La niña-ardilla Sinforosa pierde en el río un prendedor que es un recuerdo que le dejó su abuela. Eso la hace abandonar el árbol en que pasa la mayor parte del tiempo, para ir a buscarlo. Sumergida en el agua descubre el mundo del pueblo llorón o los Microcodilos. Así descubre también el poder de la palabra capaz de hacer llorar y de hacer reír a estos seres pequeñitos y de dientes afilados, los efectos de las lágrimas que hacen crecer el río y las consecuencias de su descenso. Finalmente encuentra el prendedor y vuelve a su mundo. Pero, como en toda buena historia capaz de deslumbrarnos, también esta hay un misterio irreductible.
Con este libro Tentoni hace su entrada al mundo de la literatura infantil del mismo modo que Guido Ferro. Ambos tienen, a pesar de su juventud, una importante trayectoria en sus respectivas actividades. Resulta evidente que los dos comparten una misma sintonía, una alquimia particular que les permitió crear un libro en que la palabra y la imagen forman una unidad indisoluble.
-¿Cómo surgió este libro? ¿Fue algo pensado en conjunto o primero fue el texto?
Valeria Tentoni – Surgió primero el texto y luego Clara Huffmann, la editora de Pípala, lo convocó a Guido. Ella me había mostrado antes sus trabajos y a mí me gustaron muchísimo. a. En principio la protagonista era una niña, pero luego decidimos con Clara animalizarla. No elegimos en un primer momento el animal, pero sabíamos que teníamos que buscar por ese lado.
-¿Por qué?
-Yo me dedico también al periodismo y una vez lo entrevisté a Anthony Brown y le pregunté por qué hacía siempre monos. Me contestó que lo hace para que cualquier niño o niña se pueda identificar con esos personajes, sea rubio, morocho, petiso, alto, no binarie…Esa idea me pareció súper poderosa. Hacía tiempo que Clara quería trabajar con Guido, de modo que hubo una combinación de varias cosas en el origen de este libro.
-Guido Ferro: Si, fue así. Yo conocí a Clara hace un par de años y estaba pendiente de trabajar juntos. Me convocó cuando ya estaba el texto. Tuvimos una primera reunión los tres, nos conocimos con Valeria y fue un placer.
–Valeria, ¿este es tu primer libro infantil?
V.T. –Hice colaboraciones en revistas para infancias como Pimpollo y participé en el Filba con una historia infantil que fue ilustrada en vivo. Tengo, además, escritas varios textos para chicos y chicas, pero nunca me decidí a compartirlos. En algún momento trabajé en una biblioteca popular de mi ciudad, Bahía Blanca, la biblioteca Bernardino Rivadavia. Allí coordinaba la sala infantil. Tenía a cargo y a disposición 7.000 volúmenes. Es una biblioteca popular extraordinaria, un lugar mágico. En ese espacio no solo tuve contacto con libros, sino también con niños y niñas a los que les leía. Fue una experiencia muy poderosa. Me sorprendió mucho la rigurosidad con que leen, la exigencia, lo intransigentes que son como lectores. Eso me produjo mucho respeto. En su rol lector son mucho más creativos e interactivos con los contenidos que nosotros y tienen un vínculo con los libros que es superior. Por la manipulación de los materiales y por la frecuentación de esas personas que tenían otra edad y proponían otro ritmo, se me empezaron a ocurrir historias. A mí me gusta escribir y abarco todos los géneros. Hay escritores más ordenados, más programáticos pero no es mi caso. Para mí la escritura es libertad. De todos los libros que publiqué, este es el que más me preocupa cómo va a ser leído porque sé el rigor que tienen los chicos y chicas.
–Guido, ¿vos trabajaste siempre en ilustración infantil o hiciste otro tipo de cosas?
G.F.-Esta es mi primera incursión infantil, así que junto con Valeria estoy de bautismo. Hace cinco años que estoy abocado a la ilustración ciento por ciento y he trabajado en proyectos muy dispares. Así como Vale dice que escribe cualquier género, yo dibujo cualquier cosa: revistas, segmentos de diarios, proyectos digitales, tapas de libros, videojuegos… Ilustrar un libro infantil era algo que tenía pendiente y estoy seguro de que va a ser el primero de muchos. De hecho, ya estoy trabajando en el segundo y estoy muy contento con eso.
–Viaje al fondo del río está escrito desde la literatura y no desde la pedagogía u otras instancias. Es un libro complejo, que admite múltiples lecturas como cualquier libro para adultos y que tiene un misterio que no se aclara. ¿Cómo incidió la imagen de un chico lector en la escritura de esta historia?
V.T. –Para ser sincera, me pasó con este libro lo que me pasa con todos los libros, ya sean de poesía o de ensayo. No me pongo propósitos al escribir ni tomo decisiones antes, sino cuando voy escribiendo y muchísimas veces o todas, el sentido se revela con la lectura, con lo que leen otros. En gran medida el sentido de este libro me lo reveló Guido con sus ilustraciones. Hizo una lectura valiosísima que lo dotó de un espesor, de una tridimensionalidad semántica amplísima. Además, me reveló el aura cómica del libro que yo intuía pero no podía precisar. Para mí también la escritura es un misterio, no es que tenga un mensaje para dar. No lo vivo así. No sé si eso es responsable o no, pero es lo que me sucede. No controlo mucho la escritura. Se me ocurrió una historia de unos cocodrilos pequeñitos, de las corrientes de un río, me senté a escribir y salió el texto de este libro. No puedo explicarlo de otra manera. Desde los 7 años soy escritora, por lo que explicar el proceso de escritura es para mí como explicar cómo hago para respirar. Evidentemente el libro refleja muchas preocupaciones que tengo: las ambientales, la de la complejidad de los sentimientos, la de la compasión y el miedo que me parece sentimientos a problematizar, la del coraje. La compasión, el miedo y el coraje son los tres sentimientos que están en el libro. Podría haber escrito un poema acerca de ellos, pero no tengo tan claro por qué me salió de esta forma. Y me gusta no saber.
-¿Cómo fue el trabajo de ilustración una vez escrito el texto?
G.F.- Fue un trabajo bastante rápido. Creo que la primera vez que nos encontramos yo llevé dos bocetos. Uno de ellos fue luego el dibujo de la tapa que muestra a Sinforosa saliendo del agua. Fue el primero que me salió y allí, creo, estaba el alma de Sinforosa, la protagonista. Esa fue la luz verde para avanzar y a partir de allí el trabajo fue totalmente solitario. Todo estaba planteado y las escenas me surgieron muy rápido. Para mí es muy importante el humor y me gustó que Valeria lo descubriera en mi laburo. Hice todos los bocetos del libro y se los mandé todos juntos a Clara y a Vale. Fue algo así como ¡Sorpresa, aquí está todo!
-Hay un juego con el lenguaje que aparece ya en el nombre del pueblo llorón, los Microcodilos.
V.T.-Lo que entusiasma de eso es ver cómo lo pronuncian. Entre los chicos y chicas hijos de amigos o ahijados algunos dicen “Microcodilos” y otros “Micrococodrilos” . Me encanta que sea una pronunciación problemática porque los problemas abren la creatividad. Decidí que fuera “Microcodilos” para que le quede la duda a todo el mundo. Los chicos comienzan a inventar su propia pronunciación y me gusta que haya una duda sobre si hay un error.
G.F- Ese es el efecto “murciégalo”.
V.T.-Eso mismo, el efecto “murciégalo”.
-Eso obliga a los chicos y a los adultos a salir del modo automático de leer, a detenerse en una palabra.
G.F.-De entrada les da una entidad propia. No son microcodrilos, sino algo nuevo, algo distinto, algo que nunca viste, algo lúdico.
V.T- Incluso con el diseño hicieron algo muy lúdico con las palabras. Hay palabras que caen, que tiemblan. Por eso creo que fue un libro en coautoría con Guido y también con el diseñador, Christian Duarte. Siempre me gustaron los libros en que la hoja misma es toda una propuesta como en El planeta lila, del autor brasileño Ziraldo. En Pìpala son especialistas en eso y por eso llevé el libro allí. Cuando me dijeron que sí, que lo publicaban, no lo podía creer. Creo que Guido y yo sentimos que estábamos en sello que podía hacer realidad nuestros sueños editoriales.
G.F-Sí. Yo lo conocía porque mi novia también es ilustradora y había hecho su segundo libro con Pípala, por lo que trabajar en esa editorial figuraba en el casillero de mis cosas por hacer.
-¿Cómo surgió el nombre Sinforosa para la ardilla?
-Tengo que decir que se lo copié a Ítalo Calvino. Hay una novela de él, El barón rampante que me encantó y que, además, vinculo mucho a mi paso por la biblioteca. Me lo recomendó otro bibliotecario que trabajaba en la sala juvenil, Fermín. Esa novela la leí en la biblioteca, de grande. Es una novela alucinante y quise saludar a Calvino y decirle “ehh, yo también me quiero subir a los árboles como el barón.” Quise que no fuera solo un guiño. Sinforosa, además, es un nombre para jugar.
-Leí en una entrevista que tus padres son abogados –vos también lo sos- y que tu padre escribía a máquina en el garaje de tu casa y que para vos, Valeria, esa era la imagen de un escritor. ¿Cómo jugó tu infancia en la escritura de este libro?
-Durante mi infancia mi mamá me leía mucho, me introdujo en el amor por los libros. Mi papá también, pero tuvo más influencia en mi adolescencia. Él es muy lector de Borges. Mi hermano también es muy lector. Todos son lectores sin pretensión de escritura. Mi mamá me conectó con este tipo de libros. De chica, yo dormía con una bolsa de libros que mi mamá guardó. Recuerdo que me gustaba mucho quedarme mirando ilustraciones muy detalladas, por lo que me encantó que Clara me propusiera a Guido para las ilustraciones porque él dibuja con muchísimos detalle. Me encantaba Buscando a Wally porque, de alguna manera, era buscar el detalle. Los dibujos de Guido me gustan como la nena que todavía soy. Esa es mi parte creativa y por eso los disfruté como una niña.
G.F.-A mí también me gustaba buscando a Wally porque me obsesionaba en la búsqueda del detalle, me podía pasar un montón de tiempo mirándolo. Cuando empecé a ilustrar me enamoré de la técnica de dibujar tramas con tinta porque es un proceso largo que implica algo de meditación. Además, amo los animales y me encanta dibujarlos. Cuando aún no estaba determinado qué animal iba a ser Sinforosa, propuse que fuera un carpincho porque me gustaba localizarla. Si hubiera sido un carpincho, me habría adelantado a lo que pasó en Nordelta (risas), pero también me gusta que sea una ardilla.
V.T.-Yo estoy muy agradecida de que me dieran la posibilidad de hacer este libro. Fue un proceso largo. Se imprimió afuera y viajó hacia aquí en barco. Le llevó tiempo llegar a las librerías y la espera fue muy amorosa. No nos pusimos ansiosos, por lo menos no demasiado. Creo que el libro fue mejorando a medida que se acercaba porque cuando llegó para mí fue como un regalo. Es una experiencia muy linda hacer algo por primera vez.