De Paul, o la rueda de auxilio de Messi

Por: Roberto Parrottino

Debutará en un Mundial a los 28 años. Guardaespaldas y socio liberador del capitán, su influencia en la Selección creció de manera inesperada adentro y afuera de la cancha. "Me gusta más dar pases que convertir", se define.

Tres hinchas caminan por Puerto Madero. Visten camiseta, buzo y campera de la Selección argentina. Pasean por la noche durante las primeras horas del 26 de marzo de 2022. Un rato antes, la Selección había goleado 3-0 a Venezuela en la Bombonera por la anteúltima fecha de las Eliminatorias, fiesta de despedida de Argentina. Un auto se les frena a su altura. Del lado del acompañante, alguien baja la ventanilla. «¿Y? ¿Disfrutaron de la Scaloneta?», los sorprende Rodrigo De Paul, el futbolista con más partidos (42) de los 49 del ciclo de Lionel Scaloni. Y, tras los últimos amistosos ante Honduras y Jamaica, el jugador con más partidos invictos consecutivos (32) en la historia de la Selección. Guardaespaldas y socio liberador de Lionel Messi, figura en la final de la Copa América 2021 ante Brasil en el Maracaná, y vector en la cohesión grupal, a los 28 años De Paul jugará Qatar 2022, su primer Mundial, con la hechura de un líder sacrificado, solidario y reconocido por el cuerpo técnico y los compañeros.

Con Leandro Paredes –segundo en presencias, con 40–, De Paul rodeó a Messi más allá de la cancha. Trío en el truco, equipo en los picaditos en la cancha de futsal del predio de Ezeiza y mates en viajes y concentraciones durante cuatro años de convivencia solidificaron la relación. Nadie, afuera o adentro de la cancha, busca a Messi más que De Paul: en cada partido, suele darle el doble de pases al «pequeño», como lo llama. En la intimidad, De Paul admite que está cerca de Messi porque le transmite tranquilidad. «Despliegue. Dinámica. Espíritu. Anima a los compañeros en los malos momentos –lo describe un integrante del cuerpo técnico de Scaloni–. Aunque a veces traslada mucho la pelota, fuerza relaciones dentro del campo o corre demasiado». De Paul asistió a Ángel Di María en el gol de la final de la Copa América ante Brasil con «el pase más importante» de su vida. Ángel Correa, compañero de De Paul –y del lateral izquierdo Renan Lodi en Atlético Madrid–, había sido el autor intelectual: le había dicho que se le complicaba a la espalda.

La metamorfosis de De Paul se desarrolló en Udinese de Italia, al que arribó en la temporada 2016/17. Había debutado en Racing con Luis Zubeldía como entrenador en febrero de 2013, ante Atlético en Rafaela: ingresó por Mauro Camoranesi, campeón del mundo con Italia en Alemania 2006. Zubeldía lo vio una mañana de inferiores en el predio Tita Mattiussi. Le asombró que, en un tiro libre sobre el final de un partido caliente, pedía calma con la mano abierta. «Es el gesto del canchero o del que piensa en situaciones tensas –sostiene Zubeldía–. Esa duda me inclinó a subirlo a Primera rápidamente y a que debutara sin tanto preámbulo. Ahora se lo ve en la Selección: es un líder. En aquel momento, como no lo conocía, decía: ‘¿Y este canchero?’. Pero nada que ver. Es así él». En octubre de 2013, Mostaza Merlo volvió a Racing. El año pasado, después de la Copa América, De Paul se lo cruzó por Palermo. Mostaza lo felicitó. Y le recordó: «Pensar que conmigo no corrías nunca…». De Paul era un enganche técnico y frío. Merlo lo volcaba hacia la izquierda. Y, fundido, lo sacaba a los 70 minutos.

Ahora De Paul es, como se definió, «la rueda de auxilio de Messi». Fue comprado a Racing por Valencia. Lo había recomendado Roberto Fabián Ayala, que había pasado como mánager de Racing a Valencia, hoy ayudante de campo de Scaloni. En la Liga española, ante Barcelona, De Paul conoció a Messi, que le regaló su camiseta. En 2016 regresó a préstamo a Racing para jugar la Copa Libertadores. Fue suplente. El calcio italiano le cambió el juego. Lo cerraron en el mediocampo. En su tercera temporada en Udinese, en la 2018/19, triplicó las estadísticas de recuperación de pelotas: de 150 a 400. Fue citado por primera vez a la Selección. Era el inicio de Scaloni. «Puedo cubrir y aguantar a Paredes y ayudar a Messi para que esté más fresco. Presionar al lateral o hacer una cobertura. Los jugadores importantes descansan en mí –le explicaba al periodista Sid Lowe en The Guardian en la previa de la Copa América–. Todo viene con su propio tiempo: hay un momento para entrar al área y convertir, para romper líneas. Me gusta más dar pases que convertir. No quiero estar en los primeros planos. El día que deje de jugar para la Selección será porque hay alguien mejor, no porque no trabajé».

De Paul pica a los espacios vacíos en los momentos justos: cuando los rivales lo pierden de vista. Unos metros y marca la diferencia. Y oxigena, pelea, copa las paradas, genera faltas y chamuya. «Hablo mucho con los árbitros, en la cortita. Los llamo por el nombre, los afilo un poco… Sé a qué ritmo juego». En agosto, en Atlético Madrid-Villarreal, empujó a Giovani Lo Celso, compañero en el mediocampo de la Selección, cuando demoraba en salir en el cambio. «No tengan esas actitudes, generan mal clima», les remarcó Scaloni. En la actual temporada con Atlético Madrid, su segunda, no completó ninguno de los ocho partidos (409 minutos). «Ha sido intrascendente –dice Iván Matarranz, hincha del Aleti que vive en Argentina–. Fichamos un jugador con asistencias y goles cuando fuimos campeones. Prometía, y la temporada pasada fue la peor de Simeone en sus diez años. Fue un poco víctima. Y perdió protagonismo. No se ha visto al de la Selección: no se adapta a Simeone o tiene la cabeza en el Mundial. Pero no se le ha acabado el crédito. Tengo la esperanza de que, cuando acabe el Mundial, se centre en el club».

Quienes lo conocen desde chico dicen que, en todo caso, la exposición pública –separación de la madre de sus hijos, romance con la cantante Tini Stoessel– visibilizó aun más un perfil que ya traía: siempre con el humor como recurso, atorrante y caradura. «Las injusticias no me gustan. A veces la gente opina con ganas de dañar o de vender alguna noticia. No busqué ser conocido, busqué ser jugador de fútbol –dijo durante la última gira por Estados Unidos–. La vida me llevó a conocer a la persona con la que estoy ahora, que es muy conocida también, e hizo que un poco venda. Pero al final lo más importante es que intentamos llevar alegría a las casas cada uno con su trabajo».

De Paul nació en 1994, un mes antes del Mundial de Estados Unidos, último de Diego Maradona. Y de Oscar Ruggeri (31 partidos), a quien superó en el invicto más extenso con la Selección. A los tres años arrancó a jugar en el club Deportivo Belgrano de Sarandí: era arquero en partidos con niños dos años más grandes que él. A los siete ya entró a las inferiores de Racing. Era, como lo bautizó su primer entrenador, «De Pul». Admiraba a Juan Román Riquelme.

«Rodrigo es un personaje, un amigo. Se crió en Sarandí, como yo, pateamos las mismas calles. Hablamos dos o tres veces por semana –dice el Papu Gómez, compañero en la Selección, titular ante Honduras–. No deja de sorprenderme: lo conozco de la época que jugaba en el Udinese y vi su evolución táctica. Él nace como extremo o enganche, y en Italia empieza a jugar de interior. Físicamente creció un montón. Y se convirtió en un líder. Tiene la personalidad y el carácter de un líder». En enero, la Selección viajó hasta el desierto de Calama para enfrentar a Chile por Eliminatorias. Tres horas en el aeropuerto. Requisa policial de bolsos. Hotel sin aire acondicionado. Sirenas en la madrugada. Falta de agua. «Cada selección que venga a nuestro país, tenemos que hacerla sentir lo más cómoda posible. Y ganar y hacernos respetar dónde vale, que es adentro del campo de juego», declaró De Paul. Argentina le había ganado 2-1 a Chile en Calama.

Para el partido ante Uruguay, en octubre de 2021, De Paul les regaló 50 entradas a los chicos del club Belgrano. De pibe, llegó a ganarse unos pesos pegando carteles de campañas políticas en las paredes de Sarandí. «Pegaba tres –dijo– y tiraba diez». Ahora hay un mural con su cara: «En este barrio nació un campeón de América». «Si tuve una buena infancia –contó– fue gracias a mi club de barrio, porque vivía ahí adentro y no me dejaban estar mucho en la calle». Aquella noche contra Uruguay en el Monumental, metió el 2-0 en el arco de la tribuna Centenario Alta, donde se ubicaba su gente. Lo festejó tirándole besos. Asistió luego a Lautaro Martínez en el 3-0 final. «¡Rooodrigo, Rooodrigo!», lo ovacionaron los hinchas. Sintió nervios. Escalofríos. «Fuimos construyendo muy despacio. Logramos dos títulos y contamos con un invicto importante –dijo–. El mensaje de cara al Mundial tiene que ser de calma. Es una copa que se juega desde 1930 y Argentina sólo la ganó dos veces teniendo a los mejores de la historia. A veces te da miedo que la gente se ilusione tanto». De Paul, que lleva un tatuaje de la camiseta argentina en el antebrazo, es un jugador de Selección.

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