Fútbol y política volvieron a encontrarse. Un México, el del fútbol, en Rusia, y otro México, en todo su territorio, con el triunfo de AMLO en las presidenciales.
“El ejercicio democrático y el triunfo de la izquierda, de una gran población que nunca ha celebrado una victoria electoral fue el mejor analgésico. Un sueño a la vez, el que se logró sí es importante”, dice Juan Manuel Vázquez Soriano, periodista de La Jornada. Entre los mexicanos que votaron desde la Argentina, contó la corresponsal Cecilia González, había un chiste: no sólo las elecciones y el partido los tenían al borde de un ataque de nervios, también saber, al fin, qué pasó con la mamá de Luis Miguel en la serie de Netflix.
Pero el fútbol de México no transcurrió en México, tampoco en la Argentina, sino en Rusia. En Samara, unos mil kilómetros al sureste de Moscú, la ciudad que sirvió de reserva cuando los alemanes acorralaban la capital rusa durante la Segunda Guerra Mundial, la Gran Guerra Patriótica para Rusia, en la que las víctimas de la Unión Soviética fueron más de 26 millones, la nación que más pérdidas humanas tuvo . El Ejército Rojo resistió el avance de los nazis, algo que no pudo hacer México con el asedio futbolístico de Brasil. Sólo Guillermo Ochoa, el arquero, logró frenar que el primer tiempo terminara sin goles.
México se había entusiasmado con este Mundial, había inflado el pecho frente a Alemania, con sus transiciones de alta velocidad, el contragolpe como método para la victoria. Brasil no se lo dejó imponer, lo ahogo, le achicó todos los espacios, pero sobre todo atacó la atacó, con rigor, con intensidad, con Neymar. El Mundial que se quedó sin Lionel Messi, que vio irse a Cristiano Ronaldo, que despidió Andrés Iniesta de España, lo ve crecer a Neymar. No hubo nada deslumbrante, no se trató de una actuación monumental, nada a lo brasileño, se trató de un juego sobrio, pero efectivo y letal, el que llevó al primero gol, el de Neymar, y que derivó cuando ya todo terminaba en el de Firminho.
Es un Brasil que avanza sin lujos, sin estridencias. Pero todo lo que creció en Rusia fue proporcional a lo que decayó México, que había salido confiado a la cancha, que había intentado replicar la presión bien arriba con la que se había cargado a Alemania en la primera fase. Esta vez se encontró con Brasil. Y se quedó en octavos, como tantas veces. En otros asuntos, sin embargo, hay mexicanos que sienten haberle ganado a Brasil. No al Brasil de Tite, sino al Brasil de Michel Temer.
Unas horas antes del partido, la euforia se había apoderado de la Ciudad de México. Las calles del centro, en una marcha improvisada, la gente entonaba el Cielito Lindo, lo que también se cantaba en Moscú. “Sí se pudo, sí se pudo”, se cantaban también. Era una euforia, un triunfo político. No llegó al fútbol, es cierto. Pero el fútbol no logró aplacar la alegría.
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