Comenzó a jugar en Primera División en Huracán, el club de su barrio, y luego fue multicampeón con el River del 86. Marchó a favor de los Derechos Humanos y en búsqueda de su hermano desaparecido. Cuando estaba por ser DT de un club de la A de Perú, le dijeron que Néstor Kirchner necesitaba gente para la Secretaría.
Ya para entonces, desde hacía varios meses, los últimos de la dictadura, militaba en la Juventud Peronista. Con unos compañeros de mi barrio de siempre, Parque Patricios, habíamos abierto una Unidad Básica en un kiosko de diarios sobre Famatina y Monteagudo. Antes de las elecciones y de la asunción de Alfonsín, en aquel 1983, había empezado a hablar de política en las primeras entrevistas que me hacían como futbolista. Creo que la primera fue en La Voz, un diario peronista de la época, en la que dije que votaría por la corriente Intransigencia y Movilización Peronista en las internas del Justicialismo. No era natural que los deportistas contáramos nuestro voto.
Después de tantos años con los medios de comunicación copados por los militares, donde no se podía hablar de nada, de a poco empecé a decir lo estaba sucediendo en mi familia: mi hermano, Norberto, estaba desaparecido. Pero tampoco se profundizaba: recién cuando comenzaron a aparecer los cuerpos en las fosas comunes, dejaron de ponerse en duda las denuncias de las organizaciones de Derechos Humanos.
Más de un jueves acompañé a mi mamá, y también a mi papá que se quedaba a un costado, a las rondas de Madres y Abuelas de Plaza de Mayo en reclamo por los desaparecidos por razones políticas. Siempre digo, un poco en broma, que yo también entrenaba en esas caminatas de los viernes, desde el Congreso a Plaza de Mayo, en reclamo por los desaparecidos. Los domingos jugábamos y uno tal vez no tenía que estar ahí, de pie tantas horas, pero igual lo hacía. En 1984 formé parte de la entrega del informe de la Conadep: arrancamos desde el Monumento al Trabajo y terminamos en la Casa Rosada, donde Alfonsín recibió el trabajo.
Para ese entonces, la Unidad Básica que habíamos creado ya era un local y participé en las elecciones internas del Justicialismo en 1985: formé parte de la lista verde que encabezaba el «Canca» Dante Gullo para lo que entonces se llamaban circunscripciones de la ciudad de Buenos Aires. Ese día, el domingo 21 de julio de 1985, me dieron una plaqueta de despedida antes de un Huracán-River que tuvo bastante de casualidad: hasta la semana anterior había jugado en Huracán y desde la semana siguiente lo haría en River. Justo en esos días me habían transferido. Esa misma tarde, apenas terminó el partido, con la plaqueta me fui a ver cómo salían las elecciones que me tenían como candidato. Mi vida era fútbol y política, como el título de una entrevista que me hicieron en La Razón en diciembre de 1985: “Claudio Morresi, futbolista y político”.
Cuando estaba en River, en 1986, me convertí en secretario general de la Juventud Peronista de Parque Patricios. Aprovechaba los lunes y martes, que eran los días en los que no se entrenaba o se entrenaba más liviano, para seguir militando, pero sí había actividades otros días también trataba de estar. Aquel año formé parte del River que ganó todo: campeón argentino, campeón por primera vez de la Copa Libertadores y campeón por única vez de la Intercontinental. A inicios de diciembre de 1986, después de haber ganado la Libertadores, y antes de viajar a Japón para la final del mundo, el plantel de River visitó a Alfonsín en la Casa Rosada. Yo no fui porque estaba enojado porque era inminente la aplicación de las leyes de Obediencia Debida y Punto Final pero hoy, a la distancia, lo veo como un error. Tendría que haber ido.
Seguí mi carrera en Colombia, Vélez, México y Platense, donde me retiré en 1992. En el medio me alejé del peronismo. En 1988, por un trabajo del Equipo de Antropología Forense, fueron encontrados los restos de mi hermano, asesinado en abril de 1976. En ese contexto, en julio de 1989, Carlos Menem, recién asumido a la presidencia, abrazó a Isaac Rojas, artífice de los bombardeos a la Casa Rosada en el Golpe de 1955. De inmediato me desafilié del Partido Justicialista y, en septiembre, participé en las marchas contra el indulto: aparecí en Crónica llevando a upa a uno de mis hijos.
Después de una década, me volví a afiliar cuando Néstor Kirchner llegó a la presidencia de la Nación, en 2003. Hasta entonces había seguido en el fútbol como técnico en las inferiores de Huracán e incluso llegué a dirigir algunos partidos en Primera como interino. Justo cuando estaba por ir a entrenar a un club de la A de Perú, me dijeron que Néstor necesitaba gente en la Secretaría de Deportes. “¿Por qué no lo acompañás?”, me propusieron. Primero asumí como subsecretario, detrás de Roberto Perfumo, y después como secretario. Mejoró el presupuesto y, con toda la energía de Néstor, se conquistaron muchas cosas.
Por un lado avanzamos en el deporte social, como la ley de los Juegos Evita, o con programas para los barrios humildes donde no hay clubes –y nosotros aportamos profesores y material deportivo para los pibes que jugaban en potreros-, pero también crecimos en el deporte de alto rendimiento. Así se formaron fenómenos como Braian Toledo y llegaron las primeras medallas de oro en los Juegos Olímpicos después de 60 años por fuera del fútbol y del básquet, como las de ciclismo en 2008 y taekwondo en 2012. En el medio, claro, algo fundamental: en 2009, con Cristina de presidenta y con Néstor muy presente en las negociaciones, se aprobó el Enard, una financiación clave para nuestras selecciones nacionales y atletas. La idea era que los deportistas tuvieran lo necesario para explotar su potencial: pasajes, entrenadores, becas. Seguí en el cargo hasta 2014.
Ya en 2010, me había sumado a Kolina, el espacio creado por Alicia Kirchner. Y desde diciembre de 2019 hasta estos días fui legislador en la ciudad. Con perseverancia, aún en minoría, conseguimos dos leyes: la del programa de capacitación para la prevención de la violencia en el ámbito deportivo y la de equidad de géneros en las entidades deportivas, aunque esta última aún no está en cumplimiento efectivo por el Ejecutivo porteño: la Comisión Directiva de los clubes de la ciudad deben empezar con un mínimo de 30% de dirigentes mujeres y llegar al 50%. El final de mi paso por la legislatura coincide con el triunfo de un candidato presidencial que planea destruir el acompañamiento del Estado a la comunidad deportiva.
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