«Debo ser el único que jugó y tocó en La Bombonera»

Por: Germán Arena

Héctor Bracamonte jugó en Boca y estuvo nueve años en el fútbol de Rusia. Cuando volvió al país, abrió un bar de blues para sacarse el gusto de tocar la guitarra con amigos. Además de dirigir la Sexta de Boca, acaba de debutar en un programa de televisión.

«Un café doble, bien cargado, y si podés que venga con un grano de café adentro». A las 23 del viernes, cuando la luz roja del grabador se enciende, Héctor Bracamonte acumula apenas un par de horas de sueño. La noche anterior debutó como panelista de Arroban –un programa que se emite por un canal online– y preparó algunos informes que debía de juveniles de Boca. Al otro día, a las 7:30, ya estaba en Casa Amarilla para dirigir a la Sexta, como todas las mañanas. Volvió a su casa para tomar unos mates con su familia y tocó un rato la guitarra hasta que se le hizo la hora de venir al Balcón de Blues, el bar que puso en Mario Bravo y Lavalle junto con dos amigos para cumplir el sueño de su vida. «Hay jugadores de fútbol que les gustan los autos y tienen un Mercedes Benz. Acá está mi Mercedes Benz», explica, mientras de fondo suena rock and roll en vivo.

–Cinco años atrás, cuando todavía jugabas al fútbol en Rusia, dijiste: «Sueño con tener un bar con un escenario, donde fueran a tocar los grupos conocidos y aquellos que todavía están peleándola. Eso me encantaría tener en la Argentina».

–¿Quién no soñó con tener un bar? No es fácil mantener ese sueño. Es una etapa complicada para el rubro comercial en el país. Pero bueno, este es mi gusto y me lo di. Tampoco es que quiero ganar fortunas con esto. Este es el Balcón de Blues, la extensión del balcón de mi casa. Aunque ahora estoy más alejado. La idea era tener un lugar para que vengan mis amigos y despuntar el vicio. Se llama así porque el balcón de mi casa es el lugar donde hemos hecho cosas irrisorias y muy bravas. Asados de 40 personas en un balcón. Imaginate. La idea era trasladar eso a acá. Los jueves, sobre todo, que es el día de las jam, me encontrás arriba del escenario. Los fines de semana a esta hora estoy babeando el sillón de mi casa viendo fútbol, medio dormido.

–¿Qué ves?

–Todo. Hasta fútbol ruso. Tal vez un domingo a la mañana me pongo un streaming de un partido ruso. Si no, argentino, europeo, lo que pasen. Mi pasión única es el fútbol. La música me encanta, me llega, pero si me das a elegir, me voy con la redonda a pleno. Alguna vez me han hecho decir en la prensa que soy un músico frustrado porque en mi familia son todos músicos. En las navidades llegaba mi tío, sacaba la guitarra y cantaban mi tío, mi vieja, mi viejo, mi hermano. Ellos eran más del folklore. Mi generación es rockera y ahí me abrí camino. Pero siempre el fútbol también. Deambulé por todas las posiciones hasta que un día, a los 15, me senté en el banco de suplentes con los guantes y la número 12. Ahí dije: esto no lo disfruto. Así que dejé ese club. Al tiempo viene el padre de Pablito Aimar, que estaba armando la categoría 78 en Estudiantes de Río Cuarto, y me sumaron. Ahí arrancó mi carrera.

–Cuando trabajás con los chicos de Boca, ¿ves algo distinto a ese pibe que fuiste vos?

–Hay mucho parecido y mucho distinto. Yo hoy veo que se repiten las historias. Tenés las mismas características de personalidades que cuando yo vivía en la pensión. Tenés el que se quiere ir a su pueblo todos los fines de semana, el que estuvo desde Novena pero en Cuarta queda libre, tenés el que saltó enseguida a Reserva. Todas esas problemáticas son las mismas. Las historias esas ya las conozco. Pero los pibes quieren lo mismo: jugar al fútbol.

–Es bravo el mundo de las pensiones: que a los 15 te saquen de tu entorno no debe ser fácil.

–Es una locura. Yo no lo comparto. A mi hija, que tiene 13, no la dejaría que se vaya a otra ciudad a hacer lo que sea. Se queman etapas y se truncan vidas. Hay cosas de juventud que no las van a vivir jamás. Y esa es la mejor época. Acá los pibes pasan toda la mañana entrenando, a la tarde van a la escuela y cuando vuelven se quieren tirar a dormir. Es una vida social limitada, poco abierta. En la escuela tampoco aprovechan para sociabilizar, para conocer otras realidades. A veces dicen que los futbolistas viven en una nube de pedos. Y sí. Si no vivió otra cosa. Hay muchos pibes que lo único que hicieron desde los 13 es dedicarse al fútbol. Dejaron la escuela. Tienen a la familia, al representante, al club y a los compañeros.

–¿Cómo formador te metés en eso?

–Sí. El circo ya está armado y romper con la estructura es difícil, pero siempre meto bocaditos porque la cabeza es lo más importante en el fútbol. Necesito jugadores despiertos e inteligentes más que físicos y técnicos.

–¿Qué te enseñó el fútbol?

–El fútbol es arte y el arte me gusta mucho. El arte te enseña de por sí. El fútbol me hizo recorrer el mundo. Aprendí geografía, idiomas, cultura, un montón de cuestiones humanas que me formaron. Pude estudiar música, empecé cursos de auxiliar clínico. Siempre fui un culo inquieto. Y así hice el curso de entrenador y ahora de repente estoy acá, en las inferiores de Boca.

–La Bombonera es un lugar que conocés bien. ¿Todavía escuchás el «Bracagol»?

–Eso fue increíble. Ahora le doy más valor a lo que viví, porque yo a veces pienso qué se debe sentir ser tal. ¡Y yo estaba ahí! Creo que pensaba que eso no puede estar pasando. Esa es la sensación de estar ahí arriba. El año pasado toqué con los Revanchistas en La Bombonera. Debo ser el único que ha tocado y ha jugado en La Bombonera. Es raro, eh. Salíamos por el túnel, caminando para el escenario y… fue una sensación y una experiencia linda. La diferencia entre el fútbol y la música es que en el fútbol tenés dos hinchadas. Cuando vas a ver a una banda sabés que la devolución, por lo general, va a ser buena. Se juega siempre de local, con tu público. Es más fácil. En el fútbol no sabés cómo te va a tratar tu propia gente.

–¿Te escapaste de concentraciones por un recital?

–La única fue para ver a La Renga, en Atlanta, cuando presentaba el disco de la estrella. Pero fue una cuestión de fuerza mayor. Compré la entrada con anticipación cuando jugaba en Los Andes, porque se jugaba siempre los sábados a la tarde. Había un solo partido los domingos a las 11. ¡Y le viene a tocar justo a Los Andes! A la 1 ya estaba en el hotel, al otro día jugué lo más bien.

–A pesar de todo, seguís en el fútbol.

–El fútbol no tiene nada que ver con el negocio. Es lo mismo que la música. Hay tipos que lo utilizan para hacer plata pero otros lo hacen para disfrutarlo. Yo estoy afónico de gritar a la mañana para entrenar a los pibes.

El Mundial ruso que imagina

«El tema es así. En Rusia hay 200 millones de habitantes. A mí me conocerá el 10%, pero ya son 20 millones. Como yo estaba en un club especial, era bastante excéntrico en un país de estructurados, con los pelos largos, la guitarra al hombro, hinchaba las pelotas y llamaba la atención», cuenta Bracamonte, que jugó nueve años en Rusia y en mayo de 2007 fue elegido por la revista Cosmopolitan como el hombre del mes. A un año del Mundial, cuenta cómo se vive en Rusia la pasión por la pelota: «Es el deporte número uno. Por ahí en Moscú los equipos mueven menos gente, pero en el Interior cada ciudad tiene su equipo y hay más sentido de pertenencia. Va a ser un Mundial especial por las distancias entre sede y sede. Va a ser muy loco porque los rusos están locos. Es una cultura diferente a la nuestra, otra raza, otro idioma. Incluso dentro de Rusia tienen a los tártaros, a los musulmanes, a los del Cáucaso, la parte de Siberia, la parte eslava. Toda esa mezcla, más lo que llegue de afuera, va a armar algo lindo.» Sobre las barras que tanto impresionaron en la última Eurocopa en Francia, explica: «No sé si son barras, son rusos: les encanta pelearse. Hacen 15 contra 15 en el medio del bosque. Se revientan a trompadas por gusto, qué se yo. Después juntan los dientes y se vuelven a casa.» Braca ya está armando un programa sobre Rusia para llegar al Mundial empapado de información local. Y en junio del año que viene se imagina en Moscú.

Un goleador políglota que se inspiró en el Maradona del Napoli

Bracamonte no habla como futbolista ni tiene pinta de haberlo sido. Pero desde siempre lo soñó. «A los 12 años le dije a mi mamá que no iba a ir al colegio que ella quería porque yo iba a jugar al fútbol. Y como iba a jugar en Italia tenía que estudiar italiano. Cinco años le di al italiano. En el ojete me lo metí, porque solo fui a pasear a Italia. Hablo portugués, inglés y ruso mejor que el italiano sin estudiar. Aprendés por necesidad. Viví en Rusia, aprendí ruso. En un equipo tenía siete compañeros brasileños, aprendí portugués. Cayó un sudafricano que solo sabía hablar inglés; como yo hablaba un poquito ruso y un poquito inglés, se me pegó. Y me hacía entender. Lo que pasa es que me chupa un huevo todo y no me importa errar. No es que no tengo vergüenza, no me importa tener vergüenza», explica el exgoleador, que a lo largo de su carrera tuvo la oportunidad de cruzarse con la inspiración que lo llevó a ser futbolista: Diego Maradona. «Desde que pisé Buenos Aires, en mi mesa de luz no tengo nada más que una estampita de Maradona. Yo soy futbolista gracias a Maradona. A mis 12, en el ’90, la vida era el Napoli. Yo quería ser napolitano, hablar italiano y usar la 10. Era amor. Pero le hice una promesa de no molestarlo, no invadirlo. Le debo todo. Y le pago así, porque sé que muchos le hacen daño por meterse en su vida. Eso no lo puedo concebir. Traté de no conocerlo, más allá de haber compartido vestuario o encontrarme en algunos lugares como la cancha de Boca o Chechenia. Siempre tuve una relación distante, ni una foto le pedí». Braca le compuso un tema a Diego, que se animó a tocar en televisión y llego a los oídos del Diez, que le puso título y lo invitó al siguiente asado a través de un amigo en común. «Le agradecí –dice– pero las promesas las cumplo. No lo voy a molestar».

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