En algunos países, los clubes no tienen la tradición de contar con un estadio propio. Ocurre por ejemplo en Italia, en cuya Serie A apenas tres equipos lo tienen: Juventus, Atalanta y Udinese. También sucede en Brasil, en donde Cruzeiro y Atlético Mineiro comparten el Mineirao, propiedad del estado de Belo Horizonte. En Argentina, en cambio, una cancha es mucho más que tribunas de hormigón alrededor de un campo de juego: habla de un hogar, de un sentido de pertenencia y de una identidad que, junto con los colores de la camiseta y el escudo, conforman la santísima trinidad de un club.
Las dictaduras le quitaron sus casas a San Lorenzo y a Platense y los clubes construyeron, años después, una nueva. También hay clubes gitanos, callejeros, pero son los menos. Está el ejemplo de Fénix, de la Primera B, también perjudicado por la dictadura -tenía su casa en Colegiales hasta 1978- que no volvió a contar con un lugar propio. Es muy extraño el caso de los dos clubes más importantes de Mar del Plata, Aldosivi y Alvarado, que alquilan el Mundialista. También están Muñiz y Yupanqui, en la Primera D, pero de esa lista de «clubes inquilinos» está por salir Central Ballester, otro histórico de la D, y 26 años después hay fiesta en José León Suárez.
“Veo la cancha nueva y no lo puedo creer, es un lujo. Pienso en todos los años en que jugamos en Cárcova (la vieja cancha, perdida entre 1996 y 1997) y esto es un sueño. Sufrimos mucho la falta de localía y esto le puede generar un sentido de pertenencia al club”, dice Daniel Barreto, ex futbolista del club y actual responsable del área médica de Central Ballester.
Atrás queda un largo exilio. El último partido de Ballester en su estadio, aquel que quedaba en la villa La Carcova (José León Suárez), fue el 9 de diciembre de 1995, ante Cañuelas. Hubo tal la fiesta ese día que jugadores e hinchas dieron la vuelta olímpica por haber gando el Apertura de la D, pero el club no volvió a jugar más de local. El regreso recién será en la primera fecha de la temporada 2022 de la D, que todavía no tiene fecha, pero seguramente se jugará en mayo. La nueva casa queda en Sarratea 10500, también en Suárez, en el partido de San Martín, a pocos metros de la estación de peaje del Camino del Buen Ayre. El campo de juego, el alambrado, los vestuarios y la tribuna lateral para 2.000 personas ya están en condiciones de recibir el primer partido.
“A partir de ahora, los jugadores de las inferiores y de Primera tendrán raíces con el club. Uno ve el predio y se enamora, genera compomiso. El gimnasio (debajo de las cabinas) ya está armado y con las máquinas en funcionamiento. La cancha luce impecable y ahora sólo resta cumplir el sueño de quienes llevamos en la sangre al club. Alguna lágrima se me va a caer”, agrega Barreto.
Ballester es un eterno participante de la última categoría de la AFA, a excepción de una única temporada en la que participó en la C, de 1996 a 1997. El problema de ese ascenso fue que su estadio no reunía los requisitos para la categoría superior y durante su breve estadía en la C debió ser local en otras canchas. El club descendió a la D en la temporada siguiente, pero ya no volvería a su casa.
Aquel estadio, humilde pero propio, quedaba en la villa La Cárcova, patria chica de Ballester. El barrio responde al nombre de Ernesto de la Cárcova, uno de los grandes pintores argentinos cuyo apellido esdrújulo pasó a ser pronunciado, en el día a día dentro del barrio, con acento en la o, como si fuese una palabra grave (Carcóva).
Durante ese año de ausencia, y en un área metropolitana con gravísimos problemas de vivienda, los vecinos -los miles de excluidos por el sistema menemista- ocuparon el estadio sin uso. Al comienzo instalaron una casilla entre el alambrado y la tribuna, después otra en el vestuario, más tarde adentro de las áreas y Central Ballester se quedó cancha. Cuando el equipo volvió a la D en 1997, debió seguir alquilando estadios, pero ya no por disposicón de la AFA sino porque su cancha se había convertido en un asentamiento.
En los 26 años que pasaron desde entonces, Central Ballester fue local en 16 estadios diferentes. El desglose habla de una hinchada errante, atravesando el desierto durante 400 partidos: 131 veces disimuló la localía en la cancha de Ferrocarril Urquiza, 99 en la de Juventud Unida, 61 en Colegiales, 48 en Justo José de Urquiza, 15 en Atlas, 12 en Liniers, 11 en Lugano, 8 en Puerto Nuevo, 4 en Acasusso, 3 en Ituzaingó, 2 en San Miguel y en Armenio, y una en Chacarita (la gran referencia futbolística de San Martín), Villa Dálmine, Alem y el Municipal de Pilar.
“Para mí, esta inauguración es algo que nunca pensé», se emociona Horacio «Tano» Del Vecchio, histórico utilero del club. «Cuando empecé a venir acá, al nuevo estadio, era todo tierra. La primera vez fue en en 2002. Traía un balde para sacar latas y vidrios. Y ahora lo veo así y estoy orgulloso. Es como mi casa», agrega el «Tano».
En estos años de destierro, Central Ballester fue un club que además se caracterizó por sus camisetas con sentido social y compromiso político. Incluyó inscripciones en homenaje a los Fusilados de José León Suárez, mostró el pañuelo de las Madres de la Plaza de Mayo, concientizó sobre la temática de género y jugó con los colores de la colectividad LGBTQI+. Ahora, en su nueva camiseta 2022, mostrará dos escudos: el del club y el nuevo estadio. Ahora sí podrá cantar «y ya lo ve, somos locales otra vez».