Miguel Briante sintetizó muy bien quién fue Victor Gripo como artista y en qué consistió su obra: «Hay –dijo- un vértigo de creación en esa cabeza, la de Grippo y una afirmación del hombre; si se pudiera leer ahí, uno vería objetos, mecanismos, juegos, diagramas, planes del ajedrez humano. Hacia el principio de lo que se llamó ‘arte conceptual’ muchos artistas sostenían que no hacía falta la obra, que alcanzaba con enunciarla. Grippo no es de esos; comprueba en acto la idea, ataca la materia como el orfebre que fue alguna vez para ganarse la vida y exhuma de la combinación lo que no está hecho. El resultado será siempre ese nuevo objeto puesto en el mundo, que peligrosamente ataca la modorra de cualquier pensamiento, obliga a actuar, desequilibra el confort buscando otro equilibrio.»

La cita la hace Fabián Lebenglik en una nota escrita en Página 12, precisamente con motivo del fallecimiento del artista a los 65 años, el 20 de febrero de 2002.También deduce Lebenglik, de palabras del propio artista, que fue un herrero italiano quien “lo introdujo en los secretos y las chispas del oficio de escultor” en Junín, provincia de Buenos Aires, el lugar donde nació el 10 de mayo de 1936.

En diálogo con Tiempo Argentino, su hija Paulina confirma desde el conocimiento íntimo de sus ideas y de su actitud hacia el arte, su amor por la materia, su modestia de trabajador, su indubitable carácter de hacedor dispuesto transformar la realidad.

La performance de Construcción de un horno para hacer pan, que es del 72, se hizo originariamente en la Plaza Roberto Arlt durante el gobierno de Lanusse que prohibía reunirse. El horno tuvo un sentido político porque lo que hizo fue generar una comunidad espontánea mediada por el alimento.

Entiendo que tu padre valoraba el quehacer manual y que como artista conceptual no produjo una obra aséptica, sino cargada de ideología. En 1972, por ejemplo, cuando hizo el horno de pan en una Plaza y repartió el pan cocinado, Lanusse prohibió la performance porque reconoció que había en ella un gesto político.

– Sí. Valoraba muchísimo los oficios y, a partir de eso, valoraba también a los trabajadores y trabajadoras. Tenía un gran respeto y admiración por las personas que construían la realidad desde su oficio. En una entrevista dice que la obra no tiene que ser panfletaria desde lo político, que el artista tiene que ser político, tiene que ser comprometido y que, de ese modo, las obras que se desprendan de ese artista político y comprometido van a estar siempre a tono con su idiosincrasia, con su ideología, con su mirada del mundo. Valoraba, además, a la humanidad en su conjunto, a cada trabajador, a cada trabajadora, pero, a la vez, cada persona con la que se encontraba tenía para él un valor singular. Decía que todos teníamos algo que era necesario y que había que trabajar desde allí. Pensaba, y esto se ve en sus obras, que la sociedad se construía desde lo colectivo. En ellas apelaba a la conciencia, a lo comunitario, a la transformación a través del trabajo, del pensamiento. Siempre me decía la frase “contemplación en acción”. Creía que uno tenía que mirar, contemplar, pero que también siempre tenía que trabajar. Una vez me contó –y esto deja en claro cuál era su idea sobre los oficios- que cuando falleció su mamá le habían llevado unas cajas para lijar porque él tiene una serie de obras con cajas. En los días que siguieron a la muerte de su madre volvió a su taller a lijar esas cajas porque decía que el trabajo “es lo único que aleja de la muerte”. Hablábamos sobre muchas cosas y en esas conversaciones siempre aparecía el tema de pensar desde lo cotidiano, de que siempre había una posibilidad de reflexionar desde lo que pasa día a día. A mí se me habían muerto mis abuelos maternos y eso era una forma de decirme: “ponéte a hacer”. Estaba siempre pendiente del otro, de lo que podía aportar.

-¿Él se sentía cómodo con que lo definieran como artista conceptual?

-Él era, básicamente, un escultor. Decía: “Yo soy un escultor.  Si soy artista lo va a decir la historia.” Esa era la definición sobre su oficio. Pensaba que uno elegía un estilo de vida acorde a su cosmovisión y que su estilo de vida era lo artístico y que todo lo que iba produciendo estaba ligado a su idea del mundo. No sé si se sentía cómodo con la definición de artista conceptual. Me parece que más bien se sentía cómodo con la idea de ser un escultor, un hacedor. Básicamente, era una persona que construía y transformaba la realidad y aspiraba a que su obra instara a la transformación del espectador, que el espectador fuera participativo, que quien veía su obra tuviera un encuentro con interrogantes, porque creo que lo que hacía más que dar respuestas es generar preguntas.

-En la obra de tu padre están muy presentes las papas. ¿Qué valor le daba a ese elemento?

-En una entrevista dijo que en Latinoamérica no hay vida sin papa. Creía que era  uno de los elementos representativos latinoamericanos. Y elige ese elemento por eso, porque está dentro de la realidad de América Latina, porque realiza  un proceso colonizador inverso: sale de América y llega al resto del mundo. Además, en su casa, no había día sin papa. Cocinaba un montón y dibujaba, pintaba y trabajaba sobre ese elemento.

-Alguna vez leí que en un momento de la historia hubo una controversia acerca de la papa justamente porque venía de América. Es decir que fue un elemento polémico, casi subversivo.

-No puedo confirmar si dentro de su imaginario estaba esta información. Pero sí sé que para él era importante como elemento de colonización inversa. En esto hacía lo que hacen los artistas conceptuales americanos que generan una obra desde un lugar impensado con la misma potencia y la misma relevancia que los grandes centros de arte europeos. Su trabajo iba un poco por ese camino. 

-Entiendo que no hizo muchas exposiciones individuales en Argentina. ¿Es así?

-Participó de muchas exposiciones colectivas. De hecho su obra forma parte del acervo del acervo cultural del Museo Nacional de Bellas Artes y tiene obra en el Museo de Arte Moderno. Sí tuvo pocas muestras individuales. Hubo una muy importante en la Fundación San Telmo y se le hizo una gran retrospectiva en el Malba cuando falleció, curada por Marcelo Pacheco, y otra a los diez años del fallecimiento  que también curó Pacheco. Estas dos últimas fueron muy importantes.

-¿Y a qué atribuís que alguien con tanta repercusión internacional en vida haya tenido pocas exposiciones individuales?

-Creo que en Argentina el arte conceptual no tiene una gran difusión masiva. Entonces, más allá del artista,  hay parte del arte que no se tiene tan presente. Se reconocen más artistas como Berni o Quinquela que son pintores y forman parte de las líneas más tradicionales del arte. Yo soy docente y trabajo con obras de él en todos los espacios donde estoy y sí creo que, en cuanto uno a da conocer su obra, comprueba que tiene una pregnancia y una posibilidad de reconocimiento en el otro que genera mucha identificación. De hecho, hicieron un capítulo de Zamba con Grippo y su obra, La asombrosa excursión de Zamba al mundo de la alimentación.

-Tu padre había estudiado Bioquímica y tenía un gran respeto por la ciencia.

-Sí, había estudiado Bioquímica en la Universidad de La Plata. Creo que era de base un hombre de ciencia, pero de  una ciencia más completa. Él decía que la humanidad había el proceso inverso al que había hecho él. Él había ido desde la química hacia la alquimia que era como “una ciencia con alma”, mientras que la humanidad había ido desde la alquimia hacia la química. En este proceso de la humanidad se habían perdido ciertos rasgos de subjetividad, de espiritualidad que a él le interesaba rescatar y trabajar. Pero era un hombre de ciencia, sabía mucho. Además, como era un hacedor, casi todos los elementos de su obra los producía él. Por ejemplo, hacía en el torno una plomada en su taller.

-Estaba en contacto con los materiales permanentemente.

-Sí, hablaba, por ejemplo, del alma de los metales, tenía otro tipo de conexión con esos elementos. En su obra Vida, Muerte y Resurrección se muestra todo un conocimiento del material, de qué pasa con el plomo, de su maleabilidad. Quizá uno no sabe que una plancha de plomo se puede “modelar”, darle forma y armar un cuerpo geométrico. Además, si a ese cuerpo se le ponen porotos con agua adentro cuando germinan, explotan y el plomo cede a la explosión.

-¿Terminó la carrera de Bioquímica?

-No.

-¿Porque lo ganó el arte o por otra razón?

-Él siempre se dedicó a distintos oficios. De todos modos, trabajó en un hospital de La Plata y estuvo en contacto con la profesión, pero no terminó la carrera. En La Plata también estudió Diseño, pero toda la vida trabajó en las artes visuales. Siempre dibujó, siempre pintó. De hecho a mitad de año vamos a hacer una muestra con UNTREF que la van a curar Florencia Batitti y Diana Wechsler en la que se van a ver dibujos y pinturas, cosas que no son muy conocidas de su obra y que demuestran que toda su vida, además de la escultura y del arte conceptual, de las instalaciones y de los objetos, seguía trabajando en las expresiones más tradicionales. No es que hacía lo que hacía porque no sabía dibujar como a veces se deduce equivocadamente de los artistas conceptuales, cosa en la que, por supuesto, no creo. Solo quiero decir que él, además, trabajaba en expresiones más tradicionales.

Claro, ese pensamiento sobre los artistas conceptuales es como el de la gente que ve la famosa paloma dibujada por Picasso y dice “eso lo hace cualquiera”.

-Tal cual. Yo lo veo en el campo de la educación. Como no se ve el acceso a la cultura como un derecho, la gente que no está en el tema a veces piensa que la expresión artística que no es tan conocida no le corresponde, que no la va a entender. Y creo que los docentes y la gente del mundo del arte no ayudamos a generar ese deseo saber, de conocer, de entender que el arte es para todos y todas y que el arte conceptual parece difícil pero que tiene un montón de representaciones simbólicas que son corrientes, cotidianas y posibles de entender para todo el mundo. La elite siempre trata de mantener su statu quo.

-¿Cómo fue tu padre en tu infancia?

-Yo lo conocí un poco más grande porque es mi padre adoptivo, pero lo que recuerdo desde que lo conocí es un padre de muchísima dedicación, muchísimo amor, muchísimo respeto hacia mi persona y, sobre todo, la relevancia que le daba al otro en el momento del encuentro. Siempre tenía una escucha atenta, alentaba cualquier proyecto mío. Él trabajaba más de noche y a  lo mejor yo lo llamaba a las cuatro de la mañana y le contaba que había escrito una poesía y él me pedía que se la leyera. Siempre estaba atento a lo que yo necesitaba. Si yo estaba en casa y tenía hambre, no importaba la hora que fuera, siempre me preguntaba qué me hacía para comer. Era muy cariñoso, cuidadoso y respetuoso del espacio del otro.

-¿Y qué sabés de su propia infancia?

-Nació en Junín  y era hijo de inmigrantes. Siempre dijo que sus padres le enseñaron el amor por los materiales, por los alimentos. Hablaba muy bien de Junín. La primera vez que fui con él allí pude ver todo lo que me había contado. Tenía muy lindos recuerdos de su ciudad y en ella se lo recuerda mucho. Hay una escuela de estética que lleva su nombre, lo que fue elegido por la comunidad. También lleva su nombre una sala del Museo, la museoteca de la Escuela de Arte. Junín es un espacio donde es muy reconocido y muy querido.

-Si tuvieras que remarcar algo de él, qué señalarías.

-Quizá remarcaría la importancia de su apelar a la conciencia. Como su obra está enmarcada en muchos objetos cotidianos, me parece que da siempre la posibilidad de pensar y repensarse, de revalorizar el trabajo y los oficios como formas de transformar la realidad.