–¿Qué ponemos en el fútbol?
–El fútbol es una reserva permanente de infancia. Con el fútbol sos chico para toda la vida, y eso es algo que los seres humanos necesitamos, nos hace bien. Que una parte de tu vida sea así de simple, clara, eterna, permanente, redonda. Y no hay una gran distinción cuando jugás y ganás o cuando tu equipo juega y gana. El único problema cuando sos hincha es que no podés hacer nada. Te creés que si te ponés tal camiseta, sí. En el fondo sabemos que es mentira, pero necesitamos hacer algo, pensar que sí. Está bueno tener algo absolutamente gratuito que no te reporta nada material –al contrario– pero que te entrega con ese nivel de ingenuidad.
–«Jugar es como entender el funcionamiento general del mundo», dice el personaje de la profesora en tu última novela, El funcionamiento general del mundo.
–Cuando jugás, la vida se simplifica de una manera excepcional. La vida es confusa, contradictoria, querés esto pero también aquello y no se puede, y después está lo que tenés que hacer, no lo que deseás. Pero cuando jugás, es simplísima y pequeñísima. Cualquier juego tiene muy pocas reglas y un objetivo. No sólo el fútbol. ¿Y qué es ganar? Vivir. ¿Y qué es perder? Morir. Cuando jugás, tu vida se reduce a vivir y morir. No creo en esa frase «Fulano cuando juega se transforma». No te transformás, te exhibís. No tenés tiempo de poner tu mejor perfil, porque necesitás vivir. Y cuando jugamos, el resto del mundo desaparece. No hay otras esferas de tu vida donde te pase eso. Hay un riesgo de desbordarte y animalizarte y olvidarte de todo, y voy y le rompo una botella en la cabeza a otro. No, pará, ahí sos una bestia, dejás de ser un niño. Eso de «funcionamiento general del mundo», hay poca gente a la que conozca tan en profundidad como a la que juega conmigo al fútbol. Los he visto sacrificarse, pegar, fingir, o decir: «Es penal para vos».
–¿Qué te pasa con el fútbol argentino?
–No sé qué parte de mi desgano y desilusión no tiene que ver con el presente de mi club. Si empiezo a decir que es un fútbol devaluado, sin figuras, que se juega mal, es posible que sea verdad o que alguien diga: «Decís eso porque Independiente juega horrible». O estoy viejo, porque uno a medida que envejece puede tener una mirada medio resentida hacia el presente, porque en realidad es uno el que se está quedando afuera. Ahora, 28 equipos en Primera, y quieren que sean 30… Lo del VAR me tiene harto: estar en la cancha es insoportable, no podés gritar los goles. ¿Qué hacías antes en la cancha? Veías que la pelota entraba, mirabas al línea, y si corría para el medio, listo. Y si era al revés, y considerabas que era offside, ya te ponías a insultar. Pero era gol, fin. Con el VAR los jugadores no pueden festejar. Es una combinación arbitraje, situaciones institucionales de los clubes- y el VAR, que te quita las ganas. Te quita las ganas pero al próximo partido voy igual. Y que no haya visitantes, y que estemos resignados, es muy penoso.
–¿Cómo recordás a Maradona?
–Hay un pensamiento del Negro Dolina que lo hago propio: hay que evocar a las personas por sus mejores obras. Maradona me hizo muy feliz, sobre todo el del 86 al 90. Tengo la suficiente edad para recordarlo en relación a la sociedad argentina: antes del 86, Maradona no era de todos, era de los de Boca y Argentinos. Recuerdo el River-Boca del Metro 81 y los hinchas de River lo putearon de principio a fin. Empataron 1-1 en cancha de River con gol de Maradona. No lo querían, no era propio, era el rival. El del Mundial 82 fue como una de esas desilusiones cíclicas con Messi. «Eh, la rompe, pero con la Selección…». En las Eliminatorias al 86 no brilla. México 86 genera un romance definitivo. Italia 90 lo consolida, en la derrota. Al mismo tiempo, debe ser muy difícil vivir esa vida, nunca poder estar a la sombra, no poder estar en ningún lado sin que alguien te esté mirando, idolatrándote. ¿Sabés lo que debe ser esa vida? No podés vivir.
–¿Dónde está la literatura en Messi?
–El arte está en lo que falta, en la ausencia, en la caída, cuando estás incompleto, en la imperfección. Leo es literatura las pocas veces que lo ves triste, herido. Ojalá en Qatar no tengamos literatura y debamos guardarla para su retiro. Lo matamos y cuando empezamos a ver que en el horizonte estaba su retiro, «ah, pobre Leo, dejemos de matarlo». Empezamos a hacer literatura en el sentido de agradecer, emocionarnos y cobijar cuando vimos que Messi no es eterno. Y ahora estamos a la expectativa de algo que no se puede decir, pero mirá si en una de esas…
–¿Qué vivenciamos con un Mundial? Eduardo Galeano colgaba un cartel en la puerta de su casa: «Cerrado por fútbol».
–Uso agenda de papel, las chiquititas, desde hace 20 años. Ya tengo anotados, día por día, todos los partidos. El primer Mundial que vi fue el del 78. De ahí para acá, juega Ghana-Arabia Saudita, y embobado frente a la tele. En algún momento los Mundiales eran los equipos soñados: los mejores de un país juntos que no jugaban juntos. Hoy los equipos soñados son los clubes europeos, no las selecciones, que son más débiles que los equipos de la Champions. Pero hay algo maravilloso en un Mundial, es una fiesta verlo.
–¿Por qué el fútbol es un «salvavidas» y una «prisión»?
–Me molesta cuando hay una mirada ingenua sobre la pasión, como si fuera pura y bella. La pasión es pura porque te viene de las entrañas, pero también puede ser animal. En nombre de la pasión podés hacer mucho daño. Ahora, el fútbol también puede ser una escuela. Jugar al fútbol me permitió atravesar situaciones que hubieran sido más difíciles sin el fútbol. Mi viejo se murió cuando tenía diez años, y hasta ese momento tenía una niñez de puertas adentro. Cuando se murió mi viejo, y mi casa se transformó en un velorio permanente, por suerte había un barrio afuera, y pibes y una pelota. Como había jugado con mi papá en la vereda, no era bueno gambeteando, sino atajando. Y no me jodía lastimarme. Como con los pibes del barrio conquistábamos la calle, poníamos los cascotes y se jugaba en el asfalto, empecé a atajar. Dejé de atajar a los 18, porque me sentía más seguro, y me fui a jugar -mal- al mediocampo. De eso trata El funcionamiento general del mundo. Jugamos donde queremos o donde somos necesarios, o donde los demás nos quieren.
–¿Te preguntás cuántos libros y partidos te quedan?
–Sospecho que menos partidos que libros… Tengo 54, y me duele todo cuando juego. Cada vez me quedan menos tipos de mi edad para jugar un once contra once. Y no tengo ganas de jugar en torneos a los que van esos loquitos que se creen en Wembley. No pensé que el fútbol era un deporte de contacto. Ahora, cada vez que choco con uno de 30, siento que me pisó un Scania. Voy al gimnasio, salgo a correr. «Che, ¿querés verte bien?». No, quiero jugar al fútbol sin romperme.
–Escribiste en Twitter: «Hoy tuve un día pésimo. Sin embargo a la noche jugué al fútbol y –dentro de mis terribles limitaciones– no lo hice tan mal. Creo que para eso existe el fútbol. Para volver mejores nuestros días y nuestras noches».
–Había tenido unos días horribles, no me salía nada, quilombos de laburo, de familia. Y a la noche voy a jugar, cancha de ocho. Me paro de 5, doy la pelota con coherencia. Cumplo. Vuelvo a mi casa y digo: «¿Por qué estoy tan bien?». Porque jugué al fútbol y cumplí. Y gané. Listo, la semana me cambió. También puede ser al revés. Ahí no tuiteo.
–«Hay quienes sostienen que el fútbol no tiene nada que ver con la vida del hombre, con sus cosas más esenciales. Desconozco cuánto sabe esa gente de la vida. Pero de algo estoy seguro: no saben nada de fútbol», escribiste como prefacio en Esperándolo a Tito (2000), tu primer libro. ¿Esas palabras ya no te pertenecen, son de la cultura fútbol?
–La otra vez lo vi con Di María. No sé qué quilombo había tenido en el PSG y mandó en alguna red social esa frase, caliente. Y digo: «Miralo al Fideo…». Hay una escena muy linda en la película El cartero, que tiene que ver con la vida de Neruda y el cartero que le lleva las cartas. El cartero le afana un poema a Neruda y se lo lee a su amada como si fuera propio. Y Neruda se calienta: «Ese poema es mío, no tuyo». Y el cartero le contesta: «La poesía no es del que la escribe, sino del que la necesita». Si lo que escribo alguien se lo agarra, es lo mejor que te puede pasar. Andá saber cómo le llegó a Di María.