La exposición reúne 80 pinturas producidas por la artista durante los últimos quince años y cuenta con la curaduría de Soledad Erdocia. Incluye, además, “recitales de pintura”, una experiencia singular de intercambio con el público.
No es una errata: en Yo estuvo aquí el verbo no coincide con el pronombre, hay una presencia desdoblada, a la vez propia y ajena. “Una parte de la pintura pide presencia, pero esa presencia no es del todo evidente, clara y personal, implica un corrimiento, un romper con el “Yo”. En el estar ahí hay algo que se disuelve, se vuelve un poco más raro y un poco más grande también, porque es el lenguaje de la pintura”, dice la artista en diálogo con Tiempo Argentino.
Lula Mari no tiene rituales para pintar, pero hay un requisito que sigue a rajatabla: sus obras nacen en un taller prácticamente minimalista, donde todo tiene que estar en su justo lugar, bajo un orden ascético. “Si querés que la aventura sea loca, el aventurero tiene que ser cuerdo”, le decía Alejandro Boim, uno de sus grandes maestros. Por eso, en su taller el lienzo es el verdadero protagonista de los riesgos.
Así lo demuestran sus pinturas, dueñas de un “realismo de la incertidumbre”, como ella lo define, donde la mutación y lo onírico forman parte de lo real. “Esta idea me permite abrazar la sombra, percibir una zona de lo que no se termina de ver, pero que está ahí”, cuenta la artista.
En la austeridad de su taller, Lula Mari cultiva, día tras día, una antena que busca captar todo aquello que permanece oculto, en secreto. “Me pongo en disposición de pintar con una intención muy receptiva. Durante los últimos años en las artes plásticas predomina una idea del hacer ligada a la expresión, a la práctica artística desde un lugar activo. Pero la pintura no es sólo expresión, también es recepción. No lo digo en el sentido mediúmnico, porque también hay una cultura de artistas médiums, como Remedios Varo, en las que yo no me inscribo».
«Me refiero a que necesito tener un vínculo entre lo receptivo y lo expresivo. Lo expresivo en pintura es súper rico, pero está guiado por un yo que está corrido, y que no solo expresa sino también recibe. La pintura implica percibir un montón de cosas: estás percibiendo la época, estás percibiendo tu cuerpo y estás percibiendo algo del mismo lenguaje de la pintura, que empieza a pedirte cosas. De repente una pincelada te pide un color, te pide otro color, o te pide una forma, entonces vos estás al servicio de eso que se está desarrollando. Yo me pongo al servicio de ese lenguaje”, afirma.
Sobre la obra de Lula Mari, el curador e investigador Roberto Amigo apuntó: “[es una artista que] viene a afirmar que una pintura puede adeudar más a otra pintura que a su tiempo”.Y aunque la artista haya agregado un leve matiz a esa frase, hay un punto en el coincide:
“Una pintura te da otra pintura, llama al deseo. Pero el deseo no le debe nada a nadie, el deseo toma, el deseo es ladrón. En mi pintura circula ese deseo, es mi pulso vital, se puso en ese lugar. Por eso yo le digo ‘el bicho’, como una entidad. William Burroughs decía que la literatura es un virus, para mí la pintura es un bicho que me llena de deseo”, dice Mari.
Consultada por este diario sobre el otro componente de la frase de Amigo, el tiempo actual, la artista señaló: “Los últimos años no fueron generosos con la pintura, se dice repetidamente que la pintura está muerta. Incluso, hay una moral sobre la pintura, como si se pudiera prescribir qué y cómo se tiene que pintar desde una suerte de progresismo conceptual que se va cargando el deseo. La moral se lleva puesto al deseo. Vos le decís que no al deseo y el deseo aumenta».
«A mí me dijeron muchas veces que no tenía que pintar clásico, por ejemplo, porque el clásico estaba muerto, lo cual es un contrasentido, ¿cómo va a estar muerto si yo entro a un museo y salgo flotando? Es una bola de ganas de vivir, una vida que trasciende la muerte física, es un tamaño de vitalidad que arrasa todo; y en el sentido de que percibo esto que le pasa a mi propio cuerpo frente a la pintura, a la pintura queriendo persistir en mí, lo que hice fue entregarme a eso”, concluye.
En esta exposición, la artista va a volver a realizar sus “recitales de pintura”, que se presentan también como un virus que va suturando los marcos actuales de recepción del arte. Se trata de una experiencia singular en la que la artista se sube al escenario e intercambia una selección de cada una de sus obras sobre un atril. Mientras el público observa desde las butacas, ella decide cuánto tiempo permanece cada obra en el centro de la escena.
“Los recitales apuntan a la presencia, a la concentración, a la meditación y a la escucha, van a contrapelo de la rapidez y lo instantáneo, de hecho, no se pueden filmar ni fotografiar. Nos llevan a un lugar sensible y en ese sentido permiten el despliegue de una pintura en toda su dinámica. Durante aproximadamente siete minutos el público se queda mirando un cuadro, pero se va generando una variación de color, lo cual provoca una sensación de mareo porque no sabes bien cómo son los colores, qué colores son, todo queda un poco trastocado”. Parafraseando a Lula Mari, el yo tiene que estar ahí para ver la experiencia.
Los recitales de pintura son los sábados 3 y 10 de junio a las 19 horas.
La exposición puede visitarse de lunes a sábados de 10 a 20 horas hasta el 21 de junio.
El viernes 9 de junio a las 19 horas habrá una actividad especial: “DÓNDE YO NO ESTABA. Acerca del pintar” (Entrevista y conversación con Lula Mari, por Federico Levin).
Todas las actividades son de acceso libre y gratuito, y tienen lugar en el Centro Cultural Rojas (Av. Corrientes 2038, CABA).
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