Columnista invitada.
Desde los presos de Bragado durante los años 30, pasando por la huelga anarquista de los obreros navales en la década del 50, hasta la masacre de Trelew en 1972, el trabajo que desarrollo en el cine siempre ha estado relacionado con temas de la vida social y política de nuestro país. Centrado en historias que tenían algo en común: habían estado atravesadas por la invisibilización o el silencio.
Al contarlas, en todo caso, había buscado hacer emerger algo que intuía desdibujado en la palabra. Quizá sin saberlo, de algún modo estaba contando un poco mi historia.O la de mi padre. O ambas a la vez. Aunque inscripta en el ámbito doméstico y personal, fue una historia que también había sido silenciada y ensombrecida. Ponerle preguntas al silencio me llevó más de 30 años.
Cuatro décadas después de la muerte de mi padre inicié un viaje con más preguntas que certezas acerca de un confuso episodio: su fallecimiento en un accidente ferroviario. Años más tarde me enteré la verdad y la búsqueda tenía que desentrañarse en los silencios familiares y en el entorno social más cercano, las complicidades de los primeros años 70.
No es fácil derribar la historia oficial. Pensarlo implicaba en este caso, enfrentar el espejo, cuestionar el lugar de la propia familia, del entorno más cercano, comprender las razones del ocultamiento de las circunstancias de la muerte de mi papá, el silencio sobre su vida y su militancia, y la construcción de las tensiones políticas en los primeros años de la década del 70, de las cuales mi familia no había estado exenta.
Cuando comencé a diseñar el proyecto El Padre, sentí que el cine me iba a permitir contar aquello político que atravesaba mi propia historia y la de mi papá, pero haciendo foco en una mirada interior, en lo imaginario y subjetivo.
Entonces fui tomando decisiones estéticas para construir las memorias sobre ese pasado familiar. Memorias que estaban atravesadas por lo fragmentado. Las mías paradójicamente construidas desde el olvido, y también la de otros protagonistas, memorias que disputaban sentidos entre sí, que se habían ido construyendo individual pero también colectivamente, memorias muchas veces sin palabras, compuestas de fragmentos, de silencios y de olvidos.
En ese sentido, mi intención como directora era encontrar el modo de expresar esta idea de collage, de lo inconcluso, de lo fragmentado y repetitivo. Esos vínculos caprichosos y confusos entre el pasado y el presente que se producen al recordar.
En lo personal, busqué expresar el desdibujamiento de mis recuerdos, las sombras tendidas sobre la imagen de mi papá, la memoria de mi infancia sin él, y sobre todo, aquellas imágenes que emergían de mis sueños. Por un lado, lo que imaginaba podría haber sido mi breve infancia con él, por el otro su infancia rodeada de una naturaleza majestuosa en el campo y en el mar y sin embargo llena de carencias. Una infancia que yo entendía como el inicio fundamental de su mirada del mundo, más tarde expresada en su militancia política y gremial como obrero de la construcción.
Quizás esas imágenes de su infancia hablan un poco de una mirada ideal sobre mi padre, muy posiblemente construida a partir de su ausencia temprana. Escribir esas escenas, diseñarlas, filmarlas y colocarlas en el contexto narrativo de una película, me permitió consolidar en lo personal algunas de ellas como recuerdos propios. Ese padre desdibujado durante tanto tiempo, tomaba carnadura, tanto a través de las memorias de los otros, como de mi propio mundo imaginario.
Fue necesario trazar un puente con el espectador a partir de estas vivencias subjetivas, narrando desde las consecuencias más personales e íntimas que ha tenido la experiencia política de este pasado en la Argentina.
En esos procesos, tanto en los personales y familiares, como en los cinematográficos, comenzaban a aparecer palabras para nombrar lo que no había sido dicho, para enlazar la experiencia familiar con el mundo en el que esa experiencia había tenido lugar.
Contar esas sutiles y no tan sutiles ligazones entre lo familiar y lo político, también fue un objetivo perseguido con El Padre. Pensar el pasado, tanto en lo personal como en lo colectivo, nos abre caminos para otras tantas relecturas, nos permite entender este presente, proyectar caminos. «
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