Parte del fútbol argentino, en particular algunas categorías del ascenso -donde las urgencias económicas son mayores y también, por lo tanto, las tentaciones-, se enfrenta a un desafío de muy difícil resolución. Se trata de la misma dificultad que azotó -y azota- a muchas de las competiciones del resto del mundo: ciertos partidos no parecen jugarse solo en los campos de juego sino también muy lejos, posiblemente en las casas de apuestas de Asia. O eso suponen expertos en las apuestas deportivas.
Justo cuando las categorías más bajas del organigrama de la AFA ingresaron en su etapa de definición de ascensos y descensos, algunos especialistas en el tema volvieron a encender las alarmas. «Algo raro está pasando en este partido», advirtieron hace algunas semanas, en la previa del cruce entre un equipo que ocupaba los últimos puestos de la tabla y otro ubicado de la mitad para arriba. Horas más tarde, con el resultado definido a favor del club más débil, expresaron algo parecido a una confirmación de sus hipótesis: «Y…, algo raro había».
¿Qué fue lo extraño, para los entendidos, en ese partido? Que se había concretado el resultado que deportivamente se creía menos probable -ganó el equipo que casi no había triunfado en el torneo- con la excepción, y éste es el punto central, de las casas de apuestas, que pocas horas antes del encuentro, como si tuvieran buena información del futuro, empezaron a dar como favorito al más débil.
En concreto, durante la mañana previa a ese partido, un triunfo del equipo peor ubicado en la tabla pasó de pagar 3.0 pesos por cada uno apostado -que era una cifra razonable, teniendo en cuenta su mala campaña- a 1.55. Por el contrario, la cuota del equipo más fuerte pasó, siempre antes del encuentro, de 2.10 a 4. El resultado terminó de hacer combo con esos movimientos bruscos e inesperados que, desde ya antes del partido, habían despertado recelo en los expertos.
El tema es muy sensible por varias razones. Muchas acciones de cualquier partido -por ejemplo un gol en contra o una expulsión antes de que termine el primer tiempo- pueden ser abono para el terreno fértil de la desconfianza. Pero a la vez esa imprevisibilidad del juego -una lucha constante entre aciertos y errores-, forman parte de la grandeza del deporte más popular del mundo. Así como el escritor mexicano Juan Villoro dijo que «el fútbol es el deporte de los pronósticos traicionados», un resultado sorpresivo, la mala tarde de un equipo, dos defensores que se chocan o un penal cobrado a los pocos minutos no pueden -ni deben- convertirse, por sí mismos, en episodios sospechables o condenables.
La relación entre el fútbol argentino y las apuestas acaba de empezar. El gobierno nacional y varias administraciones locales -la Ciudad y la provincia de Buenos Aires, también Santa Fe- aprobaron el año pasado la incursión oficial de las licenciatarias. Las transmisiones televisivas de los partidos se llenaron de publicidades del rubro. Las camisetas de River, Vélez, Estudiantes y Chicago, entre otras, promocionan a diversas casas. La AFA también firmó un contrato con una de ellas.
En todo caso, se trata del mismo fenómeno que ocurre en el resto de América: 17 de las 20 camisetas del Brasileirao tienen como sponsors a casas de apuestas, y los campeonatos de Colombia, Perú y Ecuador están auspiciados por licenciatarias locales. En Europa, recién ahora es al revés: los gobiernos tratan de romper una relación que fomenta la ludopatía y despierta las sospechas de arreglos en resultados, un tema que ya fue denunciado hace más de 15 años el periodista Declan Hill en su libro «The Fix».
En la lógica falta de conocimiento en Argentina de una industria aún inexplorada -pero también en las ganas de denunciar, sin pruebas, que proliferan en las redes sociales-, a veces se sueltan sospechas falsas. Por ejemplo, que el VAR influye en las apuestas (cuando, en realidad, la posibilidad de jugar dinero se cancela en situaciones de revisión de jugadas). O que la oficialización de las licenciatarias es el único disparador de los supuestos arreglos de jugadas o de partidos (las casas ilegales siguen funcionando y todavía son mayoría, con proporción 10/1).
Pero el tema ya está incluido en el nuevo mapa del fútbol argentino, aunque no se vea. En abril, El Porvenir, de la Primera C, denunció ante la Justicia y la AFA la supuesta irregularidad de cuatro de sus futbolistas, sospechados de haber «ido para atrás» por haber cobrado dinero del mercado clandestino. Con sueldos mensuales de 30.000 pesos (o menos, y sin contar la falta de puntualidad para cobrar), los jugadores muchas veces sólo son la punta del iceberg de un negocio mucho más hondo. O, dicho de otra manera, el último eslabón de una larga cadena. Incluso, según dicen los expertos -que también recomiendan centrar la mira en arbitrajes-, a veces tampoco forman parte.
Durante el transcurso del año, el runrún de jugadores involucrados salpicó en los medios a Comunicaciones, de la Primera B, y a Crucero del Norte, del Federal A, equipo misionero que apartó a dos jugadores de su plantel después de una goleada en contra. Los dirigentes de los clubes ya saben -debieron aceptarlo, ante la evidencia- que el enemigo puede infiltrarse en su casa. También están al tanto del poderío económico o de las necesidades deportivas de algunos de sus rivales. Pero, además, las casas asiáticas -consideradas ilegales porque casi no tienen licencias en Sudamérica, al menos no en Argentina- se convirtieron en un rival invisible y a la vez omnipresente.
El mercado oficial y el negro actúan en efecto dominó. Si las cuotas de un partido se mueven en Asia, aunque sea de un partido del ascenso argentino, de inmediato empezarán a moverse también en nuestro país. Caso contrario, quienes no ajusten «se comen apuestas a cuotas malas», explican los expertos, con jerga de la industria. «Si una casa queda pagando una cosa y otra queda con lo opuesto, los apostadores van a poner dinero de los dos lados y se aseguran ganancia».
Las sospechas se encienden cuando, antes de un partido, las cuotas en las apuestas tienen un quiebre injustificado -para los antecedentes deportivos- que después se corroboran con una sorpresa en el resultado. Como en ese caso que advirtieron los expertos hace pocas semanas en el Ascenso: el equipo más frágil pasó de 3.00 a 1.55 y el más sólido, de 2.10 a 4. Y luego, en la cancha, ganó el más débil. ¿Cómo llegó esa información previa a las apuestas? ¿Quiénes hicieron el contacto? ¿Cuántos enterados había del asunto? Son las preguntas del millón, sin respuesta. «Incomprobable pero obvio», resumen. Aunque todas las miradas están puestas en Qatar 2022, el fútbol argentino tiene otro desafío.