boxeo, su salud física y mental, son fundamentales. Si querés pelear, explicó Clara, tenés que ir al club todos los días. No se puede hacer de otra forma.
Para el cierre, Carabajal resume así: «Se trata de llegar a todas las clases sociales, sacar a la gente de la calle con el deporte como herramienta, de acompañar a los que necesitan un espacio de pertenencia. Que puedan entrenarse los pibes de barrio y que tengan un lugar». Se trata, agrega, de «dar todo» lo que le dieron a ella. De enseñar lo aprendido porque, atentos a las dinámicas de grupo, a la red de apoyo que supone, «el boxeo nunca fue un deporte individual».
Fundar un espacio, entonces, no es sólo abrir un gimnasio, sino también establecer una lógica nueva, que implique reconocimiento y solidaridad en la relación con los otros, en el modo del trato. Estar atentos a cómo se siente cada uno, a que puedan cumplir con su formación y escolaridad, y a su desempeño. Basta mirar, esta mañana de sábado, a los que entran y salen, a los que saludan y se ponen a entrenar, para entender el marco de contención, el lugar de llegada que este espacio propone. Y aunque dentro de muchísimos años, dice Albelo, todos nosotros estemos muertos, la organización es lo que va a quedar.