La biografía escrita por Ángel Berlanga, "Soriano, una historia", recorre el amor que uno de los grandes escritores populares del país y máximo referente de la narrativa futbolera sentía por su club.
Su primer viaje a Boedo: En la correspondencia con su madre le pregunta por su primer viaje a Buenos Aires juntos: en una nota lo sitúa a mediados de los cincuenta, desde Cipolletti, dos días en tren, sándwiches y termo de café, parada en un hotel de Bahía Blanca. «En aquel viaje descubrí la televisión, la Coca Cola, el subterráneo, el puerto. Pero nada iba a quedarse en mi memoria como la tarde que entré por primera vez al estadio de Avenida La Plata. Fue un miércoles o un jueves. En todo caso un día de silencio, de tribunas vacías. Para mí, la misma emoción que para otros hubiera sido cantar a dúo con Sinatra, o leerle el primer cuento a Cortázar. Caminé alrededor del alambrado, toqué los tablones gastados, subí hasta el último peldaño de la popular y debo haberme sentido como el Emperador frente a las pirámides. La voz de Aróstegui, que llegaba en cadena a Río Negro, me había enseñado algunos detalles: los nombres de las tribunas, la ubicación de los arcos respecto de las calles, las torres de iluminación en los ángulos que impedían ver el orsai».
El descenso: Durante el exilio siguió a San Lorenzo de todas las formas que pudo. Les pedía a sus amigos que le contaran detalles, que le enviaran recortes periodísticos. Desde Europa pedía teléfonos prestados para consultar resultados y formaciones, o se acercaba a agencias de prensa para leer cables. La correspondencia con su madre y con Tito Cossa está repleta de comentarios sobre lo mal que andaba el equipo. Cuando se acercaba el día decisivo lo contactaron con un experto en computación. «Le tuve que dar todos los resultados del campeonato y todos los datos que pude reunir. Los tiró en la computadora, hizo un cálculo de probabilidades, el tipo laburó como loco y un día me llamó. ‘El que se va al descenso se llama San Lorenzo’, me dijo. Me cagué todo. La noche del partido llamé a Clarín. Mi amigo Van der Kooy fue impiadoso: ‘Mirá, te comprendo, están en la B‘. Recuerdo que grité: ‘¡No puede ser!’. Y él me contó: ‘Mirá, Gordo: hubo un inmenso boludo que erró un penal —no me dijo quién— y otro hijo de puta, pero de Argentinos, que lo convirtió’. Ahí nomás me puse a llorar. Fue, sin duda, uno de los momentos más desoladores de mi vida. Era el primer grande que se iba al descenso. Y en seguida aparecieron todos los hijos de puta. El teléfono sonaba y sonaba. Me llamaban para gastarme. Yo estaba hecho mierda. La contestación fue siempre la misma: ‘Por qué no te vas a la puta que te parió'».
El regreso a la A (y el final de la dictadura): El 8 de noviembre (de 1982) publicaba en el diario peronista La Voz. “No hubo manera de matar a San Lorenzo, como no existe poder para destruir a un pueblo. A los Gauchos de Boedo les arrebataron el estadio de tablones y les prometieron un monumento de arquitectura en un parque de paraíso. Al país le rompieron los huesos y la fe jurándole una sociedad liberal de avanzada. El uno y el otro -que son la misma cosa- trastabillaron durante años al borde del abismo para precipitarse, al fin, en una pesadilla vil. A cada juramento, una traición. A cada sueño insensato, un despertar horroroso”. Menta ¡la resurrección de Lázaro! y sostiene que San Lorenzo es una metáfora de la sociedad argentina. “El año pasado, cuando Alles le paró el penal a Delgado y nos mandó al descenso, recordé que el Ciclón se había asomado a la primera con el amanecer de la democracia, en el dieciséis, cuando Hipólito Yrigoyen rechazó la componenda y se ganó la recompensa popular. Que arrasó en el ’46, cuando las masas llevaron a Perón al poder, por primera vez. Dije, también, que se iba en el momento más dramático de la historia argentina, sin casa, exiliado, en Vélez o en Ferro, como un judío errante. Ya vuelve. No sé si ya tiene casa nueva o si va a arreglar el bulín de avenida La Plata, rematado, loteado, como si pudiera venderse el alma de un pueblo”.
El Gasómetro, las ruinas de avenida La Plata: contaba que en su primer viaje a la Argentina tras el exilio se encontró con que estaban demoliendo el Gasómetro. Me bajé del auto y no me dejaban pasar. Había una pared rota, camiones que sacaban los escombros y cuando me quise colar apareció un tipo y me dijo: ‘No se puede, ¿adónde va?’ ‘¡Cómo adónde voy! —le digo—. Están tirando abajo el Gasómetro’. No me dejaba entrar y entonces uno de los camioneros, que era hincha de Boca, le dice: ‘¿Cómo no lo vas a dejar pasar? Imaginate si tiraran abajo la Bombonera. ¿Sos loco vos?’. Entonces me dejó pasar. Sentí como una desolación. Algo que nunca más iba a tener. ¡No lo estaban remodelando, lo estaban tirando abajo! Sentía que irreversiblemente se iba una parte de mi vida. En esos momentos jugábamos de local en Ferro. Yo no sabía ni por dónde se entraba. Si llegaban a tirar piedras no sabía por dónde salir. En cambio conocía de memoria los callejones que había a la salida de la cancha de San Lorenzo.
Su último título: El 25 de junio de 1995 San Lorenzo, tras 21 años, volvería a ser campeón en Primera. “No sé si alguna vez les tocó seguir un partido por teléfono a once mil kilómetros de distancia —escribirá Soriano desde su departamento parisino, en donde se recluirá para terminar la que sería su última novela—. A mí sí, esta es la segunda vez. Solo en la medianoche de París, encerrado en cuarenta metros cuadrados, igual que hace catorce años, cuando era joven y San Lorenzo se fue al descenso. ¿Cómo festejo un título ahora? ¿Con quién lo comparto? Qué hago, ¿cuelgo las doscientas páginas de la novela y me voy a terminar la noche a Pigalle?”. Ante Rosario Central, de visitante, con gol del gallego González, San Lorenzo ganaría 1 a 0. “A las once de la noche de Francia la angustia ya me tenía afiebrado y ahora, tres horas más tarde, todavía no se me pasó. Sabrán perdonar los lectores la parcialidad y las tonterías que pueda decir. Estuve hasta recién festejando a gritos, despertando vecinos, tirándome de cabeza en el colchón. ¡Vamos San Lorenzo, carajo! ¡Veinte años después de aquellas campañas inolvidables el Ciclón vuelve a ser el más grande, el que se hizo un estadio nuevo y lo estrenó con un campeonato!”. «
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