Extracto de "Apuntes sobre fútbol de los tíos y las tías", el nuevo libro del escritor y periodista Ariel Scher, que dialoga entre la pasión infinita del hincha y la voracidad de los negocios del poder.
Al Tío Marcos le gustaba darle besos a las plantas y regar a las personas, anotar versos con los dedos zurdos porque era diestro y desabrigarse en los amaneceres del invierno, jugar al básquetbol con una bolita y jugar al tenis con las redes de los arcos del fútbol. Aspiraba y expiraba cada aire resuelto a que la existencia no fuera una fotocopia de la existencia. Era muchas cosas siempre y una cosa no era nunca: conservador. Sin embargo, hubo un día en que algo le resultó demasiado. Nos lo envió, con el corazón desflecado y la comprensión derretida, letra por letra:
Sobrinos y sobrinas:
1) El maestro Hamlet Lima Quintana le dio más vida a la vida con su poema «Gente necesaria» y, en especial, cuando regaló una estrofa que es casi un mandamiento: «Hay gente que con solo abrir la boca llega hasta todos los límites del alma, alimenta una flor, inventa sueños, hace cantar el vino en las tinajas y se queda después, como si nada».
2) El maestro Eduardo Galeano le dio más vida a la vida con casi todo lo que hizo y, en especial, cuando alumbró un secreto del mundo en esta brevedad llena de fuego: «Mi experiencia me ha enseñado que la grandeza no habita lo grandote. Está escondida en la gente anónima».
3) El maestro Hamlet Lima Quintana y el maestro Eduardo Galeano se hubieran dicho el uno al otro su poema y su frase, su frase y su poema, de haber sido testigos de que en el fútbol, ese patrimonio de la gente, un día la gente no fue gente. Y nosotras y nosotros, justo ese día, volvimos a la frase y al poema, al poema y a la frase, para lanzarnos, entre asombros y sin rotundidades, entendiendo o tratando de entender que en este tiempo de extrañezas pueden suceder todas las extrañezas, asumiendo que la pasión de los hinchas tiene algo de infinita y que la voracidad del negocio tiene todo de infinita, a dos preguntas que respiran en el poema y en la frase: ¿es posible que el fútbol sea fútbol cuando la gente no es gente?, ¿es posible, cuando la gente no es gente, que la vida puede darle más vida a la vida?
Ojalá podamos vernos más pronto que tarde,
El Tío Marcos
(El 13 de marzo de 2022 un sector de la hinchada del PSG silbó al crack argentino)
El mayor de los escasos misterios del Tío Romero era por qué, en su mesita de luz, en primavera o en otoño, mudado o por mudarse, tenía a mano una copia del capítulo 41 de Rayuela. El misterio se potenciaba porque el Tío Romero había intentado leer Rayuela, la más célebre de las obras de Julio Cortázar, muchas veces más que cabecear con el parietal izquierdo sin que, a pesar de tanto empecinamiento, pudiera avanzar demasiado.
Nosotros especulábamos con que la persistencia del capítulo 41 se debía a que había disfrutado de los cuentos de Cortázar y buscaba eso en Rayuela, o que lo inquietaba cuando ese capítulo 41 refería a «los altibajos de Boca Juniors». Él apenas avisaba: «Algún día me va a servir».
Al Tío Romero le gustaban Maradona, Cortázar, Mon Laferte, Bochini, el sol lamiendo al mar en la playa, Iniesta, el pueblo en la calles, sus sobrinos, sus sobrinas, La Renga y Messi. No nos sorprendió que, igual que cuando oyó a un periodista despotricar contra Maradona o supo que cierto docente criticaba a sus sobrinas, montara en broncas al enterarse de que la hinchada del PSG había silbado a Messi.
Supusimos que sacaría boleto a París para agarrarse a piñas contra cada silbador más allá de que la impunidad del dinero del PSG le resultara insoportable. Pero un tenaz lector de Rayuela siempre guarda asombros. Así que aceleró hasta donde reposaba el capítulo 41, recorrió con el índice los tres primeros párrafos y, al llegar al cuarto, se detuvo en la línea tercera. Cuando frenó, le notamos la expresión de quienes aguardan durante toda una vida el instante que le da sentido a algo que atesoraron. «Acá está —dijo—, un capo Cortázar». Y leyó fuerte la palabra que inventó Cortázar para esa línea y que el mundo entero necesitaba en ese segundo porque un pedazo de mundo cometía la herejía de silbar a Messi. Hermosa palabra: «contrasilbido».
Juntó los labios, le hizo un mimo a los pulmones y lanzó un contrasilbido que rompió la atmósfera. Los hinchas parisinos aún lo andarán escuchando. A silbidos necios, contrasilbidos del corazón. De inmediato, jugó un torneo de veteranos y metió un gol con el parietal izquierdo. Desde luego, se lo dedicó a Cortázar y a Messi.
(El 31 de marzo de 2022 el mundo despidió al autor del gol más gol de Racing)
Apenas dos horas después de que el Chango Cárdenas le avisara al mundo que a veces la vida puede caber en un noble botinazo, la Tía Marimar nos dijo que ya nunca volveríamos a sentir frío. Con la garganta aún desflecada por todo lo que había gritado ese gol, abrazó a vecinas con las que se había peleado una década antes, besó con los labios a las paredes y con el viento de esos labios al cielo y nos anunció que ese noble botinazo nos funcionaría eternamente como una frazada. La Tía Marimar era una dama sin rebusques, así que soltó lo suyo sin demasiadas curvas: «Habrá circunstancias en las que la Tierra quizás se convierta en hielo, en tormentas o en granizos. Cuando eso pase, acuérdense del botinazo del Chango y van a sentir que algo los envuelve, los recubre y los abriga».
Muchos consejos de la Tía Marimar se nos esfumaron. Este, al revés, jamás. El gol que el Chango le metió al Celtic nos protegió desde allí y para cualquier futuro. Hubo épocas en las que casi nos convencimos de que las historias con final dulce solo les sucedían a los de Hollywood, pero rescatamos la imagen de los bracitos alzados del Chango y recordamos que, en algún lugar, a los comunes del planeta nos estaba esperando una alegría. Hubo edades en las que nos advertimos muy lejos de un objetivo, pero se nos vinieron a la conciencia los metros largos que separaban el pie del Chango del arco escocés y redescubrimos que siempre hay posibilidad de vencer a todas las distancias. Hubo ocasiones en las que excesivas derrotas nos hicieron creer que habíamos nacido con la condena consecutiva de perder en el fútbol y en la existencia, pero regresamos a la emoción de ese día y de ese botinazo y entendimos que en el mejor de nuestros rincones nos iluminaba una luz de felicidad.
Lo que la Tía Marimar nos anticipó fue que el Chango y su gol campeón iban a acompañarnos cada vez que fuera necesario. Por eso no nos mentimos: cuando el Chango se murió, nos atrapó una tristeza del tamaño de un estadio. Sin embargo, la fórmula no falló. Era marzo y el termómetro se empecinaba en andar bajo, pero nosotros, mientras evocábamos el noble botinazo y repetíamos la palabra «gracias», no teníamos nada de frío.
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