El accidente que provocó la muerte de Juliana Gómez, la futbolista de Argentino de Merlo que perdió la vida en la ruta cuando volvía de jugar con su equipo desde Rafaela el fin de semana pasado, podría calificarse de accidente anunciado. O al menos, la propia deportista, de 20 años, ya había denunciado en sus redes sociales las pésimas condiciones en las que muchas veces le tocaba viajar junto a sus compañeras.
«Fuimos a jugar, perdimos, no nos dejaron entrar en calor en la cancha, nos echaron a dos y, cuando volvíamos, se nos reventaron tres ruedas. Estuvimos cuatro horas en el medio de la nada, esperando que nos vengan a buscar. Perdemos el día en el laburo», había escrito el 4 de julio en Twitter después de la derrota 4-0 de visitante ante San Luis FC y de un regreso accidentado desde Cuyo por la ruta 7.
Tres meses después, el sábado pasado, Juliana volvía de la provincia de Santa Fe junto a tres compañeras en un auto conducido por un dirigente del club, luego de haber perdido 1 a 0 de visitante frente a Atlético de Rafaela, también por la Primera C del fútbol femenino, un torneo de ascenso en el que a las futbolistas se les exige que entrenen como profesionales, que se comprometan como profesionales y que jueguen como profesionales pero que, eso sí, vivan como amateurs.
«No fue un accidente, fue negligencia», señalaron sus compañeras y puntualizaron que los dirigentes debían haber asegurado un servicio de traslado para el plantel pero no lo hicieron. Ya pasados siete días desde la muerte, nadie de Argentino de Merlo se hizo responsable, apenas un mensaje en redes en el que, encima, como símbolo de la desidia, escribieron mal el nombre de la jugadora de su propio club que acababa de morir: publicaron Giuliana en vez de Juliana.
Yuli, como le decían sus compañeras, se había sumado a Argentino de Merlo en 2019, ni bien la AFA creó la Primera C. Quienes la vieron jugar dicen que era una jugadora aguerrida y vehemente. Durante estos tres años, pasó por varios puestos pero dejó su huella en la defensa.
En un partido ante Atlas, en las canchas del polideportivo de Argentino, Juliana fue bautizada «La diosa». Fue a cabecear una pelota y, tras un choque con la rival, se abrió la frente. La cicatriz que le quedó entre las cejas –similar a la marca que utilizan las mujeres en la India– fue el motivo del apodo.
Quienes tienen el poder de mejorar las condiciones estructurales tampoco aparecieron. La AFA mandó «condolencias a familiares, seres queridos y compañeras» a través de sus redes, donde también se escribió mal el nombre de la jugadora, lo mismo que Agremiados.
Ante la falta de llamado de la AFA, la familia de Juliana pidió una reunión para que las jugadoras cuenten sus necesidades básicas para jugar. Este martes a las 17, jugadoras del Ascenso y sus familiares –de todos los equipos– convocan a una movilización frente al Congreso.
En esa falta de apoyo, las tres compañeras que viajaban con Juliana en el auto (Luján Isabel Benítez, Aldana Vargas y Tatiana Corso) fueron internadas y hasta el momento nadie se hizo cargo de los gastos de traslado y hospitalización. Las deportistas incluso debieron pedir ayuda económica en las redes.
«Debían contratar un micro escolar y ella estaría con vida. La soberbia de los dirigentes de Argentino de Merlo, con Martín Brieva a la cabeza por no querer contratar una combi, mató a Juliana», agregaron las jugadoras de Argentino en un comunicado, en referencia al presidente del club.
En el fin de semana trágico, las jugadoras de Argentino de Merlo salieron el sábado a la madrugada para, después de 550 kilómetros y seis horas y media de viaje (parte en autopista y parte en ruta), llegar a las 7 de la mañana a Santa Fe. Desayunaron y, sin descanso, se fueron al estadio de Rafaela para disputar el partido. Tras su finalización, se ducharon y volvieron a subir a los autos particulares para volver a Merlo en caravana. Y, otra vez, sin descanso.
«Siempre nos exponen. Pero, si queremos competir, esa es la única opción: ir por nuestros propios medios. Viajamos de la misma manera a Rosario para enfrentar a Newell’s», comentaron las jugadoras en el comunicado.
Ante la falta de respuestas, las jugadoras –una vez más– se volvieron a organizar para exigir cambios y condiciones laborales dignas. Y entre los mensajes que se compartieron, hubo uno que aglomeró el grito general: «Hoy ya no quiero seguir callada porque entiendo que el fútbol femenino profesional no es Boca jugando su último partido en la Bombonera. El fútbol femenino está en emergencia. Es momento de cambiar».
Las jugadoras del ascenso son amateurs –al igual que la mitad de las futbolistas de la Primera A–. Salvo un puñado de casos que cobra viáticos, la mayoría no recibe ningún beneficio económico por parte del club que representa y, en la mayoría de los casos, pone plata de su bolsillo. Además, en caso de lesiones o accidentes laborales, no tienen resguardo porque Agremiados no se hace cargo de quienes no tienen contratos con sus respectivos clubes.
Una exjugadora de Argentino de Merlo –que prefiere no dar su nombre– cuenta cómo se vive en el ascenso femenino. «Decidí irme de ese club cuando Brieva, el presidente, amenazó a una compañera para que le diera nuestra plata, la que habíamos juntado con rifas para pagar un micro que los dirigentes no querían darnos». Ese cortocircuito sucedió hace un año. Según detalla la jugadora, además de conseguir dinero para pagar el micro, la idea era comprar botines y las comidas cuando fueran necesarias. Nada de eso ocurrió porque Argentino de Merlo, con su presidente a la cabeza, decidió que la plata le correspondía al club «por poner su logo en la rifa».
La respuesta de Argentino de Merlo fue sacarle a su plantel femenino la posibilidad de jugar en el estadio en el último partido por el ascenso. «Nadie se enteró y, en boca de ellos, siempre fuimos las locas que no juegan a nada, las que no importan», reveló.
El abandono que sufren las jugadoras en la mayoría de los clubes del Ascenso también se ve en algunos de Primera. «Ahora estoy en un club de la A en donde nos deben 5 meses de contrato. No hay kinesiólogo, médico ni psicólogo. No hay entrenador de arqueras, ni preparador físico. Menos micros, en algunos casos, y sigo callada. Pasan estas cosas para que uno ponga un límite y hoy, con amigas destrozadas y Yuli sin vida, pongo mi límite», asegura la exjugadora de Argentino de Merlo, vieja compañera de Juliana, al que su club –y la AFA– hasta le sacaron el nombre en su despedida. «