Lionel Messi no tuvo hoy un «muy feliz cumpleaños» número 31 en la concentración de Bronnitsy, donde el seleccionado argentino permanece desde hace 15 días, después del golpe que significara la derrota con goleada por 3-0 ante Croacia con un rendimiento suyo que dejó mucho que desear y un clima interno en la delegación que no abrió mucho margen para celebraciones.
El capitán argentino pasó un día muy especial, ya que no pudo ver a sus hijos el domingo anterior en el Día del Padre y tampoco lo fueron a visitar ayer, cuando se autorizó el ingreso al Centro de Entrenamiento de Bronnitsy de los familiares de los futbolistas, ni tampoco hoy, cuando en la intimidad fue agasajado por sus compañeros de equipo y recibió también un saludo del técnico Jorge Sampaoli.
Su esposa Antonela y sus tres hijos recién estarán en Rusia el próximo martes, cuando concurrirán al estadio Krestovski, de San Petersburgo, para presenciar el encuentro entre el seleccionado argentino y el de Nigeria, que será determinante para saber si finalmente consigue la clasificación a octavos de final de esta Copa del Mundo o se vuelve a Buenos Aires eliminado en primera ronda.
El contexto no es festivo ni mucho menos para Messi, algo que contrastó fuertemente hoy con la celebración que le preparó la comuna de Bronnitsy a su ilustre visitante sobre el lago que rodea la concentración argentina.
Una torta del tamaño del Diez, bandas tocando en la arena y cantantes solistas extendiendo el show bajo el abrasador sol de la tarde, mientras los remeros cruzaban la pista preparada especialmente para ellos y las familias se animaban a un chapuzón en las aguas marrones del lago Belskoe, enmarcaron la fiesta-homenaje que le dedicó a Messi este pueblo de 20.000 habitantes.
La torta era una verdadera obra de arte. Una estatua de crema perfecta, hecha a imagen y semejanza de su cuerpo, con la camiseta celeste y blanca, los pantalones negros, las medias blancas y los botines verde flúo. Por supuesto que tampoco faltaban su barba profusa, hecha de chocolate, y su mirada torva.
Este «Messi dulce» estaba «parado» sobre una superficie verde que representaba un campo de juego y tenía las manos en la cintura y el pie izquierdo sobre una pelota blanca y negra a la que le faltaba la mitad trasera, no se sabía muy bien si porque al artesano repostero le faltó crema o le entró apetito mientras estaba trabajando en su obra.
La presentación de esta maravilla de la repostería fue aplaudida por los presentes como si se tratara de una jugada del Messi de carne y hueso, tal el entusiasmo y la devoción que se advertía en los huéspedes del seleccionado argentino, gente amable y tranquila que vio alterada por unos días su calma pueblerina, a la que volverán dentro de poco con la satisfacción de poder contar que alguna vez estuvo viviendo aquí «el mejor futbolista del mundo».
Pero Messi, el de verdad, no apareció por el lugar ni cuando un ballet ruso bailó al compás de una potente música que se escuchaba nítidamente desde la concentración argentina.