El apagón deportivo

Por: Alejandro Wall

Como nunca en la historia de la humanidad estamos ante la ausencia del deporte. El escritor Juan José Becerra, el humorista Pedro Saborido, el sociólogo Pablo Alabarces y el filósofo César Torres reflexionan sobre la falta de juego, algo más antiguo incluso que la cultura.

El jueves, mientras en el país se completaba una semana de aislamiento social preventivo y obligatorio, un grupo de hinchas de Independiente y Racing se solazaban con un partido en el FIFA 20. Sin fútbol, lo que quedaba era jugar un clásico en la Play, el refugio de los eSports, lo único que queda en pie dentro del apagón deportivo en medio de la pandemia. No había televisión, tampoco pack premium, pero una plataforma como Racing Play, con contenido exclusivo del club, transmitió los partidos -ida y vuelta, uno en el Libertadores de América y otro en el Cilindro-, que a diferencia de lo que sucede en los cruces en átomos del último tiempo quedaron para Independiente.

Controlado desde el joystick por Gastón Kovalivker, Racing ya había jugado -y ganado- contra Estudiantes de La Plata y Nacional de Montevideo. Alex Caniza, productor general de la plataforma OTT, adelanta que el próximo encuentro será contra Colón de Santa Fe. “Queremos hacer uno así por semana”, dice. “Los videojuegos deportivos -escribió esta semana el periodista Marcelo Gantman- se hicieron cargo del entretenimiento de las personas en estos días de aislamiento social. La carrera ‘Not Bah GP’, la versión virtual del Gran Premio de Barhein de Fórmula 1, tuvo un total de 350 mil espectadores el domingo pasado”.

Nunca antes el mundo había asistido a semejante ausencia del deporte, desde el profesional hasta el recreativo. El juego es la historia misma de la interacción humana. El holandés Johan Huizinga explicó en su mítico libro Homo Ludens (1938) que el juego es más antiguo que la cultura. “La cultura, aunque se define de manera inadecuada, siempre presupone la sociedad humana, y los animales no han esperado que el hombre les enseñe su interpretación”, dice. Como la interacción es imposible en tiempos de coronavirus, o al menos está restringida al máximo, el deporte, el ejercicio o el juego quedaron recluidos en los metros cuadrados que se disponga, como el runner que corrió 21 kilómetros en su departamento de Belgrano.

“La veda deportiva impuesta por las medidas para enfrentar el coronavirus es inédita para el deporte moderno -dice César R. Torres, doctor en filosofía e historia del deporte por la Universidad del Estado de Pensilvania-. Estas medidas desordenan todo orden cotidiano y son otra manifestación de ese desorden abrupto y radical. Pero también nos pone de relieve la importancia del deporte y las posibilidades vitales que el deporte nos ofrece, como la búsqueda de la excelencia, la aplicación de las virtudes necesarias para intentar lograrlo, con autodeterminarse, conformar una identidad, reconocerse con otros y otras en la actividad deportiva. La veda deportiva nos confronta con la importancia que tiene una actividad que, en general, tiende a considerarse como trivial”.

Ante un ocio obligado, la primera sensación para un hincha de fútbol es la falta de partidos en vivo, un vacío que se intenta cubrir con el recuerdo de viejos partidos en YouTube, challenge en redes sociales, los lives entre ídolos o figuras, y los videojuegos. El escritor Juan José Becerra, hincha de Boca, dice que volver a ver partidos implica también una relectura de eso que vimos. “Y esa relectura -agrega- implica una relación de frialdad con ese objeto con el que nos relacionamos por primera vez de una manera caliente. Me pasó ver partidos viejos y no me acordaba nada. Lo que tiendo a pensar que lo que veo por segunda vez es verdaderamente lo que ese partido fue; que por fin en las segundas veces hay una relación inteligente, razonable, una percepción más o menos precisa de aquello que vimos por primera vez de manera enloquecida. La experiencia del espectador de fútbol es totalmente diferente. Y por fin ahora vamos a ver un partido de fútbol como se debe, como si viéramos una película, sin pasión. Aplicando una inteligencia ante un fenómeno que nos lo quita en el momento del vivo”.

Varado en Guadalajara, México, a donde viajó por trabajo, el sociólogo Pablo Alabarces se lamenta primero por no poder regresar. Y después porque justo cuando la pandemia anuló todo ejercicio deportivo conjunto, él había vuelto a jugar al fútbol en césped. “Y volví a comprobar que es un juego bellísimo. Extraño jugar, lo que significa que extraño el juego y también el intercambio”, dice por WhatsApp desde su reclusión tapatía. Sin embargo, agrega, hay una segunda conclusión: “Se puede vivir sin fútbol y sin deporte. Cuando las cosas se reubican en importancia, te das cuenta que la vida es más importante que la Copa de la Superliga. Todos los deportefílicos extrañamos la Champions, el Leeds, los Juegos, pero a mí se reubican las categorías. El apocalípsis es más importante. Puedo vivir sin ESPN, pero se me hace muy cuesta arriba sin mi hija”.

El confinamiento, y acaso también esa falta de deportes en vivo, impone también un desafío. Encontrarnos con un tiempo que no teníamos, o que al menos no teníamos libre. “Y no necesariamente perdemos los días, se pueden ganar de otra manera. Una posibilidad para ejercer esta vida que el ritmo cotidiano no lo permite es explorar posiblidades de vida activa diferente a las tradicionales, aunque claro que es forzoso porque estamos coaccionados”, dice César R. Torres.

“Hay un terror al aburrimiento”, acota el guionista y humorista Pedro Saborido. Y agrega: “Están con que leamos, que no falte Internet, que hagamos transmisiones en vivo. Es terror a tener la conciencia de que estamos encerrados. Y el pánico a tener que pensar en la enfermedad. No podemos parar de distraernos. Y si no podemos trabajar no dejemos de entretenernos. No podemos dejar de ser un rato quiénes somos. Más allá de lo pintoresco de que no haya fútbol, situación que ocurre varios meses al año, el tema es que no haya fútbol, lo que nos recuerda es que hay una enfermedad. El fútbol va a ser la prueba de que podemos seguir con vida”. Y también está, dice Saborido, esa adicción a la emoción: “El deporte trae un conflicto, nos permite presenciar un conflicto no dañino. No estás viendo una guerra de verdad ni una pelea de dos tipos por la calle. Hay una adicción a esa emoción del enfrentamiento. Y si no la tenemos buscamos drogas sustitutas, algo en lo que al menos uno gane y el otro pierda”.

Claro que para eso no alcanza YouTube, los partidos de los que ya sabemos los finales. Tampoco los videojuegos aunque perfeccionen cada vez más los movimientos y los gestos de los futbolistas. Pueden ser drogas sustitutas, como dice Saborido, pero sólo por un rato. El drama teatral del deporte, sus representaciones, no están ahí.

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