Demichelis y Almirón se estrenan en la película sin guión del superclásico

Por: Roberto Parrottino

Los entrenadores de River y Boca iniciaron nuevas etapas en los más grandes del país. La era post Gallardo y el primer DT sin pasado en el club en la gestión Riquelme. A las 17:30, en el Monumental.

Jorge Almirón camina por el barrio de La Boca. Es lunes, 1° de mayo, Día del Trabajador. El sábado, Boca le ganó 3-1 a Racing en la Bombonera. Almirón recorre Caminito. Escucha el quejido de un bandoneón. Luce natural, cómodo con ser el entrenador de Boca. A la vuelta del triunfo 2-0 ante Colo Colo en Chile por la Copa Libertadores, Almirón visita la Basílica de Luján. Y reza. Martín Demichelis debuta como técnico en un equipo de Primera y, en apenas cuatro meses, coloca arriba a River, líder con 34 puntos de la Liga, a seis del escolta San Lorenzo. Demichelis, egresado de la escuela riverplatense, el escudo en el traje, mixtura: le impregna el ataque sostenido del Bayern Munich y River vuela tras los largos ocho años –un mal 2022– de Marcelo Gallardo, DT-prócer.

El primer River-Boca en el ampliado Monumental (83 mil espectadores), fecha 15 de la Liga –arrancará 17:30–, también será el del estreno de Demichelis y de Almirón como entrenadores en un superclásico, el partido entre todos los partidos del fútbol argentino.

Para poner en contexto: el último superclásico sin Gallardo en el banco de River fue el 2-1 a Boca en la Bombonera por el Torneo Final 2014, el gol de cabeza de Ramiro Funes Mori tras el «no fue córner» (o el «Pitanazo»). A River lo dirigía Ramón Díaz. A Boca, Carlos Bianchi. Y Juan Román Riquelme, que clavó un golazo de tiro libre, todavía era el 10 de Boca (faltaban cinco años para que volviese en forma de vicepresidente, para que cortase los 24 años de macrismo). De aquel superclásico sin Gallardo pasaron nueve. Demichelis volvió de Alemania, donde había dirigido a la Sub 19 y el equipo B del Bayern Munich, e inició la era post Gallardo. En la Liga, su River ganó ocho partidos seguidos sin goles en contra. Pero si insinuaba desfilar en el torneo local, el martes, ante Fluminense en Brasil, sufrió una goleada (5-1) que lo dejó último en el grupo D de la Libertadores, justo en la previa del River-Boca. ¿Alarma? En La magie du football, el filósofo francés Thibaud Leplat nos insta a «dejar de intentar, en vano, explicar el fútbol», que acaso mejor «tratemos de describirlo». River-Boca, Boca-River, no se explica.

Almirón también abrió una nueva etapa en Boca. Es el primer técnico de la gestión Riquelme sin pasado ni raíces en el club. Si la elección de Miguel Russo respondió a que fue el último DT en ganar la Libertadores (2007), Sebastián Battaglia y Hugo Ibarra fueron técnicos made in Boca Predio. Almirón estuvo al borde de perder los primeros tres partidos como DT de Boca –sin marcar goles– y entrar en la historia (negativa). A los 89 minutos con Deportivo Pereira, en la Bombonera, Boca perdía 0-1. Lo dio vuelta: 2-1. En seis partidos, Almirón le entregó la titularidad al juvenil Valentín Barco en el lateral izquierdo (va en serio) y colocó de medio-punta al peruano Luis Advíncula, lateral derecho de origen, pero autor de dos goles en su nueva posición. Boca creció en confianza y en juego con Almirón. Hay agilidad en la mitad de la cancha, en los pases y las búsquedas entre los compañeros, que antes no. Hay ideas. «El entrenador nos pide cosas y en la cancha salen», dijo Sergio «Chiquito» Romero, el arquero que jugará su primer superclásico.

Demichelis y Almirón nunca se enfrentaron, ni como entrenadores ni como futbolistas. Demichelis –como Lionel Scaloni en la selección– se está curtiendo como entrenador en River. «Me hago cargo de los cambios que hice; sin dudas, soy responsable, en las buenas y en las malas también. A veces salen mal», aceptó tras el 5-1 ante Fluminense. Había cambiado a un defensor (Emanuel Mammana) por un delantero (Pablo Solari), lo que expuso al amonestado Leandro Gónzalez Pirez, expulsado seis minutos después del cambio. Almirón, en cambio, entrenó a 12 clubes en cinco países durante los últimos 15 años. Pero llegó a Boca después de una sucesión de malas performances en San Lorenzo (34% de los puntos), en su vuelta a Lanús (53%) y en dos etapas en Elche de España (29%). Había tenido esas chances porque en 2016, en su primera estadía en Lanús, había ganado la Primera División, y porque al año siguiente se había ratificado: finalista de la Libertadores luego de eliminar en la semi al River de Gallardo.

Como fuese, Demichelis y Almirón les renovaron el aire a River y a Boca. Caras nuevas para clubes que arrastraban procesos. La última vez que dos entrenadores «debutantes» se cruzaron en un superclásico fue en el Torneo de Transición 2014: 1-1 en el Monumental entre el River de Gallardo y el Boca de Rodolfo Arruabarrena, el del diluvio y el gol de cabeza de Germán Pezzella, defensor que había entrado como delantero. Todos los superclásicos guardan una particularidad, un instante que será recuerdo y que, muchas veces, excede al juego (en el último superclásico con visitantes en el Monumental, 2-2 por el Inicial 2012, desde la platea baja de River se elevó un chancho inflable que quedó en las caras de los hinchas de Boca). En la cancha, sin embargo, todo es más imprevisible. El fútbol es el mayor drama sin guion. Y, como escribió el periodista español Sergio V. Jodar, aun así «siempre ganaría el Oscar a mejor guion original». El superclásico es nuestro gaucho Martín Fierro.

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