Un amigo brasileño me dice que esta selección ataca como la de 1982, la de Cerezo, Sócrates, Zico y Falcao. Sócrates es la antítesis de lo que significó Pelé. También de Neymar, su apoyo a Bolsonaro
Vieron a Brasil y sé lo que están pensando. Algo parecido a lo que les pasó cuando el domingo vieron a Francia y quizá después a Inglaterra. Qatar 2022 es un Mundial de alto vuelo futbolístico. Lo más terrenal fue lo que ocurrió en Al Janoub, donde Japón se fue en octavos de final porque sus jugadores, después de haber aguantado el partido, después de haberle ganado a Alemania y España, de estar arriba con Croacia, dejaron tres penales a las manos del arquero. Dominik Livaković es el tercer arquero en atajar tres disparos en una serie mundialista. El primero fue Ricardo, un portugués, contra Inglaterra en Alemania 2006, y el anterior fue Danijel Subasic, otro croata, contra Dinamarca en Rusia en 2018. Livaković hizo bien lo suyo, es su mérito, pero los japoneses estuvieron muy livianos, nada que ver a lo que fueron en la cancha.
Fui al Al Janoub, al sur de Qatar, el estadio diseñado como un barco de cazadores de perlas pero posmoderno, con techo retráctil. Croacia-Japón será el último partido del Mundial que se juegue acá. A partir de ahora, va a jugar Al Wakra FC. Pero ahora están los japoneses, otra vez su hinchada, el canto que dura todo el partido, ohh, vamos el nippon, y su equipo, además, con herramientas futbolísticas para que el resultado le pertenezca. Pero Croacia es un rival astuto, lo lleva adelante también con experiencia. ¿Cuál sería la lógica acá? ¿Que ganara Croacia? Pero el primero de su grupo fue Japón. Así que el partido entrega las mismas incertezas. Japón se mueve rápido en ataque. Croacia es un equipo más pesado que el finalista de Rusia 2018. pero Modric es cebrero y Perisic insiste. Habrá gol de Japón, habrá gol de Croacia. Y nadie podrá hacer nada más porque los minutos del final y el tiempo suplementario -primera vez vez en Qatar- golpearon en los físicos de los jugadores. Japón se entregó en los penales.
Cuando iba hacia el Al Janoud, uno de los más alejados del centro de Doha, en Al Wakra, me encontré en el bus que va de La Perla hacia la estación Legtaifiya a una familia de sirios que iban al partido junto a otros amigos libaneses. La mujer, el marido, una hija, tres hijos, uno de ellos muy inquieto, y un amigo de la pareja con su hija. Eran muchos, ocupaban toda la parte de atrás del transporte y cuando subí ya estaban cantando. “¿De dónde sos?”, me preguntaron. “Soy de Argentina”, les respondí pensando que se me venía el Messi, el vamos, el Argentina, y lo se me vino fue todo lo contrario. “Buuuuuuuuuuuu, buuuuu”, reaccionaron. Por suerte se reían, estaban dispuestos a ser amigos. “Nosotros apoyamos a Brasil, son divertidos”, me explicó la chica siria. Tenía puesta la camiseta verdeamarelha. Su amiga libanesa le daba la razón. “Neymar, Neymar”, repetían. Sólo uno de los chicos se apiadó de mí y me dijo que le gustaba Argentina, que le gustaba Messi.
Nos subimos al mismo tren en la estación de metro mientras me preguntaban cómo era mi experiencia en Qatar, qué diferencias había con Argentina, que no conocían Buenos Aires pero quizá algún día. Y que ellos estaban disfrutando el Mundial, que tenían entradas para Japón-Croacia y que más allá de las bromas con Brasil, la selección que ellos apoyan en el Mundial es Marruecos. Marruecos, Palestina, la causa árabe. Pero aparecen dos brasileños que estaban medio sueltos por Doha y se enloquecen. Brasil jugaba del otro lado, en el norte, en Al Bayt, pero ellos paseaban. Así que les preguntaban por Neymar, por San Pablo, por cómo bailaban. “Nos encontramos en semifinales”, me dijo el brasileño. El chico sirio que se había apiadado de mí, volvió a hacerlo. “Va a ganar Argentina”, les dijo y me ofreció su puño para chocarlo. Era el más callado pero ese pibe sirio debe querer más a Messi que un rosarino hincha de Newell’s.
De la severidad croata la pantalla cambió a la diversión brasileña. Es una fiesta. Futebol y samba. Hacen todo, tocan, arman coreografías, entran al área haciendo jueguito, se pasan la pelota imantándola. Esperan, miran, la colocan como Vinicius en el primero. Hasta el gol de Neymar de penal parece un golazo. Pero ninguno como la obra de Richarlison, como la sostuvo en el aire con la cabeza, con el pie, y todo lo que sigue, el apoyo de Marquinhos, el pase de Casemiro, un gol playero. Hacen una coreo también con Tite. Paquetá tiene su gol. Hay un modo en Brasil de disfrutar del fútbol, por supuesto de jugarlo, donde sólo cabe la admiración. Hacen de cada gol una fiesta. Y ya jugaron los 26 del plantel. Se completó la lista cuando Tite se dio hasta el tiempo hasta de sacar a Allison y poner a Weverton, el tercer arquero.
Neymar se olvidó de Bolsonaro en Qatar. Le había prometido durante la campaña presidencial que cuando hiciera un gol lo celebraría en su homenaje, levantando dos dedos de cada mano, armando un 22, la lista que perdió frente a Lula en las últimas elecciones. Pero el segundo gol de Brasil a Corea del Sur, que Neymar marcó con un penal sobrador frente al arquero que se le movía sobre la línea, tuvo un festejo con baile. Neymar abrazó a sus compañeros y sólo señaló al cielo con un dedo de cada mano.
Del que no se olvidaron fue de Pelé, que está internado. Marquinhos y Neymar llevaron una bandera a la mitad de la cancha, la abrieron, y ahí estaba O Rei, el fútbol de Brasil. Pelé es admirado en su país pero con frialdad. Está el grito de las hinchadas, mil gols, mil gols, mil gols, só Pelé, só Pelé, pero los años de la dictadura, donde sucedieron sus mejores momentos, donde miró hacia hacia otro lado, en silencio, la relación con el poder y los negocios, lo alejó del vínculo popular. Aunque lo suyo y el Brasil del 70 hayan sido un oasis de belleza, como dijo Gilberto Gil. A los 82, mientras hay versiones periodísticas de que está bajo cuidados paliativos porque ya no responde a la quimioterapia, Pelé contó en Instagram que está fuerte, que sigue con su tratamiento y que mira a Brasil desde su cama en el hospital.
Un amigo brasileño me dice que esta selección ataca como la de 1982, la de Cerezo, Sócrates, Zico y Falcao. Ejemplo de un equipo que no fue campeón pero que se recuerda. Sócrates es la antítesis de lo que significó Pelé. También de Neymar, su apoyo a Bolsonaro. Un espectáculo de fútbol brasileño así en un Mundial, escribe un periodista del Folha, no ocurría desde 2002. El homenaje a Pelé está en el fútbol más que en una bandera.
Hasta la próxima carta
AW
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